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Es una calle enclavada en Lomas de Becerra, en Álvaro Obregón, donde todo se puede

La fila para comprar droga en La Curva, como si fuera para las tortillas, señalan

Grupos de adolescentes caminan entre las casas con la pistola oculta en un morralito

 
Periódico La Jornada
Miércoles 13 de junio de 2012, p. 45

Un grupo de adolescentes de 14 y 15 años, con la pistola guardada en un morralito atravesado sobre el pecho, se reúnen tranquilamente en La Curva, una calle enclavada en la colonia Lomas de Becerra, delegación Álvaro Obregón, donde, dicen sus habitantes, todo se puede.

La venta de droga al menudeo es tan evidente que, en una de sus esquinas, una reja negra sirve para formar a sus clientes como si fuera la cola de las tortillas.

También es una de las zonas de más alta marginación de esta delegación. Su índice de escolaridad es en promedio de 10 años, La mayoría de los chavitos sólo terminan la primaria. De mis 17 sobrinos, sólo una va a la universidad, el resto cuando mucho llegaron a primero de secundaria, cuenta un habitante de la zona.

Aquí, dicen los vecinos, los chavos no tienen miedo a morir. Es mejor traer pistola y ganar un promedio de 300 pesos diarios por la venta de droga, que vivir de pobres.

Otro vecino, que lleva viviendo 38 años en la zona, explica que en La Curva calle A, siempre ha habido gente dedicado al narcomenudeo, pero antes “estar morro era un defecto, era un embarque”. En cambio ahora, justo son ellos el blanco perfecto.

Les dan pistola y lana. ¿Dónde más consiguen eso? Se sienten bien chingones y los papás, o no les importan o se sienten orgullosos de si se compraron una moto o un juego con lo que ganan.

Una mujer de la zona explica que “la invasión de puro morrito” se dio tras el asesinato de los Martínez, quienes dominaban la zona. “A partir de ahí, los que se quedaron empezaron a usar a los morrillos para vender. La mayoría sueña con ser distribuidor o 18, que son los que avisan cuando se acerca la policía”.

Vestidos en pantalones entubados, playeras entalladas, con tenis de marca, los jóvenes lucen cabezas rapadas de los costados con un circulo de cabello en el centro. Viven en un lugar donde la violencia no sólo es una forma de vida, sino que se celebra. A los niños se les enseña desde chiquitos a no dejarse, a agarrarse a madrazos a los otros, a ser los más chingones, detalla una joven que hace trabajo comunitario en la zona.

“Su modelo de inspiración lo escuchan en el reggaetón, los narcocorridos y películas de mafiosos. Su objetivo es ser de los grandes de la zona; mover su propia mercancía. Si les preguntas que si no les importa que los baleen, te contestan que no”.

Los vecinos, dicen, tampoco confían en las autoridades. Muchos trabajan en el Ejército, de granaderos, judiciales y hasta en la AFI. No saben cómo cruzar las empinadas calles y estrechos corredores donde los jóvenes narcomenudistas juegan a tirar balazos, como si fueran cohetes.

El encargado del despacho delegacional, Erick Reyes, destacó que no es un problema sólo de Álvaro Obregón, sino de toda la ciudad y que sólo aquí se han hecho programas sociales y para evitar el consumo de alcohol y drogas.