Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de agosto de 2011 Num: 859

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Al pie de la letra
Ernesto de la Peña

Dos poemas
Eleni Vakaló

2012: Venus, los mayas y
la verdadera catástrofe

Norma Ávila Jiménez

Castaneda: la práctica
del conocimiento

Xabier F. Coronado

Trotski en la penumbra
Gabriel García Higueras

Juan Soriano en Polonia
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Los países latinoamericanos, pese a tener una historia común, distan mucho de estar en armonía recíproca. En México, por ejemplo, resentimos cierto resquemor cuando se habla de algún posible competidor, sobre todo si es de nuestro continente. Y esta actitud se manifiesta en especial en lo referente a la tradición cultural, la cultura del momento, la organización social, la historia en general y, por supuesto, la cocina, una de las formas literalmente deliciosas de la fisonomía de un pueblo. Pero el legítimo orgullo que sentimos por la gran imaginación culinaria, el refinamiento que entraña y la enorme variedad de platillos magistrales se transforma de inmediato en una desmesura, conveniente en verdad, pero desmesura al fin: hacer gestiones tardadas y laboriosas para lograr que se la nombre “patrimonio de la humanidad”. O mucho me equivoco o esta actitud indica, por muy justificada que esté por los hechos, una apetencia enorme de colocarse en primera fila. Y esta apetencia es característica de personas o pueblos que sufren continuamente carencias en el terreno público, en la vida social y en el ámbito personal.

Desgraciadamente México se encuentra en esta muy difícil situación. Creo que lo que más debe preocupar a cualquier mexicano bienintencionado es el quebrantamiento y la pérdida paulatina, pero ininterrumpida, de nuestros valores. La vecindad con los Estados Unidos ha aportado algunos beneficios pero la imitación extralógica de los modelos norteamericanos se ha infiltrado en nuestro medio y ha dañado a muchos, particularmente a los jóvenes. México, mucho lo tememos, es un país que quedará muy pronto en manos de ellos. ¿Qué espera a las generaciones futuras si no tienen raíces verdaderamente profundas en su tradición, en su lengua, en su comportamiento social y en su escala de valores?

Por si fuera necesario corroborar todo lo escrito anteriormente es suficiente echar una mirada a los jóvenes que transitan por las calles de México, distraídos de todo porque van oyendo música a través de sus audífonos: la bienvenida tecnología electrónica priva a los muchachos de cualquier independencia intelectual debido a las nuevas maravillas tecnológicas, como la Internet, la televisión y la radio, fundamentalmente. El atuendo mismo de las nuevas generaciones es una copia del vestir de los norteamericanos, el saber inglés se ha convertido, por fortuna, en una de las necesidades básicas de todos nosotros. Pero esto no debe excluir la cultura, muy variada y muy profunda, que podemos recibir de otras civilizaciones. Debería festejarse un día en que realmente se exaltaran los valores típicamente nuestros. Pero tal festejo tendría que ser, si queremos ser congruentes con nosotros mismos, el comportamiento cotidiano, la reflexión, el ánimo de servicio, el rechazo al dinero fácilmente habido… en una palabra, una exaltación de lo más noble que hay en todo ser humano.

Otra de las deficiencias que hay que corregir lo antes posible (aludo, fundamentalmente, al mundo de los adolescentes) es la lamentable estrechez de su vocabulario. En una estadística digna de confianza se encontró que el promedio de los jóvenes del Distrito Federal usa aproximadamente sólo ochenta y cinco palabras para expresar sentimientos, conceptos, en una palabra para decir su relación con el mundo y revelar parte de su intimidad, si es el caso.

Y a través de este síntoma descubrimos la causa profunda que, paradójicamente, está a la vista de todos: la pobreza metódica, educativa y cultural de la enseñanza en México. Este lamentable panorama se agudiza de modo especial cuando se habla de las comunidades rurales cuyos niños están encomendados a maestros incompetentes. Pero, por otra parte, hay que reflexionar que los sueldos que recibe el magisterio apenas cubren las necesidades elementales de la vida.

Un pueblo instruido tiene más defensas frente a los otros desafíos de la realidad que un conjunto semianalfabeto que padece las deficiencias heredadas. Este es otro de los muchos reproches lícitos que hay que hacer a los gobiernos.