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Es un escaparate para que la periferia llegue al arte hegemónico

La Bienal de Venecia intenta un barniz de democracia con artistas no europeos

La mexicana Mariana del Castillo propone en un dibujo una relectura fresca de los códices prehispánicos

Pabellón egipcio rinde homenaje a joven artista asesinado por la policía

Especial
Periódico La Jornada
Martes 14 de junio de 2011, p. 6

Venecia. La estructura en pabellones nacionales que caracteriza a la Bienal de Venecia era históricamente coherente en el momento de su nacimiento, en 1895, cuando los estados europeos se afirmaban tras la caída de grandes imperios (austro-húngaro, otomano, ruso), e Italia y Alemania tenían poco tiempo de haberse unificado.

Hoy al parecer esa fórmula ha perdido vigencia; la movilidad humana y los alcances de la tecnología llevarían a pensarlo así.

¿Cómo explicar un fenómeno que pareciera tan contradictorio cuando los mismos artistas declaran no sentir pertenencia de nacionalidad? Una motivación fundamental es la oportunidad que da a la periferia de penetrar en el sistema del arte hegemónico, aunque sea de manera secundaria. Cada país actúa de modo independiente respecto del curador de la exposición central, lo que permite una visibilidad generalmente impensable en manifestaciones de este tipo.

La opinión de una de las representantes del pabellón haitiano, Barbara Prézeau, ejemplifica esa circunstancia: El mercado del arte en la parte norte de la Tierra decide quién está dentro. Nuestros proyectos de curaduría normalmente vienen ignorados por las principales corrientes artísticas.

Foro de presión política

La selección de la curadora Bice Curiger refleja esa deficiencia: los artistas periféricos conforman poco más de un octavo de los 83 seleccionados, además de que viven, trabajan, exponen o son promovidos en Europa.

Incluir artistas extraeuropeos en una muestra mainstream da una vaga impresión de democracia, hace creer que el mundo del arte es igualitario, cuando no es así. Parte de la obra seleccionada cubre con los canónicos clichés de cómo la periferia viene observada por el centro: la mexicana Mariana Castillo Deball presenta un dibujo sobre papel largo 12 metros (plegable como acordeón), que es una relectura fresca y actualizada de los códigos prehispánicos.

Junto a ella está la instalación del sudafricano Nicholas Hlobo, quien rescata mitos, materiales y formas de su tierra, mientras su coterráneo, el fotógrafo David Goldblatt, retrata criminales sudafricanos injustamente dejados en libertad; los dibujos del etiope Gedewon (fallecido en 1995) son talismanes para sanar el cuerpo y alma de sus pacientes

Sin embargo, hay obras étnicamente neutras como los ready-mades del mexicano Gabriel Kuri. Se trata de ingeniosos y sutiles objetos cotidianos que modifica ligeramente para atribuirles cierta poesía e ingenio.

El Pabellón IILA (Instituto Italo Latino Americano), con curaduría del alemán Alfons Hug –también lo fue en la Bienal de São Paulo en 2002 y 2004–, en el arsenal, es un homenaje al bicentenario de la Independencia de varios países latinoamericanos.

Hug comenta a La Jornada: “Invitamos a varios artistas a trabajar sobre ese tema no manejado como fenómeno histórico, sino como una relectura actual, con una preocupación de ellos por los fenómenos políticos, sociales, culturales, privilegiando siempre el valor estético.”

El IILA es invitado a la Bienal desde 1972 y era hasta hace poco el espacio que alojó a artistas no representados por nuestros países. La retórica del tema corresponde al resultado estético: la mayoría de las obras son videos desplegados en las grandes paredes del lugar, entregando una versión bastante convencional de la estética latinoamericana actual que en lucha dialéctica se mueve entre tradición y modernidad caótica.

Foto
Three Arrested Clouds, roca y calcetines de Gabriel Kuri, obra del mexicano que se muestra en la Bienal de VeneciaFoto Alejandra Ortiz

La obra conceptual de la mexicana Julieta Aranda es la única que no corresponde con el tema propuesto: se centra en una disputa sobre la definición de la línea del tiempo que aparece anacrónica en su contexto: dispuso con ladrillos en el suelo la forma en la cual en 1999 la línea del tiempo fue modificada en el área del Pacífico; el visitante puede tomar un periódico que explica los hechos.

La propuesta de algunos pabellones demuestra cómo la Bienal de Venecia puede servir también de foro de discusión y presión social y política, empezando por los activistas que gritaban Free Ai Weiwei! durante la inauguración. Ai Weiwei es un artista disidente chino, el más famoso del país, arrestado el pasado 2 de abril y sobre el cual no se tiene noticia. El presidente de la bienal, Paolo Baratta, en rueda de prensa solicitó –con enorme tacto– al gobierno chino dar noticias de él antes del final del encuentro.

El pabellón polaco, representado por la israelí Yael Bartana, se cuestiona sobre la condición de los judíos en la actualidad, apoyando la actividad del Movimiento del Renacimiento Judío en Polonia, grupo político que clama por el regreso de 3 millones 300 mil judíos al país.

Lo mismo sucede con el pabellón egipcio, que rinde homenaje póstumo y simbólico a Ahmed Bassiouny (1978-1911), joven artista asesinado por la policía egipcia el 28 de enero pasado, pocos días después del comienzo de la revuelta en la plaza Tahrir. Su video retoma escenas en tiempo real que difieren de la versión oficial modificada; su muerte se convirtió en símbolo del compromiso con la sociedad.

Interdisciplinariedad

Para retratar al artista que emerge de esta Bienal de Venecia, se diría que se caracteriza por la flexibilidad, no sólo geográfica, sino profesional e interdisciplinaria: el artista no sólo es capaz de trabajar con varios lenguajes estéticos, sino además de interactuar con creadores de otras disciplinas para completar su obra.

Curiger usa la fórmula interdisciplinaria en los parapabellones y con frecuencia subraya la importancia de ello. En la bienal además están presentes varios colectivos de artistas, como Birdhead, Das Institute Gelitin y Norma Jean, por citar algunos.

El jurado postuló ganador al pabellón alemán por haber desarrollado una práctica multidisciplinaria que mantiene una fuerte visión personal.

Ese pabellón es un homenaje a Christoph Schlingensief (1960-2010), quien a su vez era director de cine y teatro; al fallecer, el proyecto personal inicial ya planeado para la Bienal, viene modificado en una reconsideración colectiva de su trabajo.

Lo mismo sucede con el radical pabellón español representado por Dora García, mismo que fue concebido como un performance coral extendido a lo largo de seis meses de exposición, en el cual intervendrán en el tiempo 70 personas, entre artistas, críticos de arte y escritores. García rompe con el modo canónico de relacionar la obra de arte con el espectador.

La versión espectacular de tal modelo la sigue también el binomio Allora y Calzadilla en el pabellón estadunidense, el cual utiliza performance, escultura, sonido y video en su obra, y los completa con performances de importantes atletas que los realizan.