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Agrupación polaca de rock abrió la edición 40 del Festival Internacional Cervantino

Guanajuato reboza de alegría con la música de Chopin

En su bicentenario, el compositor se soltó el corbatín, alborotó la melena y deambuló por la explanada de la Alhóndiga

Diez bailarines de The Folles Dance Company también cautivaron al masivo público

“¿Fuiste al concierto? ¡Estuvo perrón!”, exclamó un chavo ante sus amigos

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Bailarines de la compañía The Folles DanceFoto Cortesía del FIC
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Aspecto del concierto efectuado la noche del miércoles en la histórica Alhóndiga de GranaditasFoto Cortesía del FIC
Enviada
Periódico La Jornada
Viernes 5 de octubre de 2012, p. 3

Guanajuato, Gto., 3 de octubre. Dos siglos después de que nació en la aldea Zelaszowa, Polonia, Frédéric Chopin se soltó el corbatín, dejó el gesto de atribulado romántico, se alborotó la melena y deambuló por la explanada de la Alhóndiga de Granaditas.

La agrupación polaca Rock Jazz Chopin inauguró la edición 40 del Festival Internacional Cervantino (FIC) con un concierto masivo nocturno.

Escenas de su natal Polonia abrieron las pantallas: las casas imperiales, trajes pomposos, grabados del compositor frente al piano. La luz del escenario se encendió, al igual que un pequeño candelabro de cristal dando brillo al majestuoso piano de cola.

El intérprete, Karol Radzlwonowlcz, de riguroso frac, de manera magistral ejecutó Fantasía-Impromtu en do sostenido menor Op. 66. Luego siguieron otras piezas en la más implacable exigencia de la academia.

Quizás surgió la duda entre el público, notoriamente joven, que rodeó antes con largas filas la Alhóndiga para ingresar al concierto inaugural. Callados y a la expectativa ocuparon su lugar en las gradas, entre fulgores rosas y azules de los reflectores.

Rock, música clásica y jazz

La agrupación polaca, dirigida por Andrzej Matusiak, se había anunciado como un deambular por los terrenos del rock, música clásica y jazz, en un lenguaje propio, además de que prometieron audaz baile con The Folles Dance Company. Se han presentado con este espectáculo en Shanghai, Berlín, El Cairo, Bucarest y Zagreb.

Las pantallas gigantes, instaladas a los costados del escenario, de nuevo se encendieron. Ahora eran escenas en blanco y negro, la muchedumbre que se agolpó en las plazas, Lech Walesa y el movimiento Solidaridad. Algo de la historia de Polonia, uno de los países invitados al Cervantino este año.

Un joven espigado, con traje menos rimbombante, se mecía en el escenario sobre el blanco y negro de marfil. Las notas comenzaron una sutil metamorfosis. Del pianista Leszek Mazdzer sólo observamos la lacia melena rubia que caía sobre el rostro e impidía ver su cara. Sólo hasta el final, se descubrirían sus pequeños lentes estilo John Lennon.

Algo de euforia con sabor modernista se apoderó de la música, que en cualquier momento podía volcarse en el Sinnerman, de Nina Simone. Los compases revoloteaban al ritmo de jazz.

Un trozo de tela insertado entre las cuerdas provocaba sonidos sordos entre las notas bajas. O un collar de cuentas serpenteaba entre la caja del piano, con vibraciones de arpa. Un pequeño aroma a John Cage.

El escenario se apagó. Se encendió la pantalla gigante, donde se leía: hace 23 años la libertad democrática nació en Polonia. Desfilaron paisajes marítimos, los bosques y los castillos, vidriosos rascacielos. La luna que perseguía a una ninfa danzante.

El humo rojo, difuso, se expandió. Al fondo del tablado, seis músicos, tres guitarras, un bajo, batería y el de los teclados. La Rock Dance Company prendió la música al más puro estilo Pink Floyd.

La danza comenzó a flotar en forma de 10 cuerpos de blancas túnicas. Entre preludios, valses, polonesas y estudios (etudes) The Folles Dance Company llenó con su danza contemporánea las piezas. Todo mundo, los invitados especiales en la parte baja frente al escenario, la chaviza en la parte alta de las gradas, hasta los que observaban desde la azotea de la tienda de artesanías, inamoviblemente atrapados.

A más de un purista seguro se le erizaron los pelos. Al resto del público se le estremeció la piel. Y si faltaba algo, entre un vaporoso vestido rojo la voz inunda todo, se expande en los altos tonos. Una rubia despampanante, pies desnudos, ojos inmensamente verdes, hizo vibrar al ritmo del guitarrazo. Es la cantante Anna Seraflinska.

Hasta una canción mexicana figuró en el programa. Y no era que la banda polaca tocara el Cielito lindo, el Jarabe tapatío, aunque sea Bésame mucho. Frédérick Chopin visitó el conservatorio mexicano, se apresuró a aclarar el experto en música.

Se encendió Guanajuato, con la larga sucesión de fuegos artificiales al final de la velada, mientras seguía sonando Chopin. Las cabezas rebosantes de alegría mirando hacia el cielo nocturnal.

“¿Fuiste al concierto? ¡Estuvo perrón!”, exclamó un chavo al encontrarse con sus cuates en uno de los callejones. ¿Y a dónde sigue?, preguntó.

La fiesta del Cervantino apenas empieza, con todo y Chopin roquero, Chopin tss tss barabum de jazz.