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El intento de esta cima, en abril pasado, casi les cuesta la vida al padecer avalanchas

Escalar el Annapurna, acto de pasión y profundo amor por vivir: Bonilla y López

El matrimonio ha conquistado siete de las 14 montañas más altas que existen en el mundo

Foto
La pareja ha encontrado en los retos de alturas la razón para estar juntosFoto Cortesía de Badía Bonilla y Mauricio López
 
Periódico La Jornada
Viernes 7 de septiembre de 2012, p. a18

Hace más de medio siglo Mauricio Herzog subió el Annapurna. Era la primera vez que un alpinista ascendía una montaña de ocho mil metros de altura, ubicada en Nepal y considerada una de las más letales del mundo. La cifra fatal indica que de cada 100 personas que buscan conquistar su cima, 38 mueren en el intento.

Llegar al punto más alto de este pico no es un asunto de suicidas o de imprudentes, sino acto de pasión y de profundo amor por la vida, explica la pareja integrada por Badía Bonilla y Mauricio López, un matrimonio que encontró en los retos de altura la razón para estar juntos.

Su álbum fotográfico no contiene instantáneas de destinos turísticos en vacaciones ni anécdotas aburridas. Ellos viajan para conquistar las 14 montañas más altas del planeta. Llevan siete. El intento de la octava casi les cuesta la vida.

El pasado 18 de abril Bonilla y López querían subir aquella cima que 62 años antes Herzog había logrado. No son improvisados, después de siete picos de 8 mil metros conocían bien la dimensión de la hazaña.

El ascenso ya era complicado; la nieve suelta acumulada por el mal tiempo hacía que cada paso se convirtiera en un reto por sí mismo. Hundidos hasta los muslos, el paso que andaban volvía al mismo punto de partida en cada zancada.

Eran las 7:30 de la mañana de ese día. Badía estaba varios metros por delante de su marido. En el video que conservan como parte de su memoria familiar y profesional, la ladera mortal, completamente vertical, tiene forma de embudo.

En ese cuenco de hielo y piedra la pareja parece un par de puntitos negros acompañados de otras manchitas que son sus sherpas, los guías locales que conocen los vericuetos de cada montaña.

Sólo un ruido ensordecedor

De pronto, lo que parece el descenso vertiginoso de una nube blanca los desaparece. Badía era la primera en el cauce de ese río de nieve; el siguiente, Mauricio. Durante 30 segundos todo se oscurece para ellos, el suelo se estremece y sólo se escucha un ruido ensordecedor.

No alcancé a ver lo que venía sobre nosotros. Sólo volteé a ver a mi marido y le grité: ¡avalancha! Me hice bolita y ni siquiera me dio tiempo de espantarme, refiere Bonilla.

Estaba asegurada a una cuerda y lo único que recuerda es que un río de nieve pasó sobre ella, pero no rememora ninguna fuerza descomunal ni el peso de un mar helado que la cubrió. Sólo tiene presente el estruendo, como si un tren poderoso pasara a toda velocidad, como si hubiera puesto la oreja junto a la vía de un tren desbocado.

Mauricio tiene otra evocación. Sin cuerda de seguridad vio cómo todo un cúmulo de nieve pasaba furioso, veloz, estruendoso, a un par de metros de su cabeza.

Tardó una fracción de segundo en reaccionar. Después recordó sus conocimientos de supervivencia para casos de avalancha. Como si nadara en medio de la nada empezó a dar brazadas de croll en el aire. Dice que ese movimiento permite hacer una burbuja en caso de que un alpinista sea sepultado por la nieve.

Mi primer pensamiento fue que mi vida había llegado hasta ahí. El segundo, de instinto de supervivencia, y el tercero fue de reacción, y de inmediato pensé en qué tenía que hacer algo para seguir con vida, relata López.

Luego de ese medio minuto que transcurrió la avalancha de nieve la vida les cambió, coinciden ambos alpinistas.

Badía no puede llorar desde entonces. No le apetece. Dice que antes era de lágrima fácil. No está segura de si era sentimental, pero después de esa experiencia se hizo más fuerte. O no sabe qué, pero de lo que está segura es de que ya no llora.

No hubo tiempo para apaciguar miedos ni para consolarse. Tenían que salir de ese cuenco mortal cuanto antes, recorrer ese trayecto empinado, que lleva 20 minutos, puede resultar fatal.

Sobrevivir a una avalancha es un golpe de suerte. Las posibilidades de quedar vivo luego de que toneladas de nieve acumuladas en el costado de una montaña cubren a un alpinista son prácticamente nulas. Los fragmentos de hielo, piedras o las toneladas de nieve son mortales. Incluso el sutil polvo de agua puede asfixiar a una persona que tiene la mala fortuna de quedar bajo ese río helado y vertical.

Turnos para narrar

Como cualquier matrimonio, Badía y Mauricio toman turnos para narrar y se corrigen o se interrumpen. Ambos cuentan que, 12 horas después de sobrevivir a la furia de la naturaleza, una vez más eran puestos a prueba. A las 19:45 de ese 18 de abril sobrevivieron a una segunda avalancha. Esta vez mientras descansaban en su tienda de campaña en uno de los campamentos en el ascenso.

Ella sintió miedo en esta ocasión. Alertó a su esposo para que saliera de la tienda y cuando lograron estar afuera encontraron que el campamento estaba sepultado. En medio de la oscuridad tuvieron que sacar a una montañista iraní de debajo de la nieve. No hubo muertos, pero la señal fue tomada en cuenta por el matrimonio.

Diez días más tarde Badía y Mauricio tenían que decidir si intentaban de nuevo el ascenso a la cima o abortaban la expedición. No querían comprometerse uno al otro, se dejaron varias horas y con una cita fatal volvieron a verse para tomar una determinación.

Nos vimos después de horas de pensarlo. Era para no influir en nuestra decisión y cuando nos encontramos lo gritamos al mismo tiempo a la cuenta de tres. Dijimos: uno, dos, tres, y ambos gritamos: ¡sí!, refiere Mauricio.

En el segundo intento vieron más avalanchas y sintieron la fuerza expansiva de los derrumbes de nieve, que se desplazaba como si fuera una explosión.

En un punto coincidieron con Carlos Soria, alpinista experimentado de 73 años de edad. El veterano tenía información privilegiada: podían subir, pero el pronóstico del tiempo advertía que el descenso podía ser fatal.

Según las estadística los accidentes mortales son 90 por ciento más frecuentes en los tramos hacia el pie de la montaña. Todos acordaron abortar la expedición.

Yo le hice panchos porque insistí en que estábamos a nada de la cumbre, pero siempre me recuerda que nuestro parámetro es otro. Así tengamos que esperar un año y haber gastado tanto dinero, a veces hay que esperar, dice Badía.

Mauricio la contiene. Le dice que no se preocupe, que al final los patrocinadores sólo aportan dinero, pero ellos, como pareja, apuestan sus vidas.

El peligro acecha en todas partes

Lo expresa con mucha tranquilidad, como habla incluso cuando ha estado cerca de la muerte y hace su declaración de amor a Badía y a la vida.

Amo hacer esto, es mi pasión; prefiero perder la vida haciendo algo que deseo, porque el peligro acecha en todas partes. Me inclino por morir en lo que me apasiona, no en algo absurdo como un asalto. Para mí eso sería una muerte inútil, qué triste que después de todo lo vivido uno terminara así, dice Mauricio.

Lo secunda Badía, con quien formó un matrimonio templado en el riesgo, una pareja que de tanto en tanto se pone a prueba en el peligro para comprobarse que se tienen el uno al otro y así son felices.

Por otra parte, a través de la campaña Pies de altura en favor de los niños, que promueven los montañistas, se dará un donativo de 21 mil 325 pesos a la fundación Juconi, que trata de brindar mejor calidad de vida a menores de edad con problemas de calle.

El proyecto consiste en dar un peso por cada pie de altura que la pareja alcanzó, cantidad equivalente en este caso a 6 mil 450 metros sobre el nivel del mar.