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No habrá revolución en el FMI
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Dominique Strauss-Kahn, ex director del Fondo Monetario Internacional, durante la audiencia del jueves pasado en la corte suprema de Nueva YorkFoto Reuters
E

l relevo del director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, se adelantó un poco por su detención inesperada en Nueva York, el 14 de mayo, ya que estaba prevista desde hace meses.

Todos en la comunidad financiera internacional sabían que Strauss-Kahn iba a abandonar el FMI en el segundo semestre de 2011 para lanzarse a la carrera presidencial en Francia. No era necesario montar un complot o una trampa para precipitar su retiro, que él pensaba anunciar a finales de junio.

El FMI anunció que la selección del próximo director ejecutivo se hará de manera transparente y basada en los méritos de los candidatos y su capacidad para promover políticas e imagen de la institución. Los 24 miembros del executive board o directorio ejecutivo (llamados en la jerga bancaria chairs, o sillas) podrán presentar candidatos entre el 23 de mayo y el 10 de junio, y escogerán su nuevo managing director o director ejecutivo entre una lista de tres candidatos. El punto importante es que si bien se menciona la posibilidad de una votación conforme al mecanismo de ponderación de votos, la institución prefiere que el nuevo director ejecutivo sea designado por consenso, como suele ser en los buenos clubs de gentlemen de la alta finanza internacional. El FMI, desde su origen, funciona según las reglas y la cultura de la banca anglosajona; su única lengua de trabajo es el inglés y todas las decisiones se toman por consenso, o sea, por unanimidad.

Con los grandes cambios que se produjeron en los últimos años, con el peso cada vez más grande de los países emergentes, el BRICS (Brasil, India, China y Sudáfrica), los países occidentales, mayores contribuidores al capital del fondo, tuvieron que dar más espacio a las economías emergentes.

Desde 2008 se discutió una reforma sobre las cuotas y derechos de votación que fue lanzada por el G7/8, aprobada en 2009 por el G20 y presentada como una revolución en las instituciones financieras internacionales. Los países del G7 (Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Gran-Bretaña, Canadá e Italia) decidieron aumentar el capital del FMI aceptando una redistribución de las cuotas de los emergentes y una nueva repartición de los votos, transfiriendo 6 por ciento del total de votos a China, India, Brasil y Rusia, principalmente en detrimento de Europa.

Esta reforma, que entró en vigor el 3 de marzo pasado, discutida durante meses en Washington, fue aprobada por el G20 en la cumbre de Londres, en abril 2009, y presentada como gesto extraordinario de apertura de los países del G7 a la nueva realidad mundial. Pero los cambios son cosméticos: Estados Unidos, con 16.8 por ciento de los votos, se queda como el único país con derecho de veto de cualquier decisión (se requiere por regla general una mayoría de 85 por ciento, o sea, no hay mayoría posible sin el sufragio favorable de Estados Unidos); los países más desarrollados (G7 más la UE) tienen en conjunto 55.3 por ciento, seguidos por China (6), India (2.6), Rusia (2.58), Brasil (2.2) y Arabia Saudita (2). México tiene 1.79. Con estos mecanismos formales (derechos de votación ponderados) e informales (regla del consenso) las grandes potencias occidentales conservan el control absoluto del sistema financiero internacional, a pesar de las protestas de países como China, Rusia, Brasil y del peso real que tienen ahora en la finanza internacional.

Si se respetan los usos y costumbres de las cumbres del G7/8, la selección del nuevo director ejecutivo se discutirá en gran parte en los pasillos de la próxima cumbre, los días 26 y 27 de mayo en Deauville (Francia), y más específicamente en la reunión informal (en general, un cena de trabajo con buenos puros y cognac francés) del G7-Finanzas (o sea, los ministros de Finanzas, sin Rusia) que tiene lugar el día anterior. Ahí se decidirá si se mantiene sin cambio la regla no escrita de dar la dirección del FMI a un europeo (a cambio la presidencia del Banco Mundial a un estadunidense) o si por primera vez se ofrece a un no europeo. En todos los casos, el candidato (o candidata) tendrá que ser aceptado por Estados Unidos. Quedará al executive board ratificar la decisión tomada y anunciarla al mundo.

Es muy probable que Europa se quede con la silla, y parece que la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, apoyada por Alemania y bien vista en Washington, tiene fuertes probabilidades de ser designada, a pesar de tener un pleito pendiente con la justicia francesa por un abuso de poder que costó 285 millones de euros al Estado francés. Ella tiene el perfil para el puesto, siendo una francesa atípica, ya que es de cultura anglosajona y piensa y habla como exige la comunidad financiera de Wall Street y la city. Sin embargo, no se puede descartar el nombramiento de un no europeo para tratar de cambiar la imagen del fondo, pero será muy difícil. China, que ha expresado su demanda de cambios profundos, podría presentar un candidato pour la forme, pero tendría antes que anunciar la convertibilidad del yuan. Sería una decisión espectacular del G2 o Chinamérica difícil de aceptar por los europeos. En todos los casos la decisión se tomará por consenso, es decir, con el visto bueno de Estados Unidos y de los europeos miembros del G7.

El nuevo jefe (o jefa) del FMI no tendrá ningún margen de autonomía, tendrá que ser un fiel ejecutor de las decisiones tomadas por el board of governors (junta de los gobernadores, o sea, los ministros de Finanzas de los países miembros) y de los miembros del directorio ejecutivo. En esta gran crisis financiera internacional, con las reglas en vigor, no se puede pensar en una persona que podría actuar contra el dólar, criticar la desastrosa política económica y financiera de Estados Unidos, o no apoyar el rescate del euro.

No hay que olvidar que el director ejecutivo del FMI es un funcionario que tiene como misión poner en marcha las políticas decididas por el G7 y aprobadas por el directorio ejecutivo, ser un buen comunicador para vender al mundo la imagen de una institución financiera irremplazable, abierta a las nuevas realidades.

Strauss-Kahn cumplió muy bien esa misión. Supo aprovechar la crisis del euro para dar a un FMI desprestigiado, bombero de los países pobres, un nuevo rol mundial. Su perfil socialista le permitió hacer tragar píldoras amargas a muchos gobiernos de derecha o izquierda, y explicar a las millones de víctimas de las finanzas internacionales que lo único que tenían que hacer es apretarse el cinturón en espera de tiempos mejores.

Después de tanto daño que hicieron los planes de ajustes estructurales en los países en desarrollo, el FMI impone a los europeos medidas drásticas destinadas a aniquilar lo que queda del Estado de bienestar, a acelerar los procesos de privatización, a destruir los sistemas de jubilación y a flexibilizar el mercado laboral quitándoles a los trabajadores las conquistas sindicales de la posguerra.

Es poco probable que el futuro jefe del FMI tenga el mandato, la capacidad y la voluntad de escuchar los gritos de los millones de indignados que se atreven a cuestionar el pensamiento único que impera y que creen que otro mundo es posible. En cuanto a los países emergentes, tendrán que esperar algunos años para imponer nuevas reglas de juego, salvo si nuevas crisis mundiales precipitan la desintegración del sistema.

Como decía un humorista francés de la posguerra: El inmovilismo está en marcha y nada lo podrá parar. Hasta nuevo aviso.