Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de octubre de 2011 Num: 865

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ana Thiel: sobre todo
la vida

Ingrid Suckaer

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

La reseña crítica en la mira
David Hernández Meza

Efrén Rebolledo o el
lujo de la lujuria

Enrique Héctor González

Adolfo Sánchez Vázquez: rebelión, antifascismo
y enseñanza

Stefan Gandler

El último gran marxista
de Hispanoamérica

Gabriel Vargas Lozano

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Manuel Stephens

Giselle

“Al poeta impecable, al perfecto mago de las letras francesas, a mi muy querido y venerado maestro y amigo Théophile Gautier, con los sentimientos de la más profunda humildad, dedico estas flores enfermizas.” Esta es la dedicatoria con que Charles Baudelaire inicia Las flores del mal, una de las obras poéticas más importantes de la historia. Gautier es el artífice de Giselle, el epítome del ballet romántico.

Giselle narra la historia del amor traicionado de su protagonista. Gautier concibe el ballet a través de la leyenda de las wilis que rescata el escritor alemán Heinrich Heine. Según Heine, las wilis provienen de una leyenda eslava sobre doncellas a punto de casarse que mueren antes de su boda y que no pueden descansar en paz por no haber satisfecho su pasión por bailar cuando estaban vivas. La versión de Heine difiere ligeramente de otras visiones: Meyer, por ejemplo, las califica como vampiros, espíritus de muchachas cuyo compromiso fue roto antes de las nupcias.

La génesis del ballet es la siguiente:  Gautier se encuentra casualmente con Jules-Henri Vernoy, marqués de Saint Georges, reconocido dramaturgo musical de la época, le cuenta la leyenda y, en colaboración ambos terminan el libreto en tres días. Gautier había planeado el ballet pensando en Carlota Grisi, a quien admiraba y de la que estaba profundamente enamorado; es así que el escritor muestra el libreto a Jules Perrot, maestro y esposo de Carlota, quien lo aprueba para el debut como protagonista de un ballet completo para Grisi. Perrot lo lleva al compositor Adolphe Adam (que termina los sketches en ocho días y toda la partitura en tres semanas); éste a su vez lo expone a Léon Pillet, director de la Ópera de París, quien lo acepta. El equipo de creadores se completaría con el coreógrafo Jean Coralli y Lucien Petipa en el rol de Albrecht, el amante de Giselle. Tras un tiempo récord en su concepción, con dos meses de ensayos, Giselle se estrena el lunes 28 de junio de 1841.


Oxana Kuzmenko en el ballet Giselle

El primer acto de Giselle está influenciado por el poema “Los fantasmas”, de Victor   Hugo, en el que una jovencita muere después de haber bailado toda la noche y, en el segundo acto, las wilis son presentadas como espíritus aéreos que se caracterizan por su amor a la danza, como las novias que mueren antes de casarse y son condenadas a vagar de noche en los bosques por haber bailado antes del matrimonio; su madre había advertido a Giselle sobre esta maldición, pero ella no le presta atención y sucumbe ante Albrecht. Las implicaciones de este discurso abiertamente simbólico ya resuenan como material profuso para la interpretación. Giselle representa la perfección del ballet romántico, por los artistas que participaron en su creación y por conjugar los principales intereses del romanticismo: la búsqueda del ideal, la exaltación de los sentimientos y de la individualidad. Todo en Giselle está en función de la puesta en escena. En el primer acto se delimita el carácter de los personajes y el conflicto a desarrollar enmarcados en las fiestas de la vendimia, lo que da lugar a que las danzas se dan no como entrées, sino que se insertan de manera natural y colaboran al desenvolvimiento de la historia. Este acto se instaura como el plano de lo real y en él se hace un profuso uso de la mímica. La división entre los “diálogos” y las danzas se reitera similarmente con un acto segundo, en el cual se abandona la realidad y se pasa al plano de lo fantástico y del símbolo. Siendo las wilis espíritus definidos por la danza, los personajes y la narración del segundo acto se vuelven por completo verosímiles. El interés en un montaje realista en lo fantástico de Giselle también se observa en el bailar en pointe, bailar sobre las puntas de los pies se vuelve un medio de expresión para definir al personaje y no sólo una muestra de virtuosismo; en el uso del tutú, ahora conocido como romántico, hecho de muselina que llega por debajo de la rodilla y que da la calidad etérea a las bailarinas, quienes inclusive aparecían volando al inicio del segundo acto por medio de recursos de tramoya. Giselle marca la cumbre del ballet blanc, pues cuenta también con la iluminación por medio de lámparas de gas que estaba siendo introducida en la época y que daba la posibilidad de crear atmósferas en el escenario.

Giselle es un hito del patrimonio dancístico mundial a nivel literario, musical y técnico, y como tal ha sobrevivido.