Opinión
Ver día anteriorSábado 20 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La unidad de todos tan temida
L

a unidad de todos tan temida es la unidad programática porque para alcanzarla se necesita sacudir la inercia y los contubernios en los tres partidos.

Aparece con enorme claridad que, a pesar de reiterativos llamados a la unidad, los tres partidos están atravesados por sendas divisiones. Esos himnos a la unidad son más conjuros que propuestas serias. En todos se ha mantenido una frágil organicidad con base en el reparto de posiciones políticas. Pero eso hoy ya es insuficiente.

La razón es que en 2012 enfrentaremos situaciones inéditas. Se combinan desde hace ya varios años tres crisis. La crisis económica con sus ominosas derivaciones en desempleo, informalidad, pobreza y desigualdad. La crisis de seguridad como consecuencia de una estrategia equivocada y una enorme irresponsabilidad de segmentos de la clase política. La crisis de representación que se expresa en la enorme distancia entre la ciudadanía y los partidos.

Esta confluencia de crisis desemboca en lo que será el eje del debate electoral en 2012: cómo gobernar la pluralidad política y social.

Cómo gobernar la pluralidad lleva a plantearse al menos cuatro preguntas. ¿Cómo enfrentar el tema de un esquema de desarrollo sin desarrollo que sólo ha arrojado desempleo e informalidad? ¿Cómo confrontar la debilidad esa sí estructural del Estado mexicano? ¿Cómo construir una estrategia de seguridad humana frente a la violencia, la pobreza y vulnerabilidad de las que somos víctimas casi todas y todos? ¿Cómo garantizar rendición de cuentas de los partidos y de los gobiernos y mayor participación ciudadana?

De estas cuatro preguntas se derivan muchas otras interrogantes que constituyen a mi parecer la agenda de los problemas básicos que enfrentamos como nación.

La confluencia de las crisis, la debilidad de los partidos, el desprestigio de la clase política, la impunidad de los poderes fácticos, la insatisfacción ciudadana; todo obliga al debate y a la deliberación.

La unidad programática parte del disenso si se quiere auténtica y no maquillaje con el que frecuentemente se encubren los llamados consensos nacionales. Disentir es expresar claramente respuestas distintas para las que preguntas que hoy nos apremian. Pero disentir requiere también serenidad en el intercambio y particularmente propósito firme para arribar a consensos básicos.

Coincido con quienes consideran que sólo se puede gobernar en estos momentos la pluralidad –sin socavarla ni debilitarla y menos aún destruirla– a partir de construir la condiciones que hagan posible un gobierno de coalición de las tres fuerzas políticas principales e incluyente de expresiones sociales no partidistas.

Para arribar a ello se debe comenzar por clarificar las posiciones programáticas al interior de cada partido y de cada conglomerado social. No se trata de grandes designios sino de específicamente responder a preguntas semejantes a las planteadas párrafos arriba. Todas tienen que ver con el cómo.

Este es el tipo de deliberación que deberían tener Peña Nieto y Beltrones en el PRI, Vázquez Mota, Creel y Cordero en el PAN, y Ebrard y AMLO en el PRD. Este ejercicio ciudadano clarificaría otras preguntas que han sido pasto de elucubraciones. ¿Sabe debatir Peña Nieto? ¿Es Beltrones un político reformista? ¿Más allá del apoyo presidencial, qué plantea Cordero? ¿Apela Ebrard a las clases medias? ¿Asusta AMLO al votante independiente?

Estos debates frente a los potenciales electores en formatos que faciliten y fomenten la participación ciudadana pueden pavimentar el camino hacia un gobierno de coalición que signifique ante los ojos de todos, no un acuerdo en lo oscurito sino un pacto histórico de cara al país.

Es decir, deliberar sin circunloquios ni redes protectoras para delinear lo que podría ser una plataforma mínima de confluencia entre partidos y ciudadanos en vez de seguir por la pendiente que conduce al desbarrancadero.