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¿La Fiesta en Paz?

Cantinflas torero o el conocimiento cabal de la lidia

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El mimo de México en un fotograma de la cinta Así es mi tierra
P

aradojas de la existencia humana: tanta armonía, fraternidad, amor y respeto que recomendó el Cantinflas de sus películas en color, tras abandonar al personaje del joven humilde, ingenioso y hábil que se burlaba del orden establecido y de la autoridad hipócrita y abusadora, que tras 18 años de fallecido el gran cómico, su hijo y su sobrino aún mantienen un litigio por los derechos de 39 películas.

Pareciera una especie de venganza post mortem del personaje creado por Mario Moreno antes de subir de estatus, en la vida real y en las 12 o 14 películas donde aparece ya como empleado razonable o exitoso profesionista y guía moralizador de la clase a la que antes perteneció. En su ascenso llevó su penitencia, y el talento único del mimo en blanco y negro que arrasaba en las taquillas, cedió su lugar al triunfalista alineado con aspiraciones de liderazgo.

Pero al margen de sus aciertos y pifias como actor, Cantinflas fue un inteligente e intenso aficionado a la fiesta de los toros, criador de reses bravas que obtuvo triunfos inobjetables con su ganadería Moreno Reyes Hermanos, en el bello rancho La Purísima, en Ixtlahuaca, estado de México (el apoteósico indulto de Espartaco, tras la soberbia faena de Joselito Huerta, en el Toreo de Cuatro Caminos, en 1966, por ejemplo) y un torero de sólida técnica, dueño de una expresión que rebasaba lo meramente bufo para alcanzar lo esencialmente tauromáquico, al proyectar hondura y temple frente a novillos como los que hace años lidian en nuestras plazas los falsos ases.

La tauromaquia cantinflista, que no cantinflesca, pues delante de las reses más que andarse con rodeos aprovechaba cabalmente los conceptos de terrenos, distancia y colocación, se sustentaba no sólo en el humor y la antisolemnidad torera, sino en una aguda intuición de la lidia y en el dominio de las suertes, a las que añadía su incopiable capacidad de improvisación y lenguaje corporal.

Figurón del desfiguro taurino y sin haber sido el inventor del toreo bufo, Cantinflas le imprime a éste una categoría jocosa imposible de superar. Al valor y al gusto por estar en los terrenos del becerro o el novillo, sorpresivamente convertido en aliado gracioso, Mario, con conocimiento de causa y excepcional vis cómica, desmitifica el toreo y lo despoja del drama y la sangre para convertirlo en sol de histrionismo ocurrente pero voluntario, no como ahora, disfrazado de solemnidad, pero en general carente de la verdad que sólo confiere el toro con edad, trapío y sus astas íntegras.

La primera obligación del ser humano es ser feliz; la segunda, hacer felices a los demás, decía Mario Moreno, quien sólo hizo una película dedicada totalmente al tema taurino: Ni sangre ni arena (1941), con un paseíllo y un segundo tercio desternillantes. Eventuales e imaginativas actuaciones taurinas aparecen en Así es mi tierra, La vuelta al mundo en 80 días (en la inigualable plaza improvisada de Chinchón), El extra y El padrecito.

En esta última (1964) protagoniza a un inquieto cura que con el propósito de allegarse fondos para un dispensario actúa en un festival. Es la intervención taurina más completa del cómico en una película. Con el capote liado parte plaza de negro y con alzacuellos, andando como sólo él lo hacía, lancea a un torete muy bien armado, lo veroniquea con sabor y lo remata con una versión genial del manguerazo de Villalta combinado con una revolera. Hace un quite por chicuelinas, se echa el capote a la espalda y torea por ajustadas gaoneras, todo con un especial sentido del ritmo.

Inicia la faena con muletazos de tanteo y se pone a torear por la derecha con sabor y gran sentido de la ligazón. De pronto hace un desplante de rodillas, arroja la muleta y hace como que se quita de los ojos la inexistente melena. Limpias manoletinas cierran su actuación. ¿Y de la fiesta actual qué? ¿Qué de qué? ¿No ve los esfuerzos que hacen los de las inversiones en beneficio de la prosperidá del espectáculo? Usté nomás criticando y diciendo, hombre, no hay derecho de hacerle daño… Si ya nos reconoció España y nos va a reconocer la UNESCO, qué necesidad… ¡A volar, joven!