Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Atole y frijoles

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rancisco Ramos Aguirre nos presenta en su bien documentado libro Revolucionarios a la carta, las comidas que consumían los rebeldes y los federales, conocidos como pelones; tanto los soldados del norte, como los del sur.

Los ejércitos enfrentaron grandes dificultades durante la Revolución mexicana para alimentar a la tropa; hay que imaginar a un grupo de mujeres revolucionarias organizándose para dar de comer a los combatientes. Seguramente compartían algunos de los utensilios e ingredientes.

En los lugares de acampada, era necesario contar con agua, se recolectaba leña, se hacía una lumbrada y en lo posible se establecía una cocina de campaña; los indispensables y pesados metates deben haber sido escasos, sobre todo en los ejércitos no regulares que requerían de gran movilidad para ser eficientes en la lucha armada. Cocinar con los escasos insumos era difícil.

También podemos imaginar a las mujeres recolectando hongos o quelites al paso, o pidiendo a los lugareños solidarios un poco de maíz. Según la región y la temporada, la naturaleza ayudaba al mantenimiento de la dieta de los ejércitos con nopales y tunas, pitayas y otros frutos, como capulines y tejocotes que servían para distraer o saciar el hambre.

Con el toque de rancho, en el cuartel federal el corneta de órdenes llamaba puntualmente a la tropa a pasar por su ración, usualmente precaria “…atole blanco, frijoles y una pieza de pan”.

Para los revolucionarios o rebeldes, Francisco Ramos anota como los principales productos alimenticios: maíz, huevos, frijol, arroz, chocolate, galletas, cereales, azúcar, piloncillo y pan; entre las bebidas, “leche de vaca, pulque, café, aguardiente, tequila, leche de cabra, y mezcal…”

En el libro se cita a Adrián Aguirre Benavides, autor de Madero el Inmaculado, que escribió sobre la simpatía de la gente al paso de los revolucionarios “… por un pueblo miserable, y de todas partes salen las mujeres, los ancianos y los hombres a ofrecerles gratuitamente tortillas, esquites, huevos y aguardiente”.

En Revolucionarios a la carta también se describe la carestía y la escasez que se vivió en las ciudades al faltar la producción en el campo mexicano.

Desde la época de las grandes culturas mesoamericanas el pinole era parte del bastimento que daba seguridad a los combatientes. El que se preparaba en el norte para los revolucionarios, consistía en maíz tostado revuelto con piloncillo y molido.

El libro incluye la receta Papas con queso: después de cortadas y rebanadas, las papas se fríen poniéndoles polvo de queso y bastante pan tostado y molido. Se sirven con cualquier salsa.