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Separación iglesias-Estado
E

n enero de 2010, Federico Lombardi, vocero del Vaticano, calificó de normal que el nuncio apostólico en Francia, monseñor Luigi Ventura, enviara una carta a los integrantes del Partido Popular Europeo (PPE) en el Parlamento de Europa (con sede en Estrasburgo) en la cual les decía que debían votar contra dos resoluciones que, en opinión de la Santa Sede, eran contrarias a la ley natural y a los valores promovidos por la Iglesia católica. Lombardi agregó que No hay que sorprenderse de que el Vaticano anime a los fieles, entre ellos también los políticos, a apoyar los valores del humanismo cristiano, sobre todo en el ámbito de la familia y la sexualidad.

En la primera de las resoluciones se amparaba la unión de personas del mismo sexo. En la segunda, el aborto como un derecho de la mujer. Luego se supo que dos diputados conservadores de Italia y uno de San Marino habían recibido instrucciones de la Secretaría de Estado del Vaticano sobre los textos que debían presentar para justificar la oposición. Y la necesidad de que apoyasen para determinados puestos en el parlamento a un juez y a un diputado italianos cuya única virtud era respetar el concepto cristiano de la vida y del matrimonio.

Las reacciones de los legisladores no se hicieron esperar. El grupo socialista propuso elaborar una nota conjunta para expresar su malestar y pedir al parlamento que protestara formalmente ante el Vaticano por su intervencionismo. A la iniciativa se unieron varios diputados conservadores, en especial de Francia, pues estimaron que el envío de la carta y su contenido atentaban contra la separación absoluta entre la política y la religión. Agregaron que lo más grave, además de la presión en sí, era que una de las exigencias de la Santa Sede se refiriese a la discriminación de los homosexuales. “Aquí –dijeron– hablamos de temas éticos, preocupaciones sociales, derechos humanos y libertad, para lo cual necesitamos independencia de espíritu”. Recordaron que en el Parlamento Europeo están representados 47 países cuyos habitantes profesan diversas religiones e, incluso, dentro del propio grupo conservador no todos son cristianos. Y que la jerarquía de la iglesia vive muy distante de la realidad europea.

Con motivo de la elección presidencial y las legislativas del domingo próximo, la arquidiócesis de la ciudad de México orienta abiertamente el voto mediante trípticos denominados Principios para iluminar la conciencia de los fieles católicos y personas de buena voluntad. Destaco cuatro puntos a los que debe ajustarse dicho voto: la oposición al aborto, al matrimonio homosexual, apoyo a la llamada libertad religiosa y derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. En paralelo, el grupo de laicos Renovación Carismática Católica en el Espíritu Santo (depende de dicha arquidiócesis) invitó a una jornada de oración para pedir a Dios que ilumine las conciencias de los votantes y nos bendiga con un gobernante que busque el bien de todo México.

Si hoy me aparto de tratar aquí los temas ambientales es por algo urgente: el gobernante que la jerarquía eclesiástica de la capital espera que gane es el que dice cumplir lo que promete; el que justificó la arbitrariedad policial y la violación de los derechos humanos en Atenco; el que ya disipó ante la jerarquía católica las dudas sobre lo que les va a cumplir; el que como gobernador viajó al Vaticano a dar a Benedicto XVI la buena nueva de que se casaría con alguien cuyo primer matrimonio católico fue anulado vía exprés; el del partido cuya candidata a gobernar la ciudad de México prohijó, cuando dirigió el PRI, el apoyo de sus diputados a las legislaciones estatales que penalizan el aborto. Nos bendice Dios con un gobernante que, en aras de sumar votos, entrega la agenda ambiental a ese negocio familiar que administra El Niño Verde.

Si el clero católico interviene abiertamente en los asuntos electorales es porque lo permiten los partidos y las instancias que debían exigir respeto a la separación de las iglesias y el Estado. Olvidan, en pos del voto y la bendición de la jerarquía católica, los principios del laicismo que tanto le costaron a la nación mexicana.