Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de mayo de 2012 Num: 899

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Tres poemas
Olga Votsi

McQueen y Farhadi,
dos rarae aves

Carlos Pascual

Veneno de araña
Carlos Martín Briceño

Cazador de sombras
con espejos

Ernesto Gómez-Mendoza entrevista con Juan Manuel Roca

Los infinitos rostros del arte
Gabriel Gómez López

Bernal y Capek: entre mosquitos y salamandras
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Ricardo Sevilla

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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De viajes y otros lugares

Dos cortometrajes –Vivir y Beso negro– y un largometraje documental –Bardo– en sus faltriqueras creativas le han sido suficientes al egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, Gabriel Mariño, para acometer la realización de su primer largometraje de ficción, titulado Un mundo secreto (2012), mismo que ha participado en varios festivales fílmicos –verbigracia la Berlinale, el de San Sebastián en España y el FICG en Guadalajara, en sus más recientes ediciones–, y que forma parte también de la programación del trigésimo segundo Foro Internacional de la Cineteca.

A partir de un guión escrito por él mismo, apoyado en el trabajo de verdad sobresaliente en la cámara de Iván Hernández, y acompañando a Pedro G. García en labores de montaje, Mariño logró una pieza  narrativa sólida, compacta y, tratándose de una ópera prima en largo de ficción, prefiguradora de lo que más adelante, cuando los términos meramente cuantitativos den pábulo, quizá permita hablar de una voz fílmica propia o de un estilo personal.

Dicha posibilidad se incrementa al considerar que Mariño ha elegido un tema y un género que, en años recientes y en esta cinematografía nuestra, son más que frecuentes, si no hasta un tanto manidos: por citar sólo ejemplos de ésos que llegan muy rápido a la mente, póngase A tiro de piedra y Vete más lejos, Alicia, cintas que con Un mundo secreto forman una tríada de road movies mexicanas, realizadas en el último lustro, que además de la pertenencia genérica tienen en común algunos otros aspectos, entre los cuales el más importante es, sin lugar a dudas, la coincidencia en hacer que su protagonista sea una persona joven y solitaria, en el primero de los casos un hombre y en los dos restantes una mujer.

No obstante, las diferencias entre los filmes de Sebastián Hiriart-Elisa Miller y el de Mariño comienzan a perfilarse precisamente en dicha elección argumental: mientras Hiriart propone al personaje Jacinto Medina –en A tiro de piedra– y Miller hace lo propio con la Alicia del título de su filme, Mariño es el único que, de entrada, rompe con esa suerte de atadura –o jettatura– genérica, en virtud de la cual pareciera no solamente obvio sino inevitable que un realizador hombre cuente historias “de hombres” y una mujer cuente historias “de mujeres” (muy en otro registro y con un talento fílmico bastante más elevado, Tideland, de Terry Gilliam, es otra feliz demostración de lo que puede lograrse cuando se quiebran ciertos convencionalismos). Así pues, Mariño deposita lo mismo que sus colegas Hiriart y Miller, es decir, entre varios otros pesos el de la responsabilidad dramático-actoral, así como el icónico, en cantidades muy próximas al total, no en un personaje masculino sino en  una joven llamada María –encarnada en Lucía Uribe, una estupenda no actriz que a partir de esta experiencia decidió estudiar actuación. Toda enormísima proporción guardada, el acierto de Mariño cae en los terrenos del ya citado Gilliam o, en literatura, de Flaubert creando a Mme. Bovary, vale decir, en los de una apuesta bastante más arriesgada que la comparativamente simple de reflejarse, creativamente, en el alter ego que inevitablemente acaba siendo un personaje central en una road movie, máxime si se trata, como es el caso, de una en donde –y aquí de nuevo una de las reincidencias temático-formales más acusadas de nuestro cine reciente– el viaje tiene como propósito último o acaso único, el famoso “encuentro con uno mismo”.

Felizmente, Mariño no se contenta con que su María agarre sin más ni más la mochila, se la eche al hombro y se convierta en mero pretexto para que los ojos del espectador puedan ver uno y mil paisajes/lugares/detalles que de tan parejamente bonitos –o mala, tristemente embonitados– acaban por dar lo mismo, luego de todo lo cual se supone que uno debería sentirse tan empático como resulte posible con esa epifanía profana consistente en “haberse hallado”. Es decir, algo así le sucede a María pero, a diferencia por ejemplo de lo que pasa con la Alicia de Miller, ella sí tiene una carga de vida, de historia personal y de cotidianidad que la acompañan durante el viaje, y es precisamente a partir de dichos antecedentes –que por cierto no paran de incidir en los sucesos del viaje– que se vuelve no nada más verosímil, sino en efecto cercana, semejante a uno en su inevitable diferencia. Se trata, pues, algo así como de un viaje a un lugar conocido –por no llamarle común–, empleando para ello una ruta igualmente conocida, pero que al final conduce a un sitio inesperado.