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El laberinto del fauno y Ghost Dog, el camino del samurai, entre las cintas proyectadas

Entre sobrevivientes marroquíes abren espacio al cine mundial

Jemaa el Fna, o plaza de la Aniquilación, es patrimonio inmaterial de la humanidad

Encantadores de serpientes, tatuadoras de henna, danzantes, músicos y adivinos confluyen diariamente en el lugar

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Vista de la sede del festival internacional de Cine de MarakechFoto Reuters
Enviado
Periódico La Jornada
Miércoles 7 de diciembre de 2011, p. a10

Marrakech, 6 de diciembre. Encantadores de serpientes, tatuadoras de henna, danzantes tradicionales, músicos folclóricos, curanderos (que con sus remedios de incienso o huevos de aves exóticas pueden curar hasta la infertilidad, dicen), adivinadoras de la fortuna, saltimbanquis, vendedores de jugos de naranja y de toronja, odontólogos ocasionales (es decir, sacamuelas), narradores de historias, entre otros extraños oficios, confluyen diariamente con cientos de marroquíes y turistas, atraídos por su magia.

Se trata del lugar más famoso de Marrakech y quizá uno de los más populares y visitados de África: la plaza Jemaa el Fna, o plaza de la Aniquilación, nombrada así porque hace cientos de años servía de escenario para ejecutar a los que cometían algunos delitos.

Esta ancestral explanada se ubica en el centro de Marrakech y es considerada patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco. Es un auténtico escaparate de la vida y cultura de los marroquíes.

Rodeada por locales de café y comidas tradicionales, así como de negocios de venta de productos locales, Jemaa el Fna es desde el pasado sábado (y hasta el viernes) una sala de cine gratuita a la que han asistido cientos de personas para presenciar una película por día. La de ayer fue Vosta, cinta de Marruecos protagonizada por uno de los actores más populares del país: Mohamed Bastaoui, el Ernesto Gómez Cruz de la nación magrebí. También se han exhibido Vatel, de Roland Joffé; Ghost Dog, el camino del samurai, de Jim Jarmuch; El imaginario doctor Parnassus, de Terry Gilliam, y El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, de México, país al que reconocen por cierta similitud genética y por sus jugadores de futbol.

Sin embargo, no hace falta colocar una megapantalla para que la Jemaa el Fna sea uno de los puntos más concurridos de esta ciudad. Lo es siempre. Allí se puede comer económicamente o sólo tomar café o té luego de ir a comprar los tradicionales regalos para turistas: artesanías, velos, mascadas, chilabas y palestinas, etcétera.

En los viejos locales ubicados alrededor del polígono, en los que pareciera que el tiempo no hubiera pasado, el sonido de las flautas y percusiones sirve de música de fondo. En esos sitios predomina la presencia masculina; hombres, que con sus atuendos tradicionales o chilabas (túnica larga con capucha de variados colores), se reúnen a toda hora del día para reflexionar, pasar el rato, charlar. Es como nuestro Zócalo capitalino, la Merced, la Lagunilla y la Ciudadela en un solo lugar.

No es una plaza arquitectónicamente de la mejor estética ni la más limpia. Es el gueto para que los turistas dejen euros o dólares, pero tiene un toque especial. Se pueden conseguir desde pañuelos desechables, artículos locales y chinos, hasta productos para fumar y levitar, los cuales son ofrecidos por vendedores políglotas. De a 50 dirham por pequeño carrufo. Un euro equivale a 11 dirham, la moneda oficial.

La plaza está hecha para que quienes gustan tomar fotografías se suelten el pelo con el folclor exótico. Pero eso sí, a algunos personajes no les gusta que los retraten y otros, la mayoría, cobran por ello. Puede ser hasta de 100 dirham la toma de la imagen de alguien con una cobra colgada al cuello. Los encantadores de víboras, dicen en árabe, francés, inglés y algunos hasta en español: “Somos muchos y tenemos que alimentar a las serpientes (bueno, México como España, crisis, ¿verdá? Ta’ bien 60)”. Tienen a los animales colocados en el piso, como mascotas, adormecidas por una ardilla a la que usan para tranquilizarlas.

Ciudad y gente modernas

Para llegar andando se tiene que ser hábil en el arte de driblar y hacer faena para no ser atropellado por las decenas de carros, motocicletas y bicicletas que pasan por las calles circundantes (y en casi todas las de la ciudad), en las que hay pocos semáforos. O sea, el respeto al peatón simplemente no existe en Marrakech; sin embargo, y con las nuevas reformas a la constitución de Marruecos aceptadas por el rey Mohamed VI, retoma su intento de modernidad, al grado de que por las calles y en algunas zonas, sobre todo en la parte nueva de la ciudad –donde abundan los hoteles de lujo–, se puede observar a chicas y chicos vestidos a la usanza de las más recientes tendencias de la moda, aunque no olvidan usar el chilaba ni sus babuchas (zapatos blandos sin suela).

Y es que, rodeado de mezquitas y de un gran mercado de artesanías caracterizado por una estridencia sonora, el Jemaa el Fna, que en abril pasado fue blanco de un atentado (para precisar, en el café Argana, el más visitado), en el que perecieron 15 personas, la mayoría visitantes europeos, se enganchan con el color y el exotismo árabe-bereber, y con el crisol de culturas y religiones, en las que prevalece el islamismo, pero también conviven el judaísmo, cristianismo y paganismo.