El rock se elitiza. Festival One Music & Arts
os conciertos de buena factura nacional e internacional siguen abundando para sonrisa de quienes amamos la música. Sin embargo, poco se habla públicamente del abuso en que incurren de forma cada vez más libre quienes los organizan, comenzando por el altísimo costo de las entradas para ciertos recintos, y continuando con los precios de locura de los productos que venden, como agua embotellada y bebidas alcohólicas, por citar ejemplos básicos. La pregunta es por qué no hay topes de precios en los accesos a conciertos y en lo que ponen en venta ahí dentro.
La excusa podría venir de que el esquema de la industria musical ha cambiado, pues las ventas de discos desde hace unos 10 años ya no implican un ingreso significativo para músicos ni promotores ni disqueras, debido al auge de las descargas digitales. Así, el abuso de esas antiguas casonas en extinción, que suelen comer del talento ajeno, se ha mudado al área de los conciertos en vivo, pues de algún lugar había que sacar ganancias.
De llevarse a cabo de forma racional, ello no sería criticable, pues con este nuevo esquema el artista recibe ingresos de las descargas legales, de forma más directa y cuantiosa que cuando las recibía mediante las casas discográficas, de modo que las grabaciones son ya sólo un medio de promoción para que el público vaya a ver en vivo al músico. Y está bien: el músico merece tener buenos ingresos. Sin embargo, esto ha propiciado que, sin queja ni reclamo del público (que como en otros ámbitos sociales, se deja robar sin chistar), los empresarios se ensañen sangrando con boletos carísimos para el promedio de nuestra clase media a la baja. No es creíble que tan altos costos estén siendo impuestos por los mismos artistas, pues el que ofertas musicales de niveles similares sean mucho más baratas en unos foros que en otros, o en otras partes del mundo, avala la certeza de que el alza reciente en los precios proviene de sus operadores.
Dicho dominó ha provocado que la escena de rock capitalina se torne elitista, no sólo en cuanto a nivel socioeconómico, sino cada vez más carente del espíritu que anima a escuchar la música por gusto hacia ella, para convertirse cada concierto en un evento para lucirse, socializar o presumir asistencia. La música, en segundo plano.
Por otro lado, ha significado bloqueo y pérdidas para muchos músicos, pues desde el foro más pequeño y supuestamente alternativo hasta los ligados a la operadora Ocesa, en vez de ser espacios abiertos a la expresión, son escaparates exclusivos para bandas que generen ingresos por encima del promedio, según el nicho de cada sitio. Así, las bandas en desarrollo o con público sólido, pero no hipercomercial o masivo, han quedado relegadas.
Si bien estos foros son un negocio, y buscan legítima subsistencia, el viejo fantasma de la falta de espacios
vuelve a imponerse, a pesar de que parezca, paradójicamente, que ahora hay más lugares que antes. El problema vuelve a ser que existen muy pocos foros de interés no comercial, abiertos a todas las manifestaciones, de orden público y no privado. Algunas bandas podrían ponerse idealistas y armar sus propios espacios; pero en la práctica es casi imposible: el músico apenas y puede con su creación, ejecución y automanejo, además de que todo ello implica fuertes inversiones, tanto de dinero como de tiempo y energía, cuando lo que quiere y debe hacer es tocar. Por ello, la exigencia que queda es que sean las instancias públicas las que regulen los abusos de las instancias privadas y a su vez ofrezcan alternativas. ¿Cuánto tiempo más las autoridades culturales de la ciudad de México, con muchos más habitantes que otras del país, van a seguir ignorando a sus jóvenes creadores?
Crystal Castles + Chromeo, entre otros
Sábado 12: La productora Vive-One presenta el último festival del año: el One Music & Arts, inclinado al rock electro-bailable que unas veces combina teclados y guitarras, y otras, beats de distinto origen, tanto de índole nacional como internacional: de Toronto, el maravilloso dueto Crystal Castles con su descontrol y euforia 8-bit-tech-noise oscura y juguetona; de Montreal, el funk & tronic del dúo Chromeo; de Brooklyn, la dupla electro-conceptual de Holy Ghost! en DJ set, así como la cantante electro-indie-trónica Class Actress; de Tel Aviv, el prog-house-trance de Guy Gerber; de México: la locura instrumental de Austin TV, la fantasía vocal de Hello Seahorse!, el pop amilanado de Los Daniels y Rey Pila, el electro pachecón de Timothy Brownie y los tapatíos de The Oaths; el garage de los McAllisters (Puebla), entre otros. Pabellón del Palacio de los Deportes, 15 horas, $500 y $700. Más recomendaciones en: patipenaloza
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