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Valeri Gergiev es director de las orquestas Mariinsky y Sinfónica de Londres

Músico ruso pide respetar las identidades culturales para tener un mundo mejor
The Independent
Periódico La Jornada
Martes 28 de junio de 2011, p. 6

Ámsterdam. Es oficial: Valeri Gergiev es el director de orquesta más ocupado de la Tierra. El mes pasado, estadísticas del sitio web de música clásica Bachtrack así lo confirmaron a un público que no se sorprendió demasiado: ya desde hace tiempo Gergiev era notorio por un calendario que podría asesinar a un alma menos resistente. Un asiduo a las salas de conciertos comentó que el número de apariciones de Gergiev mencionado en el sitio, 88, era incompleto: la verdadera cifra probablemente se acerca a 130. En promedio, una cada 2.8 días.

En Ámsterdam, una mañana después de interpretar la Sinfonía No. 15 de Shostakovich en el Concertgebouw con su amada Orquesta Mariinsky, Gergiev se materializa a tiempo para la entrevista con The Independent, con aspecto un poco cansado. Al dirigir la devastadora última sinfonía del compositor ruso, el maestro, de 57 años de edad, una vez más se ha exigido al límite.

¿Qué se siente ser el director más ocupado del mundo? ¿Es una acusación o un reconocimiento?, dice medio en broma. Pongámoslo en forma más peligrosa: se me puede acusar de hacer demasiado, pero no de hacer demasiado con demasiadas orquestas. Me enfoco en las principales relaciones de mi vida.

Eso quiere decir la Mariinsky –ha sido director general de la ópera de San Petersburgo desde 1996– y la Orquesta Sinfónica de Londres (OSL). A veces aparece en la Met de Nueva York, o en Milán, Viena, Berlín o Suecia; también reúne a su Orquesta Mundial por la Paz dos veces al año. “Valoro las relaciones más que dirigir por prestigio –afirma–. Eso lo hice hace 20 años. No queda orquesta que no haya dirigido varias veces, pero no es eso lo que me hace feliz.”

Cuando fue nombrado director principal de la OSL, en 2004 (asumió el puesto tres años después), los agoreros del destino predijeron desastre. Gergiev estaba demasiado ocupado, decían; la OSL, orquesta insignia del Reino Unido, sería el violín segundo de la Mariinsky. “Hace cinco años se decía que no tenía tiempo para la OSL –señala el director, y luego esboza una sonrisa traviesa–. ¡Lo siento! ¡Les falló! ¡La OSL es gran parte de mi vida!”

¿Qué ha ocurrido entonces con la OSL en los años de Gergiev? Creo que hemos hecho música, y trabajamos intensamente, con 50, a veces hasta 64 conciertos al año. Creamos una atmósfera que hace que casi cada concierto sea especial e interesante. Una historia es nuestro trabajo en Londres; la otra son nuestras apariciones en ciudades del mundo, las cuales recuerdo con mucha satisfacción. Las giras se han extendido más allá de Europa occidental, Estados Unidos y Medio Oriente, hacia nuevas localidades en el Báltico y los Balcanes, de Tallin a Zagreb. La OSL es una fantástica embajadora de la cultura musical británica, sostiene Gergiev.

El repertorio ruso está entre sus prioridades, como también los compositores vivos, notablemente Henri Dutilleux y Rodion Shchedrin, quienes han tenido apariciones estelares en extensas series de la OSL. Pero su Wagner y su Strauss han crecido en años recientes, sus sinfonías de Mahler grabadas en concierto se acercan a un ciclo completo, y promueve con gusto a sus cantantes favoritos de la ópera italiana. A veces su manera de abordar el repertorio no ruso atrae controversia, pero es más frecuente que provoque llenos totales y ovaciones de pie. Su exceso de energía parece atraer fuerzas místicas dondequiera que va.

Gergiev nació en 1953 en Moscú, de padres oriundos de Osetia del Norte. Su padre era oficial del ejército y fue asignado a Vladikavkaz, donde se crió la familia. Valery y su hermana Larissa, hoy directora de la Academia Mariinsky de Jóvenes Cantantes, mostraron su talento musical desde temprana edad, pero la muerte de su padre, cuando Valery tenía 14 años, tal vez le imprimió la intensa determinación que ha marcado toda su carrera. Osetia aún le inspira lealtad: llegó con rapidez allá a dar un concierto luego de la masacre en la escuela de Beslán, y llevó su apoyo moral al pueblo cuando Georgia y Rusia se disputaron con violencia la región, en 2008.

Continuó sus estudios en San Petersburgo (entonces Leningrado) con Ilya Musin, y su carrera empezó en forma modesta, con un segundo lugar en el Concurso de Dirección Herbert von Karajan, cuando tenía 23 años, y un nombramiento en la Orquesta Sinfónica de Armenia a principios de la década de 1980. Pronto comenzó a trabajar en el teatro Mariinsky (que aún era el Kirov), como director asistente de Yuri Temirkanov. Un extraordinario voto de confianza de los músicos de esa orquesta lo lanzó en la senda que ha seguido desde entonces: lo eligieron director principal en 1988, pese a que competía con figuras tan consagradas como Mariss Jansons y Gennadi Rozhdestvensky.

Hoy Gergiev da la impresión de ser tan vigoroso estadista como músico. Tiene inmensas aspiraciones para la Mariinsky y, al enfrentarse con los lazos inevitables entre las artes, la política y los dueños del dinero, su tenacidad y habilidad diplomática han rendido frutos sustanciales. En 2006, en buena medida gracias a su esfuerzo, se abrió una nueva sala de conciertos Mariinsky en San Petersburgo, y actualmente se construye una gran casa de ópera.

Ese teatro, llamado Mariinsky 2, es una obra colosal. Pospuesto varias veces, y con un costo que según el Estado llega a 18 mil millones de rublos (unos 640 millones de dólares), casi el doble del cálculo inicial, se le considera uno de los más caros de la historia. Debería estar terminado en junio de este año, pero va muy rezagado.

“La expectativa ahora es que abra para el Festival de las Noches Blancas del año próximo –indica Gergiev–. Es un proyecto enorme y difícil, pero esperemos que también sea parte exitosa de esta larga historia. Comenzó en 2003, cuando en mi país había la sensación de que la economía mejoraba y que San Petersburgo, siendo un gran centro cultural, ganaría mucho con una nueva casa de ópera. Está claro que la Mariinsky alcanzó presencia mundial hace mucho tiempo.”

Es inevitable que esto haga surgir el tema del presidente ruso y ex primer ministro Vladimir Putin. Todo el mundo dice que es mi amigo, señala Gergiev, sin confirmarlo ni negarlo, pero añade que el rumor de que él y Putin son padrinos de sus respectivos hijos es totalmente falso.

“Conozco a Putin desde hace mucho y tenía la esperanza de que cuando llegó a primer ministro no perdiéramos por completo la integridad de Rusia –comenta–. La gente olvida que en 1999 la cuestión era si Rusia podría sobrevivir. Putin tuvo un papel histórico con sólo salvar al país del colapso. Es una tarea enorme. La historia lo juzgará, y de hecho ya lo hace.

“Luego del derrumbe de la Unión Soviética no había apoyo del Estado a las artes, o muy poco, y ningún patrocinio privado. Hoy existe apoyo estatal y también patrocinio, aunque puede que para la Mariinsky sea más fácil que para algunas orquestas de regiones más remotas.

Foto
Valerie Gergiev

“Putin –añade– nunca desdeñó la importancia de las instituciones culturales. Para él organizaciones como el Hermitage, el Bolshoi, la Mariinsky y el Museo Pushkin fueron siempre prioritarias. Por eso me parece apropiado decir que fue un buen líder para Rusia.

En mi país no hay modo de que el presidente o el primer ministro se olviden del Hermitage o de la Mariinsky, y por eso nos reunimos varias veces al año. No hay forma, creo, de que Putin olvide que sólo hay un Hermitage en el mundo y que pertenece a Rusia; nadie puede hacerlo. La gente diría que es arrogante o tonto. Y así es como comenzó la historia del nuevo teatro.

El nuevo teatro de 2 mil asientos será un agregado al Mariinsky histórico, no un remplazo. Aprovechará la enorme demanda de funciones durante el festival anual de las Noches Blancas y más allá; sobre todo, subraya Gergiev, permitirá a la compañía expandir su trabajo con escuelas y jóvenes.

“Nuestros programas para escuelas y universidades ya son enormes –dice– y serán aún más grandes. La aspiración es trabajar no sólo con todas las preparatorias y universidades, sino también con las primarias, para niños de cinco a 10 años; para mí es el corazón dorado del público, los niños que esperan ver su primer Cascanueces o su primer Lago de los Cisnes.

El proceso será apoyado por nuestra capacidad de dar muchos conciertos con lleno total. El éxito de nuestra actividad comercial significará que podamos sufragar lo que queremos hacer.

Pero, ¿y Gran Bretaña? Ahora que se amenaza con severos recortes a las organizaciones artísticas y a la educación en el país, ¿estará dispuesto, como director principal de la OSL, a dar allá la misma batalla por las artes?

“Siempre estoy dispuesto –responde de inmediato– y lo que sea posible se hará de inmediato. Cuando entra un nuevo gobierno, se necesita hasta un año para entender cuál es o era la promesa, cuál es la realidad, y la gran realidad económica que rodea todo. Nadie puede garantizar a ningún país o ciudad del mundo el liderazgo durante cinco años, a menos que exista un proceso muy dinámico de pensamiento, no sólo sobre los sucesos económicos, sino también sobre los culturales; si éstos adquieren importancia nacional, entonces también son importantes a escala global. Yo creo que la OSL, la Ópera Real y el Museo Británico son símbolos nacionales.

Si uno va a Japón y visita un restaurante japonés, respeta las costumbres: se quita los zapatos. Si no respeta las normas culturales tradicionales, lo ven como un visitante no grato. Así también tenemos que respetar nuestra propia identidad cultural, y luego la de otros; entonces el mundo se vuelve un mejor lugar. Es fácil hablar de estos temas, pero difícil ver cómo esto se va a volver la norma en muchas partes del mundo.

En otras palabras, el financiamiento estatal de las artes debe formar parte del respeto del gobierno por las tradiciones nacionales. “El apoyo a las instituciones culturales no debe ser cada vez más pequeño: eso es peligroso –declara Gergiev–. En el Reino Unido no se va a seguir el modelo estadunidense.”

El desafío más inmediato de Gergiev en Gran Bretaña, sin embargo, es de carácter musical: la Novena Sinfonía de Mahler, la última que completó el compositor, cuyo centenario de fallecimiento es este año. Una obra tan personal que casi parece pertenecer a un mundo más allá del nuestro. “Cuando uno dirige las sinfonías finales de algunos compositores –la Sexta de Chaikovski, la Novena de Bruckner, la 15a. de Shostakovich y sin duda la Novena de Mahler–, siente ciertas energías musicales extraordinarias flotando alrededor –afirma Gergiev–. No es una energía que se imponga con brutalidad, sino algo que no se puede tocar ni describir, pero está allí. Cada interpretación de la Novena de Mahler está destinada por lo menos a empezar con un elemento adicional de misticismo.

La última página es sin duda un esfuerzo enorme; un cierre, pero también una apertura: se mueve hacia lo desconocido. Hay un temor, una solemnidad en esta quietud. La música no está en las notas que se escuchan, sino entre ellas; se tiene en cierta forma este silencio horripilante, pero al mismo tiempo es algo sagrado, un espíritu que muere o parte. Por tanto, debe producirse otra sonoridad, y el silencio es como si uno prácticamente dejara de respirar. Hay allí cierto sentimiento místico, y tal vez uno se tiene que abandonar en manos de esa fuerza desconocida.

Muchas fuerzas intangibles parecen rodear a Gergiev: es un tigre musical que arde con extremada brillantez. La energía que transmite en la ejecución es inconfundible; su estilo es único, con dedos temblorosos, una quemante concentración en los ojos y un asombroso magnetismo físico. Todo está en el filo de la navaja. ¿Cómo sobrevive a su propia intensidad?

“Mi estrategia es construir relaciones –responde– y trabajar a largo plazo con ciertas orquestas y cantantes. Mi trabajo con cantantes como Natalie Dessay, René Pape, Anna Netrebko, Olga Borodina y muchos más es algo que se construye poco a poco.” Con la soprano francesa Natalie Dessay ha grabado Lucia di Lammermoor, de Donizetti: Sólo le pregunté cuál sería su deseo más importante. Y la grabación de Parsifal, de Wagner, con la Mariinsky, es resultado, dice, de 15 años de fructífero trabajo con el bajo alemán René Pape.

“Mi receta para la supervivencia es ésta: a menos que ya no lo disfrute, hágalo y procure estar inspirado y tal vez también inspirar a algunas personas a su alrededor –declara–. Si siente que no es así, deténgase.”

Gergiev ha racionalizado partes de su calendario. Dice que ahora sólo viaja a Estados Unidos tres veces por año, y no siete u ocho, y que quiere ver más a sus hijos, Abisal, Tamara y Valeri. Su esposa, Natalia Debisova, es una pianista de Osetia; se casaron en Vladikavkaz en 1999, cuando ella tenía 19 años.

Con todo, con un año en el que asumirá un nuevo cargo como presidente de la Competencia Internacional Chaikovski, dirigirá un Festival de las Noches Blancas cuajado de estrellas e iniciará una fastuosa temporada de la OSL, llena de resplandecientes delicias rusas, no hay indicios de que el fenómeno Gergiev decrezca. El director piensa en grande, apunta a lo alto y logra resultados. Podemos alegrarnos de tenerlo entre nosotros.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya