Sociedad y Justicia
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Tras caminar dos meses, mujer logra llegar con su esposo y todos sus hijos, una nacida en el viaje

Dadaab, esperanza para somalíes hambrientos

Con un poco de comida cada día y algo de agua potable tendremos lo necesario para sobrevivir, dice

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Niño somalí desnutrido, captado en el pabellón pediátrico del hospital de Banadir, en el sur de Mogadishu, ayerFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Jueves 4 de agosto de 2011, p. 45

Dadaab, Kenia., 3 de agosto. Durante su viaje de dos meses a pie entre Somalia y Kenia, Habiba Nur perdió la única forma de vida que conocía, pero ganó una nueva con el nacimiento de su hija.

Salado tiene apenas seis días. Nació en algún lugar a lo largo de los polvorientos caminos que decenas de miles de somalíes usan para llegar al campamento de refugiados de Dadaab, en el noreste de Kenia, mientras buscan escapar a una lenta pero segura muerte de hambre en su país natal.

Habiba, de 20 años, llegó esta semana a Dadaab junto a su esposo y sus tres hijos: Aden, de ocho años, Boro, de seis, y Ahmed, de tres. La mujer, en estado ya avanzado de embarazo, no tuvo más opción que huir mientras la peor sequía en más de medio siglo en el cuerno de África pone millones de vidas en riesgo.

Di a luz a este bebé en el camino, sin ninguna asistencia, dijo, sobre su viaje junto a otras dos familias. “No había ni un árbol ni un arbusto debajo del cual sentarse.

Los hombres no ayudan en estas cosas. Ni recuerdo cómo fue. Pero perdí tanta sangre que mi esposo dice que estoy anémica y por eso pierdo la memoria y la visión frecuentemente, contó Habiba por medio de un intérprete.

Si no hubiera sido fuerte y si mi esposo no hubiera estado conmigo habría dejado a uno o dos de mis hijos en el camino. Algunas madres hicieron eso con sus hijos enfermos, explicó.

Como acaba de llegar, Habiba aún no recibió raciones de comida ni fue sometida a los chequeos médicos que se hacen para registrarse en Dadaab, por lo que su familia subsiste gracias a la generosidad de otros somalíes más asentados. Por lo que veo, mi bebé parece estar bien. Pero nunca la llevé a un doctor ni sé dónde hay un hospital.

Hasta que realicen el proceso oficial, esta familia de seis miembros debe vivir en una tienda destartalada armada con algunas ramas y una sábana que trajeron de su casa, con apenas un cobertor plástico suministrado por Naciones Unidas. Tienen dos jarritos amarillos para el agua, que actualmente usan para afirmar la tienda debido a los fuertes vientos. Los rostros de los niños están cubiertos de polvo.

No había comida en Diinsor, su pueblo natal, en el centro de Somalia. Aquí al menos les dan algo de avena para empezar y les prometen maíz, aceite para cocinar, legumbres, arroz y utensilios.

Hay unas 29 tiendas similares en un terreno árido cerca de Dadaab, donde esperan pacientemente los recién llegados. Ellos dicen que tienen más suerte que aquellos que apenas recibieron algo de comida y buscan refugio bajo los árboles durante meses hasta acceder a material para levantar una tienda.

Entre mil 300 y mil 500 personas llegan cada día a Dadaab, que está por alcanzar los 400 mil habitantes. El campamento fue construido hace 20 años para 90 mil personas. En julio llegaron más de 40 mil somalíes a Dadaab, la cantidad mensual más alta en la historia del campamento, de acuerdo con Naciones Unidas.

Según Oxfam, los próximos cuatro meses empeorará la situación en Etiopía, Kenia y partes del sur de Somalia. La situación seguirá siendo clasificada como emergencia hasta fines de año, mientras en el sur de Somalia probablemente se declare la hambruna, indicó la agencia no gubernamental.

También procedente de Diinsor, Habiba Habibul, de 40 años, llegó a Dadaab hace un mes. Dice que caminó tantos días que ni siquiera pudo llevar la cuenta: quizá fueron 16, quizá 36. Habibul puso a sus siete hijos en una carreta, usualmente tirada por burros, y cruzó la frontera en Dobhley junto a su cuñado.

No teníamos pasajes de autobús en ninguno de los tramos. Nos fuimos por la tremenda hambruna, no por la violencia. Perdí algunos hijos antes que que comenzara la sequía. Pensé que si bien algunos más podían morir en el camino, quizá algunos sobrevivirían llegando a Kenia, explicó.

Si bien pudo atravesar sin problemas la porosa frontera, Habibul contó que tuvo que dejar atrás a su esposo. Dejó nuestro pueblo en busca de trabajo. Se fue lejos, donde vive su madre. No recibimos más noticias suyas y no podíamos esperar a que regresara. Todos nosotros habríamos muerto, afirmó. No sabemos dónde contactarlo. Quizá él también venga hasta aquí.

Habibul tiene parientes en Dadaab que llegaron aquí cuando se creó el primer racimo de tres campamentos: Ifo, Hagadera y Dagahaley.

Mis parientes tienen un hogar aquí. Tienen agua y alimento y sus hijos van a la escuela gratis. Algunos incluso hablan inglés, dijo.

Me dijeron que viniera aquí si me estaba muriendo de hambre. Somos campesinos y no lográbamos que creciera nada. Estamos contentos con lo que nos darán aquí.

En Dadaab, cerca del área donde se están quedando estos recién llegados, hay un cementerio, diario recordatorio del destino al que probablemente hayan escapado. Habiba no puede pensar en lo que dejó atrás ni mira hacia adelante.

Hay suficiente espacio y mi gente está aquí. Si conseguimos un poco de comida todos los días y algo de agua potable, tendremos lo necesario para sobrevivir.