Editorial
Ver día anteriorMartes 29 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Grecia: política europea mezquina y sucida
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a Unión Europea (UE), por medio del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), inyectó ayer préstamos por 18 mil millones de euros a los cuatro principales bancos de Grecia, todos privados: 7 mil 430 millones para el Nacional, 4 mil 700 millones para el Piraeus, 3 mil 970 millones para el Eurobank y mil 900 millones para el Alpha. Se busca, con esta medida, compensar las pérdidas experimentadas por las empresas bursátiles por el canje de deuda.

Esta generosidad, que se presenta en el contexto de los planes de recapitalización de los bancos europeos, contrasta significativamente con el recelo de Bruselas a otorgar créditos al gobierno griego, el cual, tras una negociación a la baja, recibió únicamente 4 mil millones de euros, suma que contrasta con los 19 mil millones destinados a un solo banco español (Bankia), en riesgo de quiebra por su enorme cartera de préstamos alegres en el sector inmobiliario.

En términos generales, la inflexibilidad y la dureza mostradas por las instancias europeas ante las instituciones públicas y la población griegas resultan insultantes si se les compara con la enorme disposición de esas mismas instancias a ayudar a corporativos privados. Los datos referidos constituyen una radiografía nítida de la indiferencia al drama social que se vive en el territorio griego y en otras naciones mediterráneas –España, de manera notoria– y el designio neoliberal de rescatar a toda costa los capitales privados, incluso si éstos tienen una responsabilidad inocultable en la génesis de la crisis que azota actualmente al viejo continente.

Para colmo de males, Grecia se debate actualmente en una profunda crisis política a consecuencia de la dispersión del voto en las elecciones legislativas pasadas, de las cuales no emergió ningún ganador claro, y con cuyos resultados no ha sido posible conformar una mayoría legislativa estable.

En tal circunstancia, las exigencias europeas –promovidas con particular energía por el gobierno alemán que preside la canciller Angela Merkel– de sacrificar a la población de la nación helénica y su renuencia a apoyar financieramente a la administración pública pueden detonar una nueva espiral de ingobernabilidad y de pasmo institucional. Por esa vía podría tornarse inevitable la expulsión de Grecia de la zona euro y, con ella, un agravamiento de las duras condiciones materiales que enfrenta la mayor parte de la población.

No es fácil entender, sin embargo, que las autoridades europeas no sean capaces de prever las consecuencias negativas que un hecho semejante acarrearía a Europa en su conjunto. La salida de un solo país de la eurozona podría, en efecto, generar un efecto dominó en el continente y llevarlo a una depresión económica sin precedente en la historia. En esta perspectiva, la insensibilidad europea podría revelarse como una estrategia suicida. Cabe esperar, por ello, que los órganos políticos y económicos supranacionales del viejo continente, acaso con el contrapeso que representa el nuevo gobierno francés de François Hollande, sean capaces de ver hacia adelante y de emprender, por el bien de todos los europeos, un viraje en sus políticas de ajuste.