Opinión
Ver día anteriorSábado 10 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Descifrando a Obama
H

ace cuatro años, cuando ganó su primera elección a la presidencia, Barack Obama representaba, en rigor, una pregunta con P mayúscula. Mayúscula, primero, por la proporción del cargo que estaba a punto de ocupar; después, por la campaña llena de proyectos sociales que atrajeron a una amplia y esperanzada base social; y no menos, por su propia historia, que apuntaba hacia una biografía política entrecruzada por las antípodas. ¿Quién era Obama? Por un lado, una carrera vertiginosa en Harvard que apuntaba hacia una figura exitosa del mainstream, que simplemente sabía cómo hacer política en los duros laberintos de los lobbys convencionales. Por el otro, un activista político, que había actuado con enorme inteligencia en favor de los menos favorecidos frente a la rudísima maquinaria de los Daley en Chicago (cualquier cacicazgo mexicano palidecería de envidia frente a su poder y longevidad). Por cierto fue en esta ciudad donde acaso aprendió cómo hacer política alternativa en la gran escuela legada en los años 80 por el mayor Harold Washington, uno de los políticos afroamericanos más originales y sutiles para realizar reformas sociales en circunstancias (sin exagerar) inconcebiblemente desfavorables.

Pero el gran enigma que rodeaba a Obama en 2008 no era tanto su orientación política, sino cómo se desempeñaría en el cargo el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos. Un dilema que sólo podría ir resolviendo en la marcha de su ejercicio, sin olvidar su lúcido discurso sobre la cuestión racial que definió a la campaña de 2008 como una opción realmente alterna en la política estadunidense. A cuatro años de distancia la lucidez de esas palabras se preserva: Estados Unidos tendría una deuda histórica con sus minorías raciales que estaba aún por sufragar, y éstas tenían una responsabilidad con su sociedad en calidad de ciudadanos iguales. Fácil de decir, ¿pero cómo figurar políticas que efectivamente sanaran las heridas y los agravios raciales?

Hasta la presidencia de Obama, los políticos afroamericanos que habían ocupado altos cargos –como Condoleezza Rice en la administración de Bush II– se habían comportado como políticos blancos del mainstream (con toda la amplitud que ello puede significar) salvo notables excepciones. Una performance que el stablishment normalmente agradece y aplaude en Washington. Visto desde su campaña electoral de 2008, el caso de Obama era distinto. Al reto de una política de reformas sociales se aunaba el desafío de una práctica que pudiera cerrar brechas en el abismo de la conflictualidad racial de Estados Unidos.

Para Obama, incluso antes de ingresar a la presidencia, la situación se tornó en un auténtico crucigrama de obstáculos y condiciones realmente desfavorables. En noviembre de 2008, el colapso de Wall Street trajo consigo el colapso de las finanzas mundiales. Le siguió la crisis económica más severa desde 1929. Peor no podía ser.

La respuesta de Obama fue inédita e insólita: aumentar el gasto público, apoyar políticas contra el desempleo y promover una serie de leyes destinadas a reformar la condición social de los más desfavorecidos. Keynes regresaba 30 años después a la Casa Blanca en medio de un ambiente donde sólo eran legítimas las políticas monetarias y de restricción fiscal. Un balde de agua fría sobre el neoliberalismo. La derecha montó en ira; la extrema derecha cobró cuerpo bajo la forma del Tea Party y Obama fue puesto a prueba por un despliegue conservador que incluso hoy se ve como un ejercicio delirante.

Y comenzó el principio de un giro o casi una vuelta en u. Obama optó por negociar todo su programa con tal de mantenerse a flote. Lejos de recurrir a la base social que lo había llevado a la Casa Blanca, le dio la espalda. El político convencional de Harvard parecía imponerse al activista militante de Chicago. Renunció al apoyo al desempleo, a intervenir en favor de quienes habían perdido sus casas en la crisis; se distanció del programa de reformas sociales (con excepción de una exigua reforma del sistema de salud pública) y del intento inicial de disminuir el poder de los militares. Lejos de hacerle frente a la brecha racial propició que se polarizara aún más. La minoría mexicana fue afectada como nunca antes. Obama renunció también a las promesas de una ley sobre inmigración.

Lo único que logró mantener fue ese neokeynesianismo orientado a salvar empresas (y con ello, hay que decirlo, empleo), pero no a proteger a consumidores y trabajadores, tal y como lo dictaba la teoría antigua. Una política, por cierto visiblemente exitosa, llevada a cabo contra viento y marea. Obama logró demostrar que podía reducir el desempleo y retomar el ritmo económico (a diferencia, por ejemplo, de sus contrapartes europeas)

¿Quién es Obama? No hay duda de que se trata de un político con habilidades extraordinarias para mantenerse a flote. Lo ayudó, por suerte, la crisis del radicalismo que significó al republicanismo en su periodo. (Un suerte de delirio que probablemente tiene causas raciales o racistas) ¿Será su segundo periodo distinto?

Frente a México, en particular, y América Latina, en general, ha sido una de las administraciones más agresivas. Basado en una política de mantener al tema del narcotráfico y la seguridad nacional en el centro de las relaciones bilaterales, la presidencia de Obama fungió como uno de los centros para hacer crecer masivamente la exportación ilegal de armas y la expansión de los intereses informales de EU, uno de los rubros básicos de la actual economía del Norte.

¿Habrá cambios en este renglón?