Opinión
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El periodismo del siglo XIX
M

uy concurrida estuvo el 21 de agosto la presentación en Bellas Artes de los dos tomos que sobre La vida en México preparó Blanca Estela Treviño para conmemorar los centenarios de 2010. Gran conmoción tuvimos los allí presentes cuando al intentar salir del Palacio, advertimos que se había desatado una balacera entre ambulantes y policías en pleno eje Lázaro Cárdenas: sin comentarios.

Estos tomos corroboran la necesidad de acudir al periodismo si se quiere tener una idea precisa de la historia literaria y cultural de México en esa centuria. A pesar de que la mayor parte de la población mexicana era iletrada, las páginas de las múltiples publicaciones periódicas surgidas de manera efímera o persistente en nuestro país, desde finales del virreinato hasta los tiempos de don Porfirio, registran cómo se gesta una nación y señalan dramáticos cambios históricos: la revolución de Independencia, el imperio de Iturbide, la república, las contiendas entre liberales y conservadores, el santanismo y la anarquía, las dos grandes intervenciones extranjeras, las guerras de Reforma, el imperio de Maximiliano, la República restaurada y el porfiriato.

El primer tomo abarca de 1812 a 1910 –de la Independencia a la Revolución– y colecciona escritos publicados en la capital, subraya la enorme centralización que ha aquejado siempre a nuestro país, verifica el carácter eminentemente político del periodismo de entonces, cuando la mayor parte de sus colaboradores eran a la vez hombres de pluma y de espada: Debido a las contingencias históricas y a las experiencias que vivieron cada uno de los estados del país, la prensa adquirió un papel preponderante en la contienda entre liberales y conservadores, y por lo mismo un carácter de combate político. Sí, muchos de quienes escribieron en la prensa de la primera mitad del siglo fueron nuestros más importantes escritores y algunos de los más destacados hombres de Estado y los forjadores de la emergente nación: José Joaquín Fernández de Lizardi (El Pensador Mexicano), Carlos María de Bustamante, Guillermo Prieto, Manuel Payno, Francisco Zarco. O Claudio Linati, quien trajo a México el primer taller de litografía y en 1826 fundó el primer periódico propiamente literario de México, El Iris, con Florencio Galli y José María Heredia, tres extranjeros que se avecinaron en México, participaron en la política e inauguraron una nueva forma de mirar, conservada en las litografías costumbristas del impresor italiano. Las colaboraciones de José Tomás de Cuéllar y de Ángel de Campo marcan un cambio definitivo en la manera de producir periodismo, acentuado aún más en las crónicas de Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Heriberto Frías y Justo Sierra, para desembocar con las de Luis G. Urbina y José Juan Tablada.

Ambos tomos llevan el mismo nombre y distinta cronología; el segundo abarca de 1849, después de la guerra de Texas, a 1910 y se organiza a partir de una investigación realizada por Dulce María Adame, de la que Blanca Treviño selecciona, dato muy novedoso e importante en este tipo de antologías, distintas crónicas y artículos publicados en diferentes ciudades de la República donde, como en la capital, abundaban las publicaciones periódicas, enumero los lugares, impresiona: Puebla, Mérida, Jalapa, San Luis Potosí, Guanajuato, Aguascalientes, Nayarit, Hermosillo, Villahermosa, Texcoco, Oaxaca, Veracruz, Saltillo, Querétaro, Uruapan, Zacatecas, La Paz, Colima, Mazatlán, Culiacán, allí se editaban los textos de los escritores locales y los que se aposentaban por un tiempo en provincia, por ejemplo, José Tomás de Cuéllar, quien en San Luis Potosí fundó La ilustración potosina, Amado Nervo en su ciudad natal, Tepic, publicando bajo los seudónimos de Román y Joie, o Ramón López Velarde, quien bajo el de Aquiles publicó en Aguascalientes y, más tarde, con su nombre, en Guadalajara, antes de trasladarse a México, poseedor ya de una prosa que anunciaba a un gran poeta.