Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La hora mexiquense
E

l arranque de la campaña por la gubernatura del estado de México lo fue también por la Presidencia de la República. Al reunir en su torno a las principales figuras de la izquierda mexicana, Alejandro Encinas mostró la posibilidad de una nueva política para esa formación y, sobre todo, puso sobre la mesa la probabilidad de que la izquierda unida se convierta en una auténtica fuerza nacional, capaz de disputar el poder político a los otros dos partidos que hoy están en condiciones de buscarlo.

Destartalado y vilipendiado hasta el exceso, el sistema de partidos enseña capacidades y oportunidades, que se volverán realidad o no según sea el desempeño de sus partes. Por lo pronto, con Encinas a la cabeza, el gran movimiento popular articulado por la voluntad y la resistencia de Andrés Manuel López Obrador puede encontrar en la campaña del estado de México el matraz propicio para poner a prueba sus potencialidades de ser partido de gobierno, con un programa y una orientación capaces de abrir panoramas creíbles de transformación y conducción responsable de la economía y del Estado.

Existe, ciertamente, el peligro de que la convocatoria unitaria de Encinas, Cárdenas, Ebrard y López Obrador se desbarranque en las mil y una escaramuzas que la izquierda nueva y vieja de México suele inventar o magnificar para esterilizar esas capacidades. La negativa a darle importancia a las ideas programáticas, por ejemplo, junto con la proclividad a creerse blindada respecto de las veleidades y temores, así como las agudezas de una opinión pública acosada por los medios de comunicación masiva pero a la vez cada día más alerta sobre las jugarretas y las distorsiones de la política de poder, puede conjugarse de nuevo para impedir la maduración del frente político, acentuar las diferencias para tornarlas divisiones, e intensificar el alejamiento de dicho frente respecto de la opinión mayoritaria, que no está ni va a estar alineada a ningún partido pero sí dispuesta a alienarse respecto de la política en su conjunto. Y tal eventualidad significaría la eliminación de la izquierda como inspiración y aspiración de poder, para regresarla al páramo de la testimonialidad o el folclor al que por ya muchos años han querido reducirla los poderes de hecho, frecuentemente auxiliados por ella misma.

Abrir paso a discursos y observaciones de amplio espectro, que puedan aspirar a recoger la complejidad endemoniada en que ha devenido el país, debe ser un punto prioritario en esa agenda posible anunciada o prometida por Encinas y sus compañeros de templete el lunes pasado. Nadie ha sido capaz de ofrecer a la sociedad esa oportunidad de conocerse y reflexionar sobre sí misma, mucho menos de proporcionar a la ciudadanía que constituirá el poder político del Estado el año entrante, los instrumentos para convertir ese conocimiento íntimo de su morfología y tejidos fundamentales en cauces de acción renovadora con un sentido de justicia social.

Toca a la izquierda hacerlo, entre otras cosas porque, contra pesares y malestares, ha podido mantener viva la idea y la realidad en gestación, de una política popular que sin dejar de serlo sea a la vez política para un nuevo Estado en el que pueda fincarse un nuevo y gran pacto social y nacional. Nada de esto ha sido dejado atrás como necesidad vital por las mutaciones económicas y políticas del pasado cercano. En realidad, sus insuficiencias y distorsiones más bien atestiguan que esa panorámica nacional popular sigue estando en el horizonte posible y deseable de la mayoría emergida de esas transformaciones. Sólo con una política como la anunciada y enunciada el lunes, ese horizonte podrá volverse por fin realidad cercana.

Ojalá y pronto las minucias y adherencias de la vieja y obstinada política de lo pequeño y lo mezquino dejen el lugar a exploraciones ambiciosas de retórica y análisis, como por lo demás lo reclama el contexto alucinante de transición y osificación en que se ha convertido la entidad mexiquense.