Opinión
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Desfiladero

Diálogo de mordazas: el debate que viene

A

tención anulistas: he aquí dos espléndidas razones para que sigan llamando a votar en blanco o simplemente a no acudir a las urnas. Primera: anteproyecto del artículo 299 del nuevo Código Federal de Procedimientos Penales (CFPP), propuesto por Felipe Calderón y que hasta ayer muy temprano impulsaban los legisladores del PRIANAL-Verde y los chuchos:

La policía, durante la investigación, podrá solicitar a cualquier persona la aportación voluntaria de muestras de fluido corporal, vello o cabello, exámenes corporales de carácter biológico, huellas digitales, extracciones de sangre u otros análogos, así como que se le permita fotografiar alguna parte del cuerpo, siempre que no implique riesgos para la salud y la dignidad.

Segunda: anteproyecto del artículo 300: La policía podrá realizar la inspección de un vehículo cuando existan indicios de que se ocultan en él (sic) personas, instrumentos, objetos o productos relacionados con el delito que se investiga. (...) Cuando se tengan indicios de que está en peligro la vida o la integridad física de una persona, la policía no requerirá autorización para la inspección y, salvo que las circunstancias lo impidan, la diligencia se ejecutará y podrá ser videograbada.

Como en 2007 no pudo imponernos la ley Gestapo, que habría permitido a la Policía Federal entrar a nuestra casa sin la orden escrita de un juez, en 2010 y 2011 Calderón cabildeó, también sin éxito, la reforma a la Ley Federal de Seguridad Nacional que habría legalizado los abusos cometidos por los miembros de las fuerzas armadas en perjuicio de personas inocentes, so pretexto de la guerra contra el narcotráfico.

Después de fracasar en ambas intentonas –y mientras ahora hace hasta lo imposible para obtener inmunidad (y evadir la acción de la Corte Penal de La Haya después de diciembre) regalándole, por ejemplo, 14 mil millones de dólares al FMI y 4 mil 800 más al BID–, el jefe mínimo volvió a la carga este año al tratar de añadirle al CFPP dos artículos tan monstruosos como el 299 y el 300.

Gracias a uno de ellos, como quedó asentado arriba, la policía podría solicitarnos, cuando se le antoje, una aportación voluntaria de semen, líquido vaginal, sangre, orina y excremento o, en su defecto, obligarnos a que nos practiquen extracciones de sangre u otros análogos, arrancarnos pelo de la cabeza y vello del pubis, introducirnos dedos o espejos en cavidades corporales y fotografiar cualquier parte de nuestra anatomía (artículo 299).

Tanto los propietarios de automóviles particulares, como los choferes de vehículos de carga o de pasajeros, no podrán evitar de ningún modo que la policía registre sus unidades, videograbe la inspección y siembre, ¿por qué no?, supuestas evidencias para culpabilizarlos. Todo ello acompañado, claro está, de múltiples violaciones más a las garantías individuales, que no pasaron de contrabando en el cuerpo de la ley Gestapo ni de la reforma a la Ley de Seguridad Nacional.

Ayer, en San Lázaro, no pocos diputados del PRI se rebelaron sorpresivamente, al exigir que el nuevo CFPP regrese a la comisión que lo redactó y, cuando sea revisado, quede en último lugar de la lista de asuntos pendientes. A tiempo comprendieron que ellos mismos iban a sufrir en carne propia tamañas aberraciones apenas perdieran el fuero. Ahora, no olvidemos que la aprobación del CFPP se frustró, en parte, porque Gerardo Fernández Noroña y Jaime Cárdenas Gracia, legisladores del Morena, tomaron la tribuna el jueves.

¿A qué obedece la insistencia calderónica de legalizar el terror de Estado? A una obsesión propia, pero también a exigencias de la Casa Blanca. Recordemos que, a principios de 2007, ordenó a los diputados panistas derogar la Ley Federal de la Neutralidad, que desde el periodo de Lázaro Cárdenas prohíbe a ejércitos extranjeros estacionarse en nuestro territorio. Esa maniobra, que también le salió mal, reveló su sometimiento a los intereses militares estratégicos de Estados Unidos.

Por fortuna, la agenda anexionista de Calderón y Hillary no se concretará antes de las elecciones, pero tampoco después, si la mayoría del pueblo entiende que los comicios de julio pueden inaugurar un proceso de liberación nacional. Sin embargo, ante los continuos tropiezos de los candidatos de las televisoras, entre los ciudadanos de a pie, y sobre todo entre los que se comunican a través de las redes sociales, crece la certeza de que el IFE, el TEPJF, el gobierno y los dueños de todo están montando un simulacro de elección democrática para incrustar en los pináculos del poder al supuesto puntero de las encuestas.

Como éste ha hecho una involuntaria pero rotunda ostentación de sus limitaciones retóricas, el debate que se celebrará el domingo 6 de junio fue reducido por el IFE a un patético diálogo de bocas amordazadas. Cada participante dispondrá de sólo dos minutos (¡120 segundos!) para expresar lo que piensa de cada tema de interés para los votantes, de acuerdo con las molestias que al respecto ha externado el político tabasqueño postulado por la coalición Movimiento Progresista.

Pero la estrategia del grupúsculo de magnates que aspiran a seguir manejando al titular del Ejecutivo durante seis años más resulta ya tan obvia que no será difícil predecir su desenlace. La noche del 6 de junio, después del show, en todos los televisores del país habrá cónclaves de sesudos politólogos que nos explicarán, como si fueran profesores de literatura china antigua, cuán pasmosas y deslumbrantes fueron las revelaciones que los candidatos de la derecha hicieron en sus brevísimos monólogos.

En seguida, las casas encuestadoras al servicio de los medios que a lo largo del sexenio no se han cansado de alabar a Calderón confirmarán al puntero en primerísimo lugar y, en aras de un poco de credibilidad, situarán lejos de éste, pero muy cerca del máximo dirigente opositor del país, a la señora que no consigue explicar por qué su eventual gobierno sería diferente al actual. Esta –como se dice en los oscuros tugurios donde se practica la trigonometría sobre fieltro– es una carambola cantada.

Desde que la televisión se erigió en nuestra cultura como supremo factor del poder, vivimos en dos realidades simultáneas: aquella que protagonizamos como personajes estelares de nuestra propia vida y la que vemos tramposamente deformada en la pantalla chica. Sin darnos cuenta preferimos ocuparnos de la realidad televisada para escapar de nuestra realidad personal: distraernos con comedias de risas grabadas, conmovernos con telenovelas de lágrimas de Vaporub, emocionarnos con gritos de narradores deportivos histéricos y convencernos con falacias de levantacejas sin escrúpulos.

¿Por qué se propaga la sospecha de que esta forma de control social está dejando de funcionar? ¿Por qué los candidatos de la televisión acusan, día tras día, signos de nerviosismo, provocados por acontecimientos que no aparecen en la televisión? ¿Por qué cuando les brotaron tantos colmillos y cuernos diabólicos quitaron súbitamente los retratos panorámicos del maniquí que tapizaba los muros de todas las calles del país para intoxicarnos con su omnipresencia? ¿Acaso la realidad que no sale en televisión es ya tan apabullante, insoportable, dolorosa y terrible que empieza a poner en ridículo la realidad televisada? No votar, compañeros anulistas, significará también votar por la supremacía de la pantallita.