Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ternura suite
A

unque en lo personal no todos los textos de Édgar Chías me gustan, el consenso general, al cual me uno, es que se trata de uno de los dramaturgos más interesantes de su generación, no tanto por los premios recibidos (que no siempre son bien dados o representativos, como el Nacional de Literatura y Lingüística que obtuvo una autora tan mediocre como Maruxa Vilalta), sino por el ímpetu iconoclasta con que ha tratado de reflejar la realidad. Todo es política dijo alguna vez el dramaturgo y tiene razón que en otro momento declaró que no le interesa escribir obras políticamente correctas, lo que es muy bueno porque son los transgresores los que logran modificar algo su oficio y si resumiera lo que algunos colegas han opinado acerca de su obra, resaltaría que algunas constantes suyas son la lucha por el poder y el cuestionamiento de los roles femenino y masculino, que no excluye la idea de la violencia en la mujer.

Otro autor y director de la misma generación o poco menos, que destaca por el talento con que toca los temas más diversos, casi siempre a través de la expresión corporal casi gimnasta, es Richard Viqueira, también iconoclasta, también transgresor aunque de otra manera y por eso la unión de ambos teatristas, Chías como autor y Viqueira como director, prometían un espectáculo subversivo y de crítica a nuestra realidad. Y de hecho Ternura suite, irónico título para la brutalidad entre dos, un hombre y una mujer, es tremendamente subversiva al mostrar al desnudo la tortura de un ser humano por otro, pero me parece que para el autor es una especie de cul de sac en su exploración de la violencia, sobre todo la femenina, porque ya difícilmente puede ir más allá. Cierto es que el mismo Shakespeare, inserto en lo que se llamaría teatro de la sangre describió escenas brutales en Tito Andrónico pero que no se llegan a ver en escena, o el momento en que se ciegan los ojos a Gloucester en El rey Lear que se esconde a los ojos del público, es decir, sabemos de muchas bestialidades a través de la dramaturgia pero pocas son representadas en un escenario. El caso de Ternura suite es muy diferente, tanto por la obra como por su escenificación.

En el sótano del teatro Benito Juárez, un espacio diseñado por Jesús Hernández, con una escalera de peldaños en el muro de izquierda para el espectador y en el muro frontal, a la derecha, un pequeño cuadrángulo que da a la parte posterior del muro frontal, por donde el hombre entrará arrastrándose. El público es recibido por la mujer dormida sobre una tubería frontal y al poco tiempo debe hacer un simulacro de alarma y salir portando luces que le han sido proporcionadas. Si este simulacro es necesario o no por razones de seguridad del teatro, no se sabe, pero desde luego no es necesario para la acción dramática y la escénica. A la vuelta hombre y mujer dicen sus respectivos monólogos, con ropa de color y textura semejantes, como símbolo de que los dos géneros son igualmente propensos al sadismo si logran tener a otro en su poder. Se sigue una brutal violación a la mujer antes de que la situación se revierta y la mujer sea la dominante que somete al hombre, cualquier hombre en recuerdo de una anterior violación, a toda suerte de suplicios que van aumentando en intensidad a la vista del público hasta el aterrador final.

Los dos actores, Beatriz Luna y Emmanuel Morales con su buen desempeño y el trazo exacto y medido, como todo en las direcciones de Richard Viqueira, aumentan lo atroz de lo que se presencia. Desde el punto de vista escénico, es un espectáculo muy bien realizado, pero no se entiende a dónde lleva ni cuáles sean sus propósitos, excepto mostrar que las mujeres podemos ser tan crueles como los hombres y eso ya lo sabíamos porque la historia lejana y la reciente nos lo han demostrado, por no hablar de algunas notas de página roja. A lo mejor se trata de sacudirnos de esa especie de anestesia que nos invade ante el cúmulo de acciones violentas de la guerra calderonista, pero dudo que ese sea el propósito, aunque la acción se dé en un sórdido sótano, como en las dictaduras conosureñas y las torturas de soldados y policías mexicanos: esto es suponer demasiado de un texto y una escenificación que apenas orillan al teatro.