Opinión
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Apuntes postsoviéticos

El comienzo del fin

U

n grupo de líderes soviéticos intentó, hace 20 años, el 19 de agosto de 1991, revertir las reformas que impulsaba Mijail Gorbachov, el padre de la perestroika (restructuración económica) y de la glasnost (apertura o transparencia).

Todas las metas que se fijaron el vicepresidente del país, el jefe del KGB, los ministros del Interior y de Defensa, entre otros golpistas –finalmente infringieron la ley al dar un golpe de Estado que fracasó y no contó con el respaldo de la población–, resultaron exactamente al revés:

Querían salvar el socialismo y precipitaron la llegada del capitalismo, en su versión más salvaje.

Querían conservar la URSS y provocaron, cuatro meses después, su disolución y, en lugar de una federación renovada, emergieron 15 países independientes.

Querían recuperar el papel rector en la sociedad que había perdido el partido comunista y forzaron su desaparición y el surgimiento del pluripartidismo.

Querían mantener una economía planificada –más bien burocratizada en exceso– y abrieron la puerta a la transición caótica a una economía de mercado.

Querían asegurar el cumplimiento de un mínimo de beneficios sociales para todos y lograron que la sociedad se dividiera en clases, con miseria para muchos y opulencia para pocos.

A consecuencia del fallido putsch, Boris Yeltsin se impuso a Gorbachov en su particular lucha por el poder y comenzó en Rusia un periodo de demokratia (democracia) que –por su corrupción y arbitrariedades– los rusos no tardaron en bautizar como dermokratia (agregándole en ruso una letra la palabra se convirtió en mierdocracia).

Veinte años después Rusia –aunque tiene una especie de democracia tutelada desde el Kremlin, se mantiene una enorme injusticia, aparecen nuevos magnates gracias a su cercanía con el poder, los petrodólares permiten derrochar en armamento y se reclama un estatus de potencia–, nada tiene que ver con la Unión Soviética y su sistema totalitario.

Rusia es, más allá del tópico, otro país y no hay vuelta atrás. Ello no obsta para que Vladimir Putin, el hombre fuerte del actual tándem gobernante, considere la desintegración de la Unión Soviética como la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.