Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de septiembre de 2012 Num: 913

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

El lavaloza que se
volvió alquimista

Paula Mónaco Felipe entrevista
con Ferrán Adriŕ

Come, este es mi cuerpo
Esther Andradi

Nahui Ollin o la elección del destino
Juan Domingo Argüelles

Palo dado…
Enrique Escalona

Pérez Gay: el compromiso de la memoria
Xabier F. Coronado

Chema Pérez Gay,
deus ex machina

Ricardo Bada

Leer

Columnas:
Galería
Enrique Héctor González

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Chema
Pérez Gay,
Chema
Pérez Gay,
deus ex
machina
deus ex
machina

 

Ricardo Bada Ricardo Bada

Berlín 1965, amigo Chema. Nos conocimos en la Berlinale, el festival de cine, que entonces se celebraba a caballo de junio/julio, hasta que el gremio hostelero protestó argumentando que esos eran los meses donde Berlín recibía el mayor número de turistas y los hoteles estaban full de todos modos, mientras que en invierno había grandes bajas de rentabilidad debido a que los hoteles estaban cincuenta por ciento empty. Y pasaron la Berlinale al mes de febrero, sic transit gloria mundi!

Pero volvamos a la Berlinale del ’65, y durante ella, héte aquí que el azar –ese transparente seudónimo del Destino cuando actúa de incógnito– hizo que viésemos juntos, el miércoles 2 de julio, un largometraje colombiano: Cada voz lleva su angustia. ¿Lo recordarán en la propia Colombia los más viejos del lugar?

Tamaña heroicidad nos fue premiada con una invitación a cenar del productor, a quien acompañaba su intérprete, también colombiano, estudiante como tú en el alma mater berlinesa. Yo me negué en principio, no quería que me reprocharan haber aceptado una invitación del productor de esa peli, como si fuese a influir en la crónica ya enviada a la redacción... y que era negativa, ça va sans dire! Pero también me negué porque al cabo de una semana de festival sentía mis ojos cuadrados y lo que más me apetecía era apoliyar (dormir), el verbo más bello del lunfardo. Sólo que sumercé, Chema, me convenció de que sería bueno comer alguna vez bien y tranquilos, y no fast food y apurados, como hasta entonces.

Lo cierto es que el restaurante a donde fuimos, recomendado por el intérprete, era uno cubano cerca de la Ku’Damm, y ofrecía la particularidad de poseer en el centro una pequeña pista de baile y una también pequeña orquesta; nada de consola prepotente en decibelios con un DJ decidido a arruinar la salud de nuestros oídos en complicidad con los otorrinos del lugar.

Y no menos cierto es que al lado de esa pista de baile había una mesa vacía y a la vecina se sentaban un caballero de edad madura y cinco jóvenes de buen ver. Mis compañeros captaron de inmediato el aspecto filantrópico del asunto: había que descargar a aquel caballero de la pesada carga de entretener a cinco mujeres. Siendo nosotros cuatro, el reparto no podía ser más equitativo. Dicho y hecho; ocupamos presto subito la mesa vacía, y poco después ya se habían tendido los hilos de la telaraña latina hacia la mesa neerlandesa.

Sí, eran neerlandeses. Asistentes sociales venidos a Berlín para estudiar el sistema asistencial en la RDA y que pasaban todos los días al sector oriental para hacer su tarea, pero estaban alojados en el occidental y aquella era su última noche en la ciudad. De manera que decidieron salir a cenar juntos y fue por casualidad que cayeron en ese restaurante. También casualidad que salieran juntos, porque una de las chicas había decidido quedarse en el hotel, y sólo cedió cuando el caballero, que dirigía la expedición, anunció que o salían todos juntos o se quedaban todos en el hotel, y ella no quiso ser tan aguafiestas. Cosas de las cuales nos íbamos enterando gracias a que entretanto habíamos juntado ambas mesas.

Y sonó la música y ahí cuatro caballeros se pusieron en pie al unísono y sacaron a bailar a otras tantas damas. Quedó una sin invitar, y a mí, que soy cero caballero pero tampoco un patán, no me quedó otra sino hacer de tripas corazón (no sé bailar, jamás aprendí) e invitar a la joven sin pareja. Eso sí, le adelanté que era el antípoda de Fred Astaire. Sonrió, y a partir de ahí todo fue a pedir de boca en el más literal sentido de la expresión, pues si no me equivoco el primer beso de lengua tuvo lugar antes de acabar la segunda estrofa. Y así continuó la noche y lo de apoliyar quedó olvidado en el más recóndito rincón de mi cerebro.

En la segunda pausa de la música, mis compañeros celebraron un breve conciliábulo conmigo, en español, que nuestros neerlandeses no entendían. “Tú eras el único que no quería venir, y eres el único que ligó, carnal”, dijiste, Chema. Y yo: “Y bueno, acuérdense de que ustedes son hispanoamericanos y yo de la raza de los conquistadores.” Y el productor: “¿Ah sí? Pues entonces hagamos una cosa; cuando vuelva la música, me levanto y saco a bailar a tu pareja, y tú a la mía, a ver qué tanto te vale la raza contra esa fortaleza.” Trato hecho, y al sonar de nuevo la música mi productor sacó a bailar a mi experta en Lingüística –además de asistenta social–, los otros caballeros a sus respectivas damas, y a mí me quedó el asalto a la fortaleza, que era la chica que, como yo, tampoco había querido acudir esa noche al restaurante. (Cosas que jamás se olvidan, la melodía que sonaba era “Solamente una vez”.)

Para hacerlo corto, aquella neerlandesa responde al larguísimo nombre de Everdina Theodora María Hansen, aunque para abreviar todos la llaman Diny. Era la noche del 2 de julio, y al año siguiente, el 2 de julio de 1966, Diny y yo nos convertíamos en marido y mujer, por lo que sin duda alguna, y sin ofender al cine colombiano, certifico que aquel fallido largometraje suyo me dio el chance de protagonizar el mejor largometraje de mi vida, con el cual he conseguido siete Oscar: Rebeca, Ricardo hijo alias Chico y (con él y Angie, su esposa) Vincent, amén de Montserrat y (con ella y Frank, su esposo) el futbolista Paul Louis, el amoroso aunque también gritovitricida Oskar Linus, y el benjamín Henri Jonas.

Años después nos visitaste en Colonia, Chema, en octubre 1976, cuando Helena y Eduardo Galeano estaban en nuestra casa, recién escapados de la dictadura de Videla. Me traías de regalo un ejemplar de Cantares, de Ezra Pound, en la versión de José Vázquez Amaral editada por Joaquín Mortiz. Y platicamos de la noche donde me convenciste de que fuésemos a cenar juntos, con las felices consecuencias que acabo de recordar. Así es que ahora, al pedírseme un texto para el homenaje que te quiere rendir La Jornada Semanal, ¿qué mejor homenaje puedo hacerte yo sino darte en público las gracias porque terminaste siendo el deus ex machina de mi vida?