Política
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Nosotros ya no somos los mismos

El extraño caso del Dr. Felipe de Jesús Jekill y Mr. Eduard Calderón

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El presidente Felipe Calderón durante la 33 sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, que se llevó a cabo el pasado día 2 en Palacio NacionalFoto José Antonio López
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imilitudes y diferencias: La de él se llamaba Alison Cunningham y le decían Cummy. La mía Socorro y se le conocía como Socorro, la que no se peina (para distinguirla de otra de igual nombre que sí lo hacía). Una era escocesa, rabiosamente calvinista y le llenaba la cabeza a su pupilo con las horrendas historias de ese tétrico documento conocido como Antiguo testamento. La otra Socorro era de San Antonio de las Alazanas, sierra de Arteaga, quien con el apoyo permanente de mi abuela originaria dejó troquelado mi virginal subconciente con las historias de los hombres de la rabia, las inundaciones, la influenza española y hasta la incursión de un pelotón de franceses perdidos por aquellos lares. Así eran, exactamente, nuestras nanas, la de Robert Louis Stevenson, según sus biógrafos, y la mía, según los restos de la memoria. No me cabe duda de que son Cummy y sus truculentos relatos sobre el crimen de Abel y el pollino que le antecedió la fuente originaria del genial documento de Robert Louis Stevenson El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, al que debo los referentes necesarios para intentar una aproximación a don Felipe de Jesús en su andropáusico trote final.

Este relato, que se anticipó varios años a las teorías freudianas sobre el inconsciente, causó grandes problemas emocionales al autor, quien aborda de manera excepcional las condiciones patológicas (fallas de memoria, de conciencia, de identidad y de percepción) que atormentaban a su(s) personaje(s). Este libro (hay una edición de editorial Norma que no llega a 100 pesos) nos muestra una serie de trastornos disociativos de identidad y de personalidad múltiple (Código DSM IV 300.14), en los que el individuo adopta dos o más personalidades y que mucho nos ayudará a entender los trabajos y los días que padecemos de 2006 a la fecha.

Intentemos una sinopsis. El abogado Gabriel John Utterson sostiene una gran amistad con el Dr. Henry Jekill. Por medio de éste posteriormente traba relaciones con un extraño sujeto, un verdadero misántropo llamado Eduard Hyde. Nadie logra explicarse qué lazos pueden existir entre esos dos individuos tan absolutamente diferentes; sin embargo, entre ambos hay una cercanía indiscutible. En la historia hay dos asesinatos. Uno lo comete Mr. Hyde contra un parlamentario y en presencia de testigos, pese a lo cual Jekill le brinda todo el apoyo posible. La segunda víctima es un amigo del abogado Utterson, crimen en el que el propio Jekill parece estar involucrado. Hurgando (ya dijimos que es abogado), Utterson descubre un documento por demás intrigante: un viejo testamento del Dr. Jekill, nada menos que en favor de Hyde. (Ni comiencen con sospechosismos creelianos, que no es lo que imaginan), pero el Dr. Jekill le indica tajantemente que no debe intervenir al respecto. Una noche Poole, el mayordomo de Jekill (quien, aunque no lo crean, tampoco es el asesino), le echa una llamada al celular (juro que alguien va a caer) de Utterson y le comunica que un individuo penetró a la casa y asesinó al Dr. Henry Jekill. La flema inglesa del abogado quedó más destruida que si hubiera ingerido un garrafón de Mucosolvan (de 3000 mg). De inmediato se trasladó a la CSI (que como todos sabemos, después de 5 mil horas de televisión significa la escena del crimen) y descubre (él, inglés, flabbergasted), para nosotros estupefacto, pasmado o simplemente hecho un pendejo, el cuerpo sin vida de un hombre. Al examinar el cadáver no pudo sino exclamar: (a escoger): God save the queen! Time is money! o Are you pulling my leg? El cadáver allí presente y en absoluto silencio no pertenecía al Dr. Jekill, sino a Mr. Hyde, quien, según Scotland Yard, se había suicidado poco antes de morir. Mientras el cuerpo del Dr. Jekill no aparecía, ni siquiera en su alcoba, el de Mr. Hyde experimentaba algunas transformaciones que lo hacían ver más pequeño, enjuto y creo que con gafas.

Colofón o epílogo. Es el propio Dr. Henry Jekill quien, en una declaración personal, nos revela el misterio del Extraño caso de… Cuando hablamos de HK y EH no hacemos referencia a dos amigos, a dos personas, sino a un solo ser humano. Cada individuo es la suma, al menos, de dos impulsos vitales en constante pugna. En todo hombre se libra permanentemente la lucha entre el bien y el mal, y ninguno es definitivamente bueno o malo a plenitud. En sus propias palabras: Me atrevo a adivinar que algún día el hombre será conocido como una multiplicidad de forasteros, independientes, incongruentes y polifacéticos. Fue en el aspecto moral y en mi propia persona que aprendí a recocer la dualidad primigenia y total del hombre. Era una maldición para la humanidad que estas gavillas incongruentes estuvieran atadas la una a la otra y que, en el útero doloroso de la conciencia, estos mellizos bipolares debieran batallar en forma permanente. Entonces, ¿cómo disociarlos? El Dr. HJ inventó una pócima que tenía el efecto de disminuir las tendencias antisociales que invadían el espíritu de EH. Es justo aclarar, sin embargo, que al paso del tiempo el antídoto iba perdiendo su fuerza controladora y a HJ le resultaban cada vez menos aberrantes sus criminales tendencias. Nota personal: como tanto el autor y los personajes son escoceses, me atrevo a suponer que la mentada pócima de HJ no era otra cosa que un blend, mezcla de 25 diferentes whiskies muy maduros, de esos que tanta alarma causaron a Carmen Aristegui y a Serisolo, que yo me atrevería a calificar de la leche de los viejos.

El extraño caso del Dr. Felipe de Jesús Jekill y Mr. Eduard Calderón. Cuánta razón la de HK: en el útero de la conciencia se inicia la dualidad primigenia. Seguramente Felipe Jekill (a partir del momento, FK) era el niño más dócil, bueno y obediente, pero la rigidez, la severidad, la educación patriarcal y autoritaria fueron generando los gametos que dieron origen a Eduard Calderón (de aquí en adelante, EC). Lávate las manos, límpiate la nariz, no sorbas la sopa, siéntate derecho, no pruebes bocado antes de dar gracias y recuerda: mañana es primer viernes, limpia tus zapatos que son nuevos, sólo los usaron tus dos hermanos (¿entonces el tacón?). Los hermanos maristas del Instituto Valladolid han de haber causado a FK peores daños que los que a Stevenson y a mí nos produjeron nuestras ayas, Cummy y Socorro. La historia del patriarca Abraham. ¿La recuerda? Es como para trastornar la mente de cualquier niño: Abraham, patriarca de las más importantes religiones monoteístas, sostenía una estrecha amistad con el Señor, al grado que se atrevió a solicitarle un favor que no era cualquier cosa, tomando en cuenta ciertos factores. Quería un hijo. Abraham y su esposa eran casi centenarios, y además ella era estéril. El Señor no únicamente le ofreció el hijo, sino que le aseguró la descendencia más numerosa imaginable. La señora, quien (¿a quién le habrá heredado esas malas artes?) escuchaba la conversa detrás de una cortina, se burló descaradamente de la promesa, hasta que le empezaron los ascos y los retortijones. Doce años después el Señor ordenó al patriarca llevar a su hijo Isaac al monte y sacrificarlo como prueba de su lealtad y obediencia. Así lo hizo, pero cuando ya estaba por ejecutar al niño se le apareció un ángel y le dijo: ¡Bazingaaa! Para quienes no ven The big bang theory ni sepan quién es el doctor Sheldon Cooper, quiere decir te embromé, nada más te estaba probando.

Luego nada de asombros cuando un inocente niño llamado Felipe de Jesús Jekill se convierta en presidente (de facto) al que a partir de la próxima semana, después de no menos de una docena de pruebas irrefutables, se le tendrá que reconocer como el Dr. Eduard Calderón.

PD. Pese a que, como a todo padre normal, más de una vez me den ganas de colgar a mis hijas, a mí, el Señor, cualquier señor, me hace una bromita de esas y dedico el resto de la vida a escribir las peores blasfemias, anatemas y herejías que a una mente generosa como la propia se le puedan ocurrir.