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Insiste Damasco en que muchos combatientes son extranjeros

Fuerzas del gobierno sirio afirman estar a punto de liberar Alepo
The Independent
Periódico La Jornada
Martes 21 de agosto de 2012, p. 19

Alepo, 20 de agosto. A nuestro alrededor estallaban los proyectiles de mortero en las calles del vecindario de clase media, y un tanque T-72 se tostaba en el calor bajo un viaducto del camino. El comandante de mayor rango de Bashar Assad en Alepo –un mayor general de 53 años, con 33 años de servicios y dos heridas de bala en las recientes batallas en Damasco– afirmó que puede limpiar de terroristas toda la provincia de Alepo en 20 días. Es una fanfarronada, en especial en el suburbio de Saif el-Dowla, donde el fuego de francotiradores satura las calles arboladas. La batalla de Alepo está lejos de terminar.

Pero era una extraña sensación estar sentado en una casa particular, ocupada por el ejército sirio –las paredes lucen aún grabados del siglo XIX, la alfombra está inmaculada– y hablar con los generales acusados por líderes occidentales de ser criminales de guerra. Yo estaba, por así decirlo, en la guarida del enemigo, pero el general, inmensamente alto y con calvicie avanzada, tenía mucho que decir de la guerra que libra y del desprecio que le inspiran sus enemigos, en tanto sus oficiales sumaban sus propias impresiones cuando se les requerían. “Son ratones –decía el mando militar, quien no quiso revelar su nombre–. Nos disparan y corren a esconderse en las coladeras. Extranjeros, turcos, chechenos, afganos, libios, sudaneses.” Y sirios, apunté. Sí, sirios también, pero contrabandistas y criminales.

Le pregunté por las armas de los rebeldes y algunos reclutas entraron tambaleándose bajo el peso de cohetes, rifles, municiones y explosivos. Tome esto, me dijo el general, sonriendo, y me entregó un radio de dos vías, un HD668 Hongda hechizo que, según dijo, le quitaron dos días antes a un combatiente turco muerto en Saif al-Dowla, a unos cientos de metros de donde estábamos sentados. ¡Mohammed!, ¿me oyes?, gritó alguien por el radio. ¡Abul Hasán!, ¿escuchas? Los oficiales sirios prorrumpieron en carcajadas ante la voz de su enemigo, quizás ubicado en el mismo conjunto de edificios.

Tomamos esta identificación de los terroristas, añadió el general. En la credencial se leía ciudadano de la República Turca, arriba de una foto de un hombre de delgado bigote. Nacido en Bingol, Turquía, el 1º de julio de 1974. Nombre: Remziye Idris Metin Ekince, religión: Islam.

Así pues, de pronto teníamos el nombre de los misteriosos extranjeros que –por lo menos en el imaginario popular baazista– integran el ejército terrorista al que combaten los militares sirios. Y muchos otros nombres más significativos: al revisar las armas –todas capturadas la semana pasada, según los oficiales sirios–, encontré cartuchos de explosivos con cubierta de plástico, fechados en febrero de 1999 y fabricados por Hammargrens, con domicilio en 434-24 Kingsbacka, en Suecia; cada cartucho tenía también impresas las palabras made in USA.

Había un rifle belga, un FN de la ciudad de Herstal, clave de fábrica HG 85, SM8-03 1; un rifle giratorio ruso; una pistola 9 mm modelo 28 1ª, fabricada por Star Echeverría SA, Eibar, España; un viejo rifle automático, una subametralladora soviética de 1948, un montón de granadas y lanzadores rusos, y caja tras caja de provisiones médicas.

Cada unidad de los terroristas cuenta con una ambulancia de campo, dijo un oficial de inteligencia. Roban medicinas de nuestras farmacias, pero traen otros paquetes también. Cierto, al parecer. Había analgésicos de Líbano y vendas de Pakistán; muchos artículos eran turcos. Sería interesante saber a quiénes los españoles, suecos y belgas vendieron originalmente las armas y explosivos.

La búsqueda continuó: una tarjeta de crédito Visa de vencimiento reciente, a nombre de Ahed Akrama; una credencial siria emitida a Widad Othman –secuestrado por los terroristas, murmuró otro oficial– y miles de municiones. El general estuvo de acuerdo en que tal vez las armas fueron tomadas de soldados sirios muertos o capturados. Sí hay desertores del ejército, dijo, pero son desechos, soldados que fallaron sus exámenes básicos y sólo están motivados por el dinero. Es lo que dicen cuando los interrogan, añadió.

No fue difícil averiguar cómo se libran los combates en Alepo. Al recorrer las calles por más de una hora con una patrulla del ejército, aparecían tiradores que disparaban desde las casas y se esfumaban. El ejército había dado muerte a un hombre que accionaba su rifle desde el alminar de la mezquita de El-Houda. El distrito de Saladino había sido liberado, dijo el oficial, y en el distrito de Saif al-Dowla ya sólo faltaban dos cuadras para la liberación total.

Por lo menos una docena de civiles salieron de sus casas, jubilados de 70 años y más, tenderos y negociantes locales con sus familias y que, sin advertir que un periodista extranjero estaba presente, rodeaban con los brazos a los soldados sirios. Uno me dijo que había permanecido en su casa mientras los combatientes extranjeros usaban su patio para disparar a los soldados del gobierno. Yo hablo turco y la mayoría hablaban ese idioma, pero algunos tenían larga barba y bombachas como las que usan los sauditas, y tenían un extraño acento árabe, dijo.

Tantos ciudadanos de Alepo me hablaron, fuera del alcance de los soldados, de extranjeros armados en las calles, junto con sirios del interior, que la presencia de considerables números de hombres armados no sirios parecía ser cierta.

Si bien gran parte de la ciudad continúa su vida bajo el fuego ocasional de los morteros, decenas de miles de civiles desplazados por los combates entre el Ejército Sirio Libre y lo que el gobierno sirio siempre llama el Ejército Árabe Sirio están alojados en dormitorios vacantes del campus universitario de Alepo. Y los enemigos del presidente Bashar Assad nunca están lejos.

Al regresar al centro de la ciudad, este lunes por la tarde, descubrí cinco soldados sirios –exhaustos, con la tensión en la mirada– que volvían al cuartel con un civil llamado Badriedín. Fue él quien dio la alerta a los soldados cuando vio a 10 terroristas en la calle Al-Hattaf, y los hombres del gobierno abatieron a varios –dijo que se llevaron los cuerpos en motonetas– y los demás escaparon. Los soldados exaltaban su historia, relatando cómo eran inferiores en número, pero acabaron con sus enemigos. Hasta el comandante operativo de todo Alepo me contó que estaba en curso una batalla en una zona que contenía una mezquita y una iglesia cristiana, donde sus hombres tenían rodeados a gran número de terroristas. El ejército sirio, aseguró, no mata civiles: vinimos a protegerlos, a solicitud de ellos. Tratamos de sacarlos de la zona donde teníamos que combatir; con altavoces hicimos muchas advertencias.

Pero yo prefiero las palabras estampadas en la playera de un joven que dijo que trataba de llegar a su departamento, en la zona de los francotiradores, para ver si había sobrevivido. Decían: “¿Ves las cosas y preguntas ‘por qué’? Pero yo sueño cosas que nunca fueron y pregunto ‘¿por qué no?’: George Bernard Shaw”. No es un mal lema para Alepo en estos días.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya