Opinión
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De la guerra
N

unca imaginó Karl von Clausewitz, el clásico tratadista sobre la guerra, que se le invocaría para examinar lo que sucede en México. Como lección de Clausewitz destaca su aseveración central que como tratadista inigualado impone: La guerra nunca debe ser un propósito por sí misma, ni debe buscar destruir, sino vencer. Primera gran lección para Felipe Calderón y sus asesores que no quisieron considerar. Creyó encontrar en un combate regional que devastaba y sigue devastando a su tierra, Michoacán, la autoridad, personalidad y trascendencia que no pudo conquistar por el camino electoral.

Otra de las grandes ideas del estratega prusiano es la necesidad de considerar la distinción filosófica entre guerra ideal y guerra real. Nuestros cruzados a priori creyeron en la ideal. Por axioma todo les saldría bien. En la guerra real debe decidirse, antes de iniciarla, si se va por una guerra llevada hasta alcanzar la destrucción del enemigo con todas sus consecuencias. Los cruzados nunca fijaron el objetivo pretendido.

Creyeron sin razonar en la guerra ideal, la que ganarían por inevitable destino, pero la supuesta destrucción del enemigo nunca se dio. Sigue siendo tan fuerte como entonces y más belicoso, y a diferencia de aquel tiempo, se ha adueñado de 70 por ciento del territorio. Conclusión: si alguien está extenuado es el gobierno y sus ejércitos exhibidos ante el fracaso. El narco goza de buena salud. Fracaso provocado por el propio Calderón y su ignorancia.

¡Despreció Calderón tantas cosas! Unas que su sensibilidad le debería haber advertido. Otras, muchas, que sus asesores callaron para no contradecirlo y obsequiar sus párvulos ensueños. Uno le expresó: ¡Suélteme las manos y acabo con ellos! Fue aquella reunión de diciembre, errática, catastrófica para el país. Es un ejemplo de la aberración posible del poder combinado con la ignorancia.

Y de la guerra, ¿qué? Pues que no sólo está perdida, sino que otra vez, con increíble irresponsabilidad, no se asumen las consecuencias para un largo futuro totalmente imprevisible: 1. No se acepta que hay que revisar las decisiones iniciales; se rechaza obsesivamente una concepción distinta, integral. 2. No se acepta que la trascendencia sexenal del problema será una herencia lastimosa, no para el próximo gobierno, sino para el pueblo. 3. Las instituciones combatientes han evidenciado que nunca podrán triunfar aplicando más de lo mismo.

En lo operativo, la guerra sigue con grandes deficiencias. Las mayores: 1. Inteligencia, nunca ha habido suficiente en cantidad, calidad y oportunidad. Vale observar, como resultado, que después de cinco años se sigue actuando a la defensiva: la prueba son Veracruz, la Laguna, Acapulco, Guadalajara. Es el crimen el que elige dónde y cuándo. 2. Descoordinación. Todos siguen actuando a placer. Nunca ha habido un mando unificado. El gabinete de seguridad no es el órgano correspondiente, no tiene capacidades operativas, ni el Presidente tiene antojo por conducirlas. Para él esos individualismos resultaron una guerra interior, su otra guerra, una guerra intestina que tolera. Es un desastre. Todos contra todos. Algo nunca visto: tres secretarías luchando contra lo mismo, sin ninguna coordinación.

3. Objetivo. La guerra de Calderón sí existe aunque ahora niegue el vocablo. No es una guerra regular, no es una de guerrillas, tampoco es una guerra civil, o por lo menos no aún. Es una guerra atípica, sin un objetivo específico, determinado.

Su aventura conjunta todas las características obligadas para definir a su guerra como tal: hay beligerantes, hay empleo de recursos humanos, armamento y materiales, hay destrucción de vidas de enemigos y de inocentes. Se pierden bienes públicos y privados y se reduce el territorio que una vez fue sometido a la ley.

Por parte del crimen sí hay objetivos: control de autoridades, control territorial y de la población como base esencial para expandir su libre mercado. A 200 años de distancia, Clausewitz sigue vigente, sus axiomas inmutables, inviolables. Incumplirlos tiene consecuencias: se llevó al país a una guerra que tarde, sólo cuando acaben de aclararse sus horizontes, se presumirán sus verdaderos alcances políticos, económicos y sociales.