Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Saldívar asustó a Madrid

Armillita regresó a Saltillo

A

rturo Saldívar o el privilegio de pertenecer a la mejor estirpe torera de México, esa que no va a España a ver se puede sino porque puede va, digamos desde Rodolfo Gaona hasta Curro Rivera o, si se prefiere, Arturo Saldívar y su rotunda disposición para con cabeza, corazón y cojones asustar al público de Madrid, impactarlo con su entrega y torería y obligarlo a solicitar una oreja por su faena, que el presidente o juez de plaza negó, sin que por ello el empresario lo amenazara de muerte o algunos exaltados profirieran mentadas. Ejercicio de autoridad, de civismo taurino y de… precaución, no sea que importune a su protegida fiesta otro César Rincón.

¿Qué hizo Saldívar para con su frágil figura asustar, conmover y convencer al difícil público venteño la tarde de su confirmación? Desplegar un hambre de triunfo sustentado no sólo en la quietud y la colocación, sino en una convicción de ser, de decirse y de reiterar su incontenible gusto por estar allí, desde becerrista en Querétaro hasta ese venturoso día, entre las afiladas astas de un encierro de Núñez del Cuvillo cuyo lote le exigió credenciales de torero entregado, enterado y sobrio.

Templados derechazos de hinojos en los medios al fuerte abreplaza dejaron fríos y mudos a los asistentes, que sólo estallaron en unánime ovación cuando remató la tanda con el forzado de pecho. Luego sendos trasteos por ambos lados de emocionado pensamiento y de pensada emoción, citando, templando, mandando y ligando con verdad y expresión. Al doblar cada toro fue aclamado en los medios y de pasada les arregló su asunto a Morante y a Talavante. ¡Vaya gran futuro el de este Arturo!

El viernes 13 de mayo se presentó en lujoso hotel de Saltillo el libro El secreto de Armillita, sin la asistencia de su autor, un revistero español, ni la del columnista saltillense Catón, anunciados en la invitación, pero con la presencia del gobernador, del alcalde, de los tres hijos matadores Armillas, de Eloy Cavazos y del ingeniero Armando Guadiana, entusiasta organizador del evento y del festival del día siguiente en honor del Maestro de maestros.

La presentación, en efecto, quedó en secreto, pues nadie se refirió al mentado libro. En cambio, el regiomontano Ricardo Torres Martínez fue invitado a pronunciar el discurso oficial, siendo que en Saltillo sobran eruditos armillistas y cultos aficionados que habrían sabido reflexionar en voz alta sobre la trascendencia taurina y humana de Fermín Espinosa. Fue como si los cordobeses hubieran invitado a un sevillano a hablar de Manolete. Se entregaron reconocimientos y medallas y la familia Armilla regaló originales de Ruano Llopis a los servidores públicos y a Guadiana. Para llenar espacio se proyectó un documental sobre Miguel Espinosa cuando era novillero.

Al día siguiente, con media entrada, Gastón Santos cumplió; Manolo Armilla, a sus 72 años, anduvo solvente y con sitio para cortar una oreja; Eloy Cavazos pinchó y aun así el juez José Antonio García le otorgó las dos orejas. Fermín realizó una faena de clase que provocó un extasiado silencio de la deslumbrada concurrencia y como los premios ya se habían abaratado recibió dos orejas no obstante cobrar una estocada caída.

Sobrado de sello y de peso, Miguel se vio sin condición, pero con técnica ante un novillito de dulce al que pudo darle bellos naturales. Dejó media delantera y recibió una oreja. Por último, Arturo Macías El Cejas enfrentó primero un toro con 515 kilos que después de picado se agarró al piso. Vino entonces un toro de regalo sin nombre, del ganadero Guadiana, que resultó el mejor de la tarde, a pesar de que fue estrellado en un burladero.

Tras del encontronazo el toro quedó derrumbado en la arena, pero su casta hizo que se recuperara y embistiera con fuerza al caballo. Luego permitió al Cejas realizar un concierto de más de 50 muletazos y como dejó una buena estocada le fueron otorgados orejas y rabo. Al final los alternantes recorrieron el ruedo envueltos en vistosos sarapes de Saltillo, obsequio de Guadiana. Con presentaciones tan extravagantes se entiende porqué el maestro Armillita volvió tan pocas veces a su ciudad natal.