Opinión
Ver día anteriorJueves 16 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Casi un pueblo
E

xiste la idea, casi siempre refrendada por la realidad, de que las escenificaciones del llamado teatro comercial de buen nivel –hablamos del que suelen hacer Morris Gilbert, Federico Compeán y OCESA– no entrañan búsquedas formales ni desafíos de algún tipo, pero que en general están realizadas con profesionalismo y cuidado. Casi un pueblo, primera obra del actor estadunidense John Cariani, dirigida por Manuel López Velarde, a primera vista ofrece cierta innovación con sus nueve historias en la que dos actrices y dos actores interpretan a diecinueve personajes y en que, en algunas de ellas, se amalgaman magia y amor. Pero esto es sólo a primera vista, porque si se ahonda un poco se advierten muchas deficiencias, tanto en el texto como en el montaje.

La obra de Cariani transcurre supuestamente en un caserío de algún lugar –quizás Groenlandia–muy cercano al Polo Norte en plena Aurora Boreal, de allí su nombre de Casi, porque no llega a tener los suficientes habitantes para poder llamarse pueblo. Dada esta premisa, habría que suponer que existe alguna ligazón entre los escasos pobladores y que las pequeñas historias que se nos cuentan aparezcan dentro de un entramado. Tal presupuesto no es muy original y ya sea dado en obras de diferente tema y estilo, pero en todo caso aparecería como más lógica que ese puñado de historias sueltas, en que a veces los personajes no se conocen y deben presentarse –por ejemplo la del principio, la del bar y otras– como si en lugar del casi se tratara de una gran metrópoli. La confluencia del amor y la magia tiene su encanto y en algunas historias, como la del bar, llega a ser inquietante como la anticipación del tatuaje BIP en el hombre y el apodo de la mesera, aunque la sucesión de escenas que intentan dar todos las posibilidades del amor, desde el enamoramiento, el abandono y la falta de comunicación, sean trazos que no se sostienen al mismo nivel.

Manuel López Velarde es autor y director muy conocido en el circuito del llamado teatro comercial, para diferenciarlo del de arte o propositivo, sin concesiones, y dirige con muy buen ritmo tanto las escenas como los cambios de historia y de lugar con oscuros muy breves. Este es un mérito de su dirección, pero en algunas historias parece olvidar el lugar en que se desarrollan y, junto con su escenógrafa Elizabeth Álvarez (de Cuarto Arquitectura y Diseño) apuesta por el pobrismo innecesario, como en la casa de la joven poco femenina a la que su amigo David obsequia un cuadro y en donde la magia del amor resulta previsible y en donde el cursi corazón iluminado –por Xótchil González, la diseñadora de la iluminación– da al traste con cualquier intención de teatro adultos.

En cambio, el diseñador de vestuario, Mario del Río, respeta el clima frío casi siempre al vestir a sus personajes. Pienso que es ésta la falla mayor del montaje de la que se derivarían las otras, mínimas si se toman aisladamente. López Velarde, que ya en la primera escena nos da un anticipo del lugar, con la Aurora Boreal, parece olvidar la ubicación geográfica de lo que narra. Hace que los dos actores (Bernardo Gamboa y Moisés Arizmendi) en la escena que tienen juntos hablen con acento de chilangos de barrio bajo, lo que me imagino que resultaría de lo más exótico en Groenlandia; por cierto que van en mangas de camisa y beben, y como fondo y asiento las cestas de plástico para refrescos o cerveza que ese vuelve casi leiv motiv de la escenografía, ya que seguramente los groenlandeses se refrescan para evadir el intenso frío. Los actores mencionados y las actrices Gabriela de la Garza y Úrsula Pruneda, que será relevada por Mónica Huarte, realizan un limpio trabajo de actuaciones no vivenciales.

Esta es la gran diferencia entre el teatro comercial y el que se dirige a la alta intelectualidad como se llega a decir con mofa, es decir el propositivo y sin concesiones. A pesar de los errores que el segundo tenga, se puede decir que la mayoría, si no todos, de los directores que se desean creadores estudian lugar y época de las obras que van a montar y no cometen esos errores de criterio que López Velarde acumula, por prisas o por ignorancia, en éste al que me venido refiriendo. Ojalá el exitoso director disminuya sus ritmos de trabajo y logre acercar los parámetros de lo comercial a lo propositivo y de calidad.