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Ver día anteriorLunes 5 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La viuda preñada
E

l capitalismo del siglo XXI parece una versión de la concepción acerca del cambio social ofrecida por el pensador ruso Alexander Herzen luego de la revolución de 1848: La muerte de las formas contemporáneas del orden social deben complacer más que perturbar al espíritu. Pero lo que es aterrador es que el mundo que se va deja tras de sí, no un heredero, sino una viuda preñada. Entre la muerte de uno y el nacimiento del otro, mucha agua correrá, una larga noche de caos y desolación.

Toda proporción guardada con el escenario de referencia de Herzen, la crisis de las economías más desarrolladas que se expresaron con fuerza con el crack bursátil de 2001 y la debacle bancaria asociada con la deuda inmobiliaria en 2008 –la más profunda desde la década de 1930–, puede verse como una transformación aún indefinida del capitalismo financiero, pero que carga con el embrión gestado por su antecesor.

Uno de los cambios más significativos del capitalismo, que se fue generando desde mediados de los años 1970 con el fin de los acuerdos de Bretton Woods, es el de la persistente separación del financiamiento y los procesos productivos creadores de riqueza. El capital ha tendido desde entonces a reproducirse en términos preferentemente financieros, con un mayor contenido y nuevas formas de especulación.

La globalización se ha prendido de esta forma de acumulación, junto con desplazamientos significativos de la localización espacial de las actividades productivas con consecuencias relevantes en la organización del trabajo, la creación de empleo y la generación de ingresos. Juntos, ambos procesos: la financiarización del capital y la redefinición integral del trabajo marcan hoy las tendencias del desarrollo, los conflictos sociales y las tensiones institucionales del sistema.

A diferencia de las diversas crisis que desde 1980 se propagaron por una serie de países en América Latina, Asia y también en Rusia, ahora éstas ocurren en Estados Unidos y Europa, centros financieros mundiales y fuente de buena parte de la demanda de bienes, servicios y materias primas.

Los efectos de los nuevos patrones de la acumulación mediante la proliferación de esquemas financieros y la reordenación productiva, junto con la transformación demográfica en los países más desarrollados, han impactado en el financiamiento de los gobiernos. En Estados Unidos la larga etapa de bajas tasas de interés se asociaba con la generación de activos (como fue el caso de la construcción de vivienda), que habría de sostener la capacidad de crear flujos para cubrir la pensiones y el sistema de salud.

La quiebra de este modelo, una vez que los precios de las viviendas empezaron a caer y se desfiguró la abultadísima creación de instrumentos de deuda (las hipotecas basura), puso en evidencia el límite de tal estrategia de crecimiento. La caída fue abrupta. La deuda pública aumentó rápidamente y la fragilidad general es mayor.

La transmisión de la crisis por medio de las operaciones interbancarias y los propios excesos en varias economías europeas fue rápida. La situación en Europa indica la magnitud no sólo económica de la crisis sino, también, su expresión política. Las desigualdades de las economías de la zona euro, al igual que en los regímenes políticos y las conformación de las sociedades está llevando la situación a un extremo.

La homogeneidad entre los países de la región muestra sus límites y los costos que resultan de los ajustes recesivos no se pueden imponer fácilmente sobre quienes se han beneficiado de los arreglos europeos, especialmente desde la implantación del euro.

Cualquier acuerdo eminentemente financiero en torno de la deuda pública de diversos países pasa ahora por el replanteamiento de los tratados que dieron lugar a la Unión Europea y a la moneda común. Si surge un renovado esquema de integración europea, necesariamente estará definido por la situación de la que emana.

El paso de una unión monetaria a una fiscal con el Banco Central Europeo y el gobierno comunitario como pivotes es complicado y puede significar una zona euro más reducida que la actual. La viuda está preñada. La canciller alemana Angela Merkel ha sentenciado que habrá por delante varios años difíciles para mucha gente en Europa. Sabe bien que los propios alemanes no quieren perder demasiado. En esa zona económica compuesta por 27 países, 17 de ellos afiliados al euro, el federalismo es aún un esquema precario.

Los datos que surgen a diario en Europa y Estados Unidos con respecto al desenvolvimiento de la economía: producción, empleo; y de los mercados financieros: tasas de interés, endeudamiento público y privado, déficit fiscal, variaciones de los mercados de valores y de divisas, muestran grandes fluctuaciones y tardarán en expresarse en tendencias más definidas que reduzcan el nivel actual de incertidumbre e infundan confianza entre los agentes económicos.

De una u otra manera los demás países han tenido que irse adaptando a las condiciones de la crisis en los países centrales. Ahí también hay incertidumbres acerca de la capacidad de arrastre que pueden tener China y otros países llamados emergentes. El escenario internacional a mediano plazo está marcado por la evolución de la crisis en lo que ha sido el centro del proceso de acumulación del capitalismo mundial a uno y otro lado del Atlántico, hoy tocado y más endeble.