Opinión
Ver día anteriorLunes 17 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La redención de Beatrice Cenci
S

eguro es un juicio subjetivo, pero posiblemente sea Stendhal quien mejor cuenta la historia de Beatrice Cenci, la doncella romana, adolescente, que luego de ser violada y maltratada sistemáticamente por su padre Francesco participó en un complot familiar para asesinarlo el 15 de septiembre de 1598. Ello dio pie a un proceso de la Santa Inquisición que culminó con su decapitación el 11 de septiembre siguiente, luego de un duro encarcelamiento y torturas que la sobriedad de Stendhal no escatima mencionar. Fue un escándalo de época, y siglos adelante inspiró dramas a Shelley y Artaud, un relato a Moravia y alimentó el morbo de Dumas. En el siglo XX, Alberto Ginastera y Alberto Girri le dieron rango de ópera y la industria cinematográfica italiana la convirtió en película erótica.

Uno de los aciertos de Stendhal es ubicar en Francesco Cenci el origen del don Juan, a fines del XVI, que en el siglo siguiente sería fijado por Tirso de Molina y luego Molière, hasta convertirse en un arquetipo en tiempos de Mozart. Adelantándose a la lectura más amigable que haría Camus del don Juan como héroe absurdo, Stendhal resume las hazañas galantes y la brutalidad del poderoso señor romano, que incluyen el asesinato de dos hijos, al sodomización del más pequeño, el maltrato a su segunda esposa, Lucrezia Petrone, y un comportamiento que hasta para Shakespeare debió ser demasiado: No le bastaron todas estas cosas; con amenazas y empleando la fuerza violó a su propia hija Beatrice, la cual era ya alta y bella. No se avergonzó de ir a meterse, completamente desnudo, en su cama. Y completamente desnudo se paseaba con ella por los salones de su palacio; después la llevaba a la cama de su mujer para que la pobre Lucrecia viera, a la luz de las lámparas, lo que hacía con Beatrice.

En la audaz y poco conocida novela Ryder (Textofilia, México, 2011), escrita hace 85 años por la autora de El bosque de la noche, Djuna Barnes muestra a Beatrice en la raíz de su irreverente saga de la familia Ryder, que enmascarada por diversos relatos paralelos trata centralmente de la violación, el sometimiento de las mujeres y el incesto; ello, con una evidente carga personal de la propia Barnes: Pero de todo esto, ¿qué puede decirse con otro propósito que expresar que fue Violada? ¡Sí, horriblemente violada! ¡Ah, Bestialmente Manchada! ¡Nadie en el Mundo conoce algo tan Demente, tan Ridículo, tan Venenoso, tan Excesivamente Enfermo! ¿Acaso el estremecimiento que esto causa no daña las Camas de la Historia?

Un componente clave de la fascinación por la joven Cenci es el retrato de su contemporáneo Guido Reni, que sin ser una Mona Lisa retrata un rostro inusualmente dulce y bello. Stendhal no escatima su admiración por este óleo, imitado posteriormente por la pintora Ginevra Cantafoli en el siglo XVII y la fotógrafa Julia Margaret Cameron en el XIX.

Para Nathaniel Hawthorne, el cuadro de Reni sirve para retratar con emoción a su heroína Miriam, que en El fauno de mármol, su última y más moderna novela (antecedente, con nervio goethiano, de Henry James y Lawrence Durrell), encuentra en Beatrice la mejor virtud posible, dadas las circunstancias, ante la copia del cuadro que hace Hilda, su compañera de correrías romanas. El debate de las amigas sobre las razones de la Cenci da pie a uno de los mejores pasajes, en que ambas dilucidan la maldad o no de la joven parricida en cuya presencia fue asesinado Francesco.

En Los Cenci, Stendhal logra acompañar el alma de Beatrice y los demás protagonistas de la tragedia (catástrofe la llama) con todo y papa: Clemente VIII, que ni tan clemente. Punto de partida de Ryder, Barnes mantiene viva en las mujeres de su relato la soledad y la determinación de la desdichada Beatrice.

Cómo leer el episodio en estos tiempos, cuando violación, incesto, tráfico, pedofilia y maltrato a las mujeres corroen a sociedades como la nuestra, como si no aprendiéramos nada de nada. Dante hubiera alojado en el infierno a Beatrice, descrita así por Stendhal del cuadro de Reni, presuntamente hecho durante el cautiverio: El rostro es dulce y bello, la mirada muy tierna y los ojos muy grandes, con la expresión de una persona que acaban de sorprender llorando amargamente. El cabello es rubio y muy bonito. Este rostro no tiene nada de la altivez romana y de esa conciencia de las propias fuerzas que solemos observar en la mirada firme de una hija del Tíber.

Por su parte, la Hilda de Hawthorne se estremece: Tiene una gran culpa por un crimen imperdonable, y ella lo sabe. Esa triste creatura elude nuestra mirada y se desvanece en la nada. Su condena es justa. Y Miriam, cuyo destino está marcado y no lo sabe, replica: Hilda, tu inocencia es como una espada. Tus juicios son terriblemente severos. Si yo tan sólo pudiera penetrar su conciencia, si pudiera capturar el espectro de Beatrice. Daría la vida por saber si ella se veía como inocente, o la peor criminal de todos los tiempos.