Opinión
Ver día anteriorLunes 5 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Pepe Faroles
E

n el ruedo apareció el último toro de la corrida antes de la pachanga pueblerina del toro de regalo. Un precioso novillo berrendo, alunarado, botinero y las patas negras, en contraste con el resto del cuerpo que lo hermoseaban aún más, y el que escribe imaginaba a ese cabal Pepe Faroles en su barrera de sombra sin querer dar crédito a lo que sucedía en el ruedo.

Una novillada de El Nuevo Colmenar siguiendo el ritmo de la temporada con bichos débiles, sin transmisión rodando por el ruedo que recibían un puyacito, mansos mensos y que reducían la emoción del toreo. El sol se había sepultado tras las manecillas del reloj de la plaza y el crónico seguía imaginando a Pepe Faroles entristecido, observando cómo se esfumaban la pasión de su vida en la soledad de su asiento, mientras celebraba una rigurosa meditación sobre su vida. En el ruedo El Zapata daba espectáculo en los pares de banderillas que perdían emoción por la falta de malicia de los novillones. Con la muleta se acababa la espectacularidad que reaparecía con un par de estocadas; una en todo lo alto y la otra muy desprendida, pese a lo cual cortó orejas en ambos toritos. Pepe Faroles en su meditación contemplaba el vacío siempre lleno de sabiduría y no le asombraba pero le dolía que su obra quedara casi en el olvido poco a poco. En la misma forma que la fiesta de sus amores lentamente se esfuma.

Sí, Pepe Faroles no fue otro que una de las mejores escritoras nacidas en México. Fallecida hace unos 30 años vivió la época de oro del toreo en México. Josefina Vicens sólo escribió dos novelas. De lo bueno poco: Un vacío siempre lleno y Los años falsos. Por ese motivo Josefina fue objeto de un homenaje del grupo de escritoras mexicanas académicas. En el que participaron las universidades de la ciudad, lo mismo que UNAM, UAM, ITAM, Iberoamericana y el INBA y el Conaculta, que publicó el libro editado espléndidamente por Maricruz Castro y Aline Pettersson, quienes escribieron emotivos prólogos. Así como Graciela Martínez, que escribió Diez estampas para el rescate de una aficionada: las crónicas taurinas de Pepe Faroles. Y la siempre entusiasta participación de Gloria Prado –el alma de la literatura en la Iberoamericana–.

Tiempo habrá de escribir de Josefina, mas quiero dejar testimonio en esta crónica de esa gran escritora que se asomó al drama de la vida-muerte que era la fiesta brava y que cada tarde deja de serlo. Dígalo si no el becerreco de regalo escurrido de carnes que lidió Jesús Martínez El Cid de la ganadería de Marrón. Mucho torero para tamaño torito que restaban cualquier emoción a su refinada y clásica torería.

Habrá que recobrar por parte de los aficionados las crónicas de Josefina en la revista Sol y sombra y Torerías. Esa Josefina a la que un boxeador amigo de Carlos Arruza, molesto por sus críticas al torero llegó a golpearla encontrándose que no era un señor si no una señora. ¡Y qué señora!