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2050: que Dios nos tome confesados
E

n la primavera de 1998 este autor percibió por vez primera y en piel propia lo que hasta entonces había sido una construcción intelectual, un fenómeno socio-ambiental global detectado por la investigación científica: el cambio climático. Durante casi dos meses una espesa nube de humo cubrió la mayor parte del país. La nube comenzó en el sur y sureste del territorio y se fue expandiendo lentamente hasta alcanzar la frontera con Estados Unidos. Ese fue el año más seco y cálido de los registrados, y tuvo como principal efecto una sucesión de incendios forestales que arrasaron millones de hectáreas de selvas y bosques en Brasil, Centroamérica, Indonesia, Canadá y México y generaron una gigantesca capa de humo. Los habitantes de los países afectados estuvimos cerca de vivir una tragedia. Si esas condiciones se hubieran extendido más días, se hubiera generado una atmósfera irrespirable, provocando la muerte masiva. Unos años después, en 2003, experimentamos una segunda casualidad, esta vez en España. Ese año una inusitada canícula estableció récords nunca vistos en los termómetros de Francia, Portugal, España, Alemania, Bélgica e Inglaterra. En Córdoba y Sevilla las temperaturas alcanzaron 45, 50 y hasta 55 grados centígrados durante agosto. El saldo en muertes por el calor se calcula entre 20 mil y 30 mil, una estadística muy poco publicitada.

En los años siguientes se han registrado fenómenos inesperados como el aumento en la potencia de huracanes (como Katrina en 2005), la reducción de los casquetes polares y de los glaciares de las principales montañas del mundo (la de los Himalaya afectará a millones de habitantes de China e India), la reducción de los ciclos térmicos en el océano Pacífico (conocidos como El Niño y La Niña), y el aumento en la acidez de los mares. Finalmente en los últimos años hemos visto severas sequías e inundaciones extremas en regiones tan dispares como el centro de Europa, la cuenca amazónica, Colombia, Rusia o Estados Unidos. Quienes nos dedicamos a documentar estos fenómenos inusuales de origen humano hemos visto rebasados predicciones y escenarios, por una razón: la concatenación de fenómenos impredecibles genera nuevas sinergias no previstas que crean, aceleran o potencian nuevos fenómenos. Este año hemos visto cómo Groenlandia se ha quedado sin su capa de hielo en solamente cuatro días, y cómo los fenómenos de El Niño y La Niña han reducido sus ciclos de siete a dos años. La situación se ha tornado más preocupante según lo indican los últimos reportes. Estos informes proyectan sus datos a una nueva fecha seminal: el 2050. Cuatro de ellos que deben ser consultados son: el del Climate Emergency Institute, el de la Organización DARA, el WWF 2012 Living Planet Report, y el del Grupo ETC sobre alimentos (ver twitter: @victormtoledo).

Para que el lector se dé una idea: en 2050 la población alcanzará más de 9 mil millones de seres humanos, que vivirán un escenario energético límite, ¡con muy poco o nada de petróleo!, y toda una gama de fenómenos extremos provocados por el cambio climático. Energía, alimentos, agua, seguridad y empleo serán bienes extremadamente escasos. Que la humanidad se dirige más velozmente hacia el despeñadero, lo confirman no sólo numerosos indicadores, sino el uso de un término omitido anteriormente: el de catástrofe planetaria. Ello resume dos décadas de fracasos, de reuniones dominadas por la demagogia, la corrupción o el cinismo, en que ni gobiernos, ni empresas, ni organizaciones internacionales han logrado detener el movimiento hacia el vacío. La crisis de civilización se ha convertido ya en una crisis por la supervivencia de la especie, el planeta y la vida misma. Esto define la eficacia y legitimidad de los principales sujetos e instituciones. Frente a la ceguera y/o pasividad de los sectores dominantes, sólo la acción ciudadana podrá detener la ruta al precipicio. Hoy urge tomar decisiones colectivas por la supervivencia; orquestar medidas de salvamento. Las instituciones que existen, incluida la democracia, son ya inservibles (ver mi anterior artículo en La Jornada, 28 de septiembre). Igualmente han quedado rebasadas las fronteras nacionales, los partidos políticos, así como los valores que sustentan el capitalismo, como los de competitividad, individualismo, crecimiento y acumulación. Cada día se requerirán con más urgencia acciones de cooperación y solidaridad consensuadas colectivamente. Hoy, todas las ideologías políticas, desde la izquierda más radical hasta la derecha más reaccionaria, son letanías inútiles recitadas por líderes o pensadores que se quedaron en el pasado. 2050 está a la vuelta de la esquina. En un próximo artículo tomaré el caso de México para ilustrar lo aquí planteado.