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El imperio desfallece
L

as decisiones fundamentales para crear la globalización neoliberal que desembocaron en la crisis actual, se originaron en la que en su momento se llamó Comisión Trilateral. Miremos antecedentes.

En julio de 1973 el Chase Manhattan Bank logró que fuera presentada la comisión, un organismo privado cuyo ideólogo principal fue Zbigniew Brzezinski, al que pronto se sumó Henry Kissinger. Brzezinski se refirió a la novísima comisión como el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca. Estaban ahí los más grandes productores mundiales de petróleo, de acero, de automóviles y de radiotelevisión, y los principales grupos financieros del planeta como miembros activos.

Con el tiempo y las nuevas incorporaciones, la concentración de grandes firmas en la comisión iría a más. Sus propósitos crecieron: la distribución global del poder y las perspectivas y asuntos claves de la Comisión Trilateral. La Comisión se articuló atendiendo a las tres regiones hiperdesarrolladas del globo para las que había sido concebida; América del Norte (Estados Unidos y Canadá), Europa y Japón.

La idea según la cual los estados nacionales deben renunciar a su soberanía en aras de un proyecto supranacional, controlado e instrumentalizado por los cónclaves plutocrático-tecnocráticos, aparecía ya esbozada en un comunicado emitido por el comité directivo de la trilateral a raíz de la cumbre de 1975: La Comisión Trilateral espera que, como feliz resultado de la conferencia, todos los gobiernos participantes pondrán las necesidades de interdependencia por encima de los mezquinos intereses nacionales o regionales. Las manifestaciones en ese mismo sentido se sucedieron como algo habitual. Así, en una entrevista publicada por The New York Times (1/8/76), Brzezinski afirmaba que en nuestros días, el Estado-nación ha dejado de jugar su papel. El financiero Edmond de Rothschild dijo en la revista Enterprise: La estructura que debe desaparecer es la nación. El trilateralista, R. Gardner, destacaba en Foreign Affairs: Los diversos fracasos internacionalistas acaecidos desde 1945, a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por las distintas instituciones de reclutamiento mundial, requerían como refuerzo la creación de instituciones adaptadas a cada asunto y de reclutamiento muy seleccionado, al objeto de tratar caso por caso los problemas específicos y corroer así, trozo a trozo, las soberanías nacionales. El poder y la prepotencia a la luz del día.

David Rockefeller, cabeza oficial de la trilateral, expesaba sin ambages: De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional que se ha practicado durante siglos en el pasado por la soberanía de una élite de técnicos y de financieros mundiales.

La Conferencia de Davos de 1971 ya había concluido: En los próximos 30 años, alrededor de 300 multinacionales geocéntricas regularán a escala mundial el mercado de los productos de consumo, y no subsistirán más que algunas pequeñas firmas para abastecer mercados marginales. El objetivo deberá alcanzarse en dos etapas: primeramente, diversas firmas y entidades bancarias se reagruparán en el marco multinacional; después, hacia finales de la década, esas multinacionales se acoplarán al objeto de controlar, cada una en su especialidad, el mercado mundial.

Los planes del poder mundial avanzaron, pero fueron topándose con molestos sucesos inesperados. Apareció China, y sobre todo de la chistera emergió el endriago de la crisis financiera provocada por los tahúres del sistema financiero, lo que demostró cabalmente a ese ahora viejo poder mundial, que se pensaba absoluto, que desconocía absolutamente las consecuencias efectivas de todo lo que creían tener bajo control.

Nathan Gardels, director de Global Viewpoint Network/Tribune Media y de New Perspectives Quarterly, ha distribuido profusamente un texto sobre el reciente encuentro de Henry Kissinger con el principal think-tank chino sobre globalización. De acuerdo con Gardels, Kisssinger comparó la China de hoy con el Estados Unidos de 1947. Después de las guerras napoleónicas, observó Kissinger, Gran Bretaña se convirtió en la mayor potencia mundial, y lo fue durante más de un siglo. Sin embargo, en 1947, Ernest Bevin, ministro de Exteriores en el ocaso del imperio, se sintió obligado a decirle a su homólogo estadunidense: Estados Unidos es el primer acreedor mundial y, como tal, debe tomar la iniciativa a la hora de crear el nuevo orden. A partir de ahí, se sucedieron el Plan Marshall puesto en marcha por los estadunidenses para la reconstrucción tras la guerra, el papel dominante del dólar y el ascenso de EU durante el resto del siglo XX.

Hoy, China es el mayor acreedor y está donde estaba Estados Unidos en 1947, a las puertas de un nuevo orden mundial. Kissinger aseguró a sus anfitriones que, aunque esta transición de un sistema a otro tardará probablemente 30 años en completarse, el papel de China crecerá sin cesar, porque está obligada, por su propio interés, a dar forma a un sistema mundial que se ha alejado del polo del Atlántico Norte para aproximarse al país asiático y las economías emergentes.

En realidad, allá abajo, en los abisales de la economía mundial, el desfallecimiento del imperio gringo había empezado cuando la trilateral hacia sus planes.

Kissinger pide ahora la colaboración a China, pero en el futuro cercano de este país está el surgimiento del ciudadano chino con todos los amargos conflictos y la agitación social que ello conllevará. ¿Podrá China en esas condiciones ser la cabeza principal de un nuevo poder multipolar?