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Luis Javier Garrido: la dignidad de una vida libre
N

o dio tregua al poder. No hizo concesión alguna con los poderosos. Guiado por sus convicciones, acudió adonde fue requerido para tratar de impedir injusticias y ayudar a construir un país libre y democrático. Luis Javier Garrido fue, sin desmayo alguno, hasta el final de sus días, un intelectual público comprometido con la crítica al príncipe.

Profesor universitario, hombre culto, amante de las letras y la música, lector y aficionado al cine, dueño de una voluminosa biblioteca y una espectacular videoteca, autor de dos libros claves sobre la vida política de México relativos al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y la Corriente Democrática, Luis Javier hizo política en favor de las mejores causas a través del periodismo.

Sus artículos semanales en La Jornada, organizados invariablemente en forma de 10 tesis, son un ejemplo vivo de, como dijo Genaro Carnero Checa sobre la trayectoria periodística de José Carlos Mariátegui, acción escrita. Garrido hizo del periodismo un ejercicio vivo. Su palabra desbordaba calidad histórica.

Sus artículos eran una breve pero profunda disección de la realidad política nacional. En ellos reconstruyó la vida de un tiempo, e incidió en esa vida. Siempre enterado, dotado de una pluma ágil, escribió sus pequeños ensayos con un lenguaje eficaz, particular, alejado de las abstracciones bizantinas y escolásticas.

Sus análisis se convirtieron en parte del sentido común de una amplia franja de la izquierda mexicana. Él construyó una forma de entender y explicar la realidad política nacional que tuvo gran influencia, no porque fuera citado con frecuencia, sino porque pasó a formar parte de la visión del mundo del campo nacional-popular. Anticipó ideas-fuerza sobre el país que al ser formuladas parecieron estridentes o fuera de foco, pero que con el tiempo fueron aceptadas como verdades evidentes.

Sus críticas provocaban gran escozor en el mundo intelectual. Implacable con el poder y sus amanuenses, enfrentado con la nomenclatura universitaria y la mayoría de los dirigentes de los partidos políticos, pero al mismo tiempo poseedor de credenciales académicas del más alto nivel, enfrentó tanto la descalificación como el vacío de una parte de la República de la Letras. La derecha intelectual lo acusó de xenófobo de izquierda por la aguda radiografía que hizo del hoy difunto Juan Camilo Mouriño, al que bautizó como el aventurero gallego.

Su compromiso con la defensa de la democracia, la soberanía nacional, el petróleo, la causa zapatista, la lucha contra los fraudes electorales de 1988 y 2006, la huelga universitaria de 1999 y un conglomerado variopinto de luchas sociales fue más allá de sus textos periodísticos. Lo mismo asesoró movimientos populares que redactó documentos de análisis de posicionamiento político, que dio conferencias en los más diversos foros.

Interesado en desentrañar las claves del altermundismo, asistió como enviado de La Jornada a los foros sociales mundiales en India (2004), Porto Alegre (2005) y Nairobi (2007). Escribía sus reportes con pluma fuente y los enviaba a la redacción del periódico en la ciudad de México vía fax, donde eran capturados para su publicación. A pesar de las dificultades que cualquier periodista tiene para orientarse en esos actos que se desarrollan sin agenda precisa y no llegan a conclusiones, sus notas reprodujeron agudamente la riqueza de los debates y los dilemas que atraviesan el movimiento de movimientos.

Sus artículos contenían con frecuencia referencias futboleras. Para explicar la política mexicana citaba a César Luis Menotti y su teoría del achique, que no es una forma de jugar, sino un recurso para recuperar la pelota y reducir al adversario el espacio de juego. También a Helenio Herrera y su explicación del catenaccio como estrategia defensiva que trata de impedir el triunfo del contendiente con todo tipo de obstáculos.

Luis Javier consideró al EZLN una lección de dignidad y de heroísmo cívico. Emocionado, narró cómo el 17 de febrero de 1994, durante el estreno de una nueva puesta en escena del Nabucco, de Verdi, al interpretarse el Va, pensiero, sull’ali dorate del coro de los hebreos, una voz anónima gritó, siendo secundada de inmediato “¡Vivan los indígenas! ¡Vivan, los zapatistas! Cuando su cercanía con el movimiento de López Obrador lo distanció de los rebeldes del sureste mexicano, manejó sus discrepancias con elegancia y prudencia.

Crítico implacable de los últimos cinco sexenios, catalogó a la administración de Felipe Calderón como un gobierno de facto y a México como un narcoestado. Según Luis Javier, el significado del fraude de 2006 quedó claro a lo largo de esta administración: lo que se acordó entonces fue que Estados Unidos respaldaría al panista para instalarse en la silla presidencial, a cambio de que el nuevo gobierno le entregara sin reservas el control de los recursos básicos del país. De acuerdo con él, los halcones washingtonianos impusieron a Calderón la estrategia de la seudoguerra contra el narco, a fin de alcanzar estos objetivos.

Pieza fundamental de esta ocupación es el Plan México, que –de acuerdo con el analista– busca instalar por Estados Unidos un más pleno y abierto sistema de dominación, en función de su petróleo y su interés geopolítico. Este plan entraña hacer del país un espacio de las guerras de Estados Unidos. Desde esta lógica –asegura– la lucha contra el narcotráfico es un pretexto para el apoderamiento abierto de las trasnacionales de los recursos estratégicos de México, y el control por Washington del territorio nacional. Lo que existe hoy entre ambos países, gracias a las administraciones panistas, es un pacto de sumisión militar y entrega de soberanía por nuestro país.

Decía Goethe, en una frase que le gustaba citar a José Revueltas: Sólo es digno de la vida libre aquel que pasa sus días en lucha desigual. Luchador permanente contra el poder y la injusticia, Luis Javier Garrido fue, indiscutiblemente, digno de la vida libre.