Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de septiembre de 2012 Num: 913

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

El lavaloza que se
volvió alquimista

Paula Mónaco Felipe entrevista
con Ferrán Adriŕ

Come, este es mi cuerpo
Esther Andradi

Nahui Ollin o la elección del destino
Juan Domingo Argüelles

Palo dado…
Enrique Escalona

Pérez Gay: el compromiso de la memoria
Xabier F. Coronado

Chema Pérez Gay,
deus ex machina

Ricardo Bada

Leer

Columnas:
Galería
Enrique Héctor González

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Nahui Ollin
o la elección del destino

Juan Domingo Argüelles

Tengo la hipótesis de que el deslumbramiento que produce la belleza física y la penetrante y seductora mirada de Nahui Ollin (“ojos inusitados de sulfato de cobre”) ha impedido leerla con más atención. Su belleza arredra y arrebata, y todo lo demás pasa a un segundo plano.

Es difícil concentrarse en su obra cuando ella misma es también parte de su obra, pues Nahui Ollin eligió su destino o, como dijera Rosario Castellanos (en su “Meditación en el umbral”), buscó otra forma de ser, con las consabidas consecuencias, en una sociedad a la que ella rebasó.

Si Rosario Castellanos dijo: “haber otro modo que no se llame Safo/ ni Mesalina ni María Egipciaca/ ni Magdalena ni Clemencia Isaura”, Nahui Ollin pregona su “Insaciable sed”. Líricamente, confiesa: “Mi espíritu y mi cuerpo tienen siempre loca sed/ de esos mundos nuevos/ que voy creando sin cesar,/ y de las cosas/ y de los elementos,/ y de los seres,/ que tienen siempre nuevas fases/ bajo la influencia/ de mi espíritu y mi cuerpo que tienen siempre loca sed;/ inagotable sed, de inquietud creadora.”

En Nahui Ollin, espíritu y cuerpo son indisociables, y esa inquietud creadora y esa inagotable sed de los mundos nuevos aparecen una y otra vez en sus pinturas, en sus poemas, en sus prosas, pero también en sus actitudes vitales, en su arrojo, en su audacia y desparpajo de no pedir permiso a nadie para ser lo que realmente quería ser: “renovación de juventud de carne y de espíritu”.

Patricia Rosas Lopátegui supo comprender todo esto y nos lo entrega, íntegro, en el espléndido volumen Nahui Ollin sin principio ni fin: Vida, obra y varia invención (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011).


Nahui Ollin, fotografiada por Antonio Garduño

Reunir la obra de Nahui Ollin, recuperarla para los lectores y para la historia cultural de México, constituye un mérito que debemos agradecer, pero añadir a ello las referencias, la hemerografía, la iconografía y los estudios biográficos sobre esta impar artista y espléndida mujer, es doblemente agradecible. Nahui Ollin, gracias a esta publicación exhaustiva, con un maravilloso prólogo de Tomás Zurián, vuelve a la vida, regresa al ejercicio rebelde de vivir y crear, y nos planta su belleza en todos los sentidos: para que la veamos, también, aquellos que no la conocimos personalmente.

Expresado con fortuna y brevedad aforística, “encarnación del eterno retorno, Nahui Ollin representa en la cultura universal el movimiento continuo de la creación, la libertad audaz y la ola más álgida del erotismo puro y sincero”, en palabras de Rosas Lopátegui.

Polifacética, Nahui Ollin fue pintora, poeta, ensayista, compositora, modelo y mujer que rompió con todos los esquemas de su tiempo. Loca, por supuesto, porque la locura es ese estigma con el que la sociedad de las buenas conciencias condena lo que no entiende ni acepta, Nahui Ollin hizo lo que le dio la gana en un tiempo y en un ámbito en los que la libertad se pagaba a muy alto precio. Recuerdo aquí unos versos de Luis Cernuda, que vienen al caso: “Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,/ En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.” Así, a precio alto, pagó ella la libertad.

En su Óptica cerebral (1922), del que José Gorostiza dijo que era “un libro puro donde no cayó la semilla de otros libros”, Nahui Ollin escribe sobre la esclavitud y el poder de los imbéciles. Los poderosos, dice, “hacen de los pueblos y de los mundos masas uniformes, manadas de borregos guiados por venerados criminales que se titulan gobiernos”, y en el caso de los imbéciles, éstos tienen como auxiliar perverso el oro que han acumulado y que es muchas veces el fruto de sus rapiñas. Obviamente, una persona que dijera estas verdades sólo podía ser una loca, y más loca aún mientras más bella.

Su poesía, sea en verso o en prosa, contiene siempre no sólo el componente lírico sino también el énfasis de rebelión que pone en entredicho el estatus aceptado. Nahui Ollin reivindicó su independencia y eligió su destino. No en vano escribe su epitafio, para que sobre su lápida leamos la descripción de su carácter, su búsqueda vital y su conquista de individualidad. Sostiene: “Independiente fui, para no permitir pudrirme sin renovarme; hoy, independiente, pudriéndome me renuevo para vivir.” Asegura que los gusanos no le darán fin, y es poética y es profética en este sentido.

Erótica y rebelde, o rebeldemente erótica, Nahui Ollin lo transfigura todo. Si pudiera hablarse de una mirada terrena que encarnara el mito de los ojos mágicos que petrifican (Gorgona, Medusa, pero no con máscara de horror, sino con la más alta belleza insuperable), esta mirada es sin duda, en el arte mexicano, la de Nahui Ollin, ya sea retratada por Antonio Garduño o por Edward Weston. Esta mirada no la conoceríamos sin los retratos de estos dos fotógrafos que quedaron petrificados por la diosa Eros.

Ella misma describe su mirada: “Mis ojos verdes se reconcentraron con voracidad.” La de Nahui Ollin es, en efecto, una mirada voraz, pero la artista insiste en que es tierna en el interior, y esta frase que da título a otro de sus libros (escrito originalmente en francés) tiene la feliz anfibología de la ternura y la sexualidad. Dice: “Tierna/ en el interior/ del espíritu/ el sexo/ maravilloso/ a todos los ojos/ que/ la poseen/ viéndola.”

Sabía lo que decía. Viéndola, todos la poseen. Leyéndola, también. Pensando en la fotografía que atrapó literalmente a Tomás Zurián y que desencadenó la pasión de su rescate, no podemos sino concluir que la mítica mirada de Carmen Mondragón/Nahui Ollin sigue cobrando víctimas. El Doctor Atl, que gozó esos ojos y los tuvo muy cerca de los suyos, los vio así: “Sus ojos verdes me inflamaron y no pude quitar los míos de su figura en toda la noche. ¡Esos ojos verdes! A veces me parecían tan grandes que borraban toda su faz. Radiaciones de inteligencia, fulgores de otros mundos. ¡Pobre de mí!”

Y luego el cabello, ya bien largo, ya corto, o trasquilado, tusado como en la poderosa fotografía de Weston, que podemos vincular a estos versos de la escritora: “Me corté el cabello largo y rubio que tenía/ me lo corté para amar/ para dar un poco de oro de mi cuerpo/ Cuando me lo corté para gustar/ las puntas volvieron a crecer más largas/ y gané después de darlo.”

Venus suspensa, para decirlo con palabras de Rafael López, Nahui Ollin/Carmen Mondragón goza su desnudez y la reparte. Sus grandes ojos verdes iluminan aún más esa desnudez tanto en las fotografías como en sus autorretratos pictóricos donde es ella todo ojos y luz. En un óleo de 1928 le presta incluso sus ojos a un felino. “Ojos inusitados de sulfato de cobre” vuelvo a decir, con el célebre verso de López Velarde.

En un texto de Elena Poniatowska de hace veinte años (que Rosas Lopátegui recoge también en este libro), la autora de Tinísima escribe: “¿De dónde provienen los ojos de sulfato de cobre de algunas mexicanas que las hacen parecer ciegas o brujas o veladas por una hoja de árbol, una ola de mar? De que Nahui Ollin tenía el mar en los ojos no cabe la menor duda. El agua salada se movía dentro de las dos cuencas y adquiría la placidez del lago o se encrespaba furiosa tormenta verde, ola inmensa, amenazante. Vivir con dos olas de mar dentro de la cabeza no ha de ser fácil. Convivir tampoco. El Doctor Atl vio a Nahui en un salón y se abrió ante él un abismo verde como el mar. ‘Yo caí en ese abismo, instantáneamente, como el hombre que resbala de una alta roca y se precipita en el océano. Atracción extraña, irresistible.’ La invitó a ver su pintura en una vieja mansión en la calle Capuchinas número 90. –Quizá le gustaría a usted ver mis cosas de arte. Así le dijo la serpiente a Eva, y así empezó el paraíso para ambos. ¡Pobre de Nahui! ¡Pobre del Doctor Atl! Vulcanólogo vulcanizado.”

Esta hermosa descripción contiene, en su brevedad, todo cuanto fue Nahui Ollin: una atracción irresistible. Y todo cuanto sigue siendo: una atracción irresistible, un abismo que, en su profundidad, encierra una historia de rebeldía, belleza, talento e inteligencia que todavía nadie ha podido abarcar, pero que todo aquel que cae bajo su influjo trata de explicarse. Nahui Ollin la Bruja, la Gorgona, la Loca, la Rebelde, la Venus Imposible. Y también la pintora, la escritora, la transgresora que, movida por su inquietud creadora, eligió su destino (movimiento perpetuo, renovación continua del universo) para estar hoy entre nosotros y en un libro que, gracias a Patricia Rosas Lopátegui, nos atrapa y nos lleva al fondo del abismo, un verdísimo abismo sin principio ni fin.