Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1o de julio de 2012 Num: 904

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caso Pasolini, un asesinato político
Annunziata Rossi

Gracias, Elena
Raquel Serur

Poniatowska, 80 años de sensibilidad e inteligencia
Adolfo Castañón

Ay, Elena…
María Luisa Puga

La feria de
Juan José Arreola

José María Espinasa

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Carlos Fuentes y Ciudad de México

Para la literatura mexicana postrevolucionaria, después de años con fiestas de balas y dioseros, no había más camino que el nacionalista. Revueltas y Castellanos se acercaron a los modos literarios del momento con obras como Dormir en tierra y Oficio de tinieblas aunque su mirada no fuera complacientemente terruñera. Después de la condenación gritona del “universalismo” desde los foros de los años veinte, de la caricatura de los disidentes en los murales públicos y del dictamen de afeminamiento de cuanto oliera a malinchista, muchas obras quedaron en los márgenes del “camino mexicano”.

Visto desde el momento nacionalista, es difícil entender cómo se llegó a La región más transparente, que fundó la nueva narrativa mexicana, pero eso lo esclarece una línea que nació en el Ateneo de la Juventud, López Velarde, el grupo Contemporáneos, las revistas Taller y Pan, y desembocó en 1958, cuando el Fondo de Cultura Económica publicó la primera novela de Carlos Fuentes. Aparte de otros autores en los que éste fue abrevando, Julio Torri, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Juan José Arreola y Juan Rulfo prepararon la madurez narrativa y conceptual de dicha obra. Esa línea muestra que el conflicto entre “nacionalistas” y “universalistas” no fue una desavenencia de temas sino de maneras: los últimos escribieron acerca de México sin el carácter propagandístico de los primeros ni la intransigencia de sus posiciones: el acercamiento al país estaba más tamizado por la perplejidad que por la certidumbre, más por el apoyo en los autores de otras latitudes que en la autosuficiencia de las “raíces”.

Al publicar Fuentes La región más transparente (1958), ya existían las condiciones para que una novela así tuviera los alcances que le son peculiares. No era obra que repitiera lo que otros narradores mexicanos hubieran explorado, sino síntesis y avanzada de la nueva narrativa: se incorporó a las búsquedas de la corriente “universal” y fundó en ella una ilustre genealogía, precursora de sus resultados.

En la novela hay un nuevo protagonismo de Ciudad de México que expone el cambio del centro de gravedad en la vida política y económica del país, desplazado del campo a las ciudades: la de Fuentes no fue la primera novela urbana, pero tiene un registro más amplio de voces, personajes y niveles sociales de la ciudad, donde se halla la estratigrafía de quienes coexisten en el rompecabezas capitalino. La ciudad de Fuentes reveló los impulsos fiesteros de una clase media ascendente y la inminencia indescifrable de la calle: el escritor encontró en Ciudad de México un espacio donde los signos que parecían abstractos se actualizan y ponen en marcha, donde la Historia se reencuentra con las historias particulares y, con sus contradicciones, revela el carácter casi ilegible de México. En lo más externo, la novela de Fuentes transformó lo que parecía el garabato de Ciudad de México en signo de un espacio nuevo y viejo, no exento de escollos y oscuridades: la Capital se volvió transparencia paradójica.

La región más transparente enlazó novedosamente la modernidad con los viejos mitos prehispánicos, pues apuntó hacia una nueva lectura del espacio urbano: los dioses nahuas viven y acechan en las entrañas de la ciudad edificada por los españoles y algún día regresarán a la superficie. Con esta lectura, Fuentes retomó la noción de tiempo circular de los nahuas y la enlazó, subterráneamente, con la ciudad contemporánea, olvidada del pasado remoto y volcada hacia la carrera de la burguesía, la riqueza y la occidentalización. Hizo de los dos ámbitos partes de un yin y un yang: no es que lo moderno y lo prehispánico se opongan, sino que la síntesis capitalina parece el resultado del pesimismo náhuatl, en el que todo se crea a partir de un complejo principio de destrucciones, pues estamos de paso sobre la Tierra…

Fuentes desarrolló una forma narrativa lúdica, variada e inteligente que demostró cómo la novela mexicana podía alcanzar epifanías joyceanas ignoradas por la narrativa oficialista:  el lenguaje también protagonizó La región más transparente, retomando el barroquismo del albur, el siniestro sinsentido cantinflesco y el mosaico de hablas propio de la capital mexicana, de manera que el texto alcanzó una sorprendente tesitura polifónica. Fuentes, navegante de la lengua mexicana y escucha inteligente del medio tono, trazó desde su primera novela algo característico del llamado boom hispanoamericano: un nuevo estilo para cada novela y en cada novelista una voz particular.