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Chivas estuvo encima casi todo el primer tiempo, pero cayó ante los auriazules

Palacios lavó su error e instaló a Pumas en la final del Clausura 2011

Los rojiblancos Arellano y Fabián exhibieron a la defensa universitaria, pero les faltó puntería

La experiencia de Palencia, Verón y López encarriló el triunfo del equipo de la UNAM

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Cortés anotó a balón parado, algo que no conseguía el equipo auriazul desde hace media décadaFoto Víctor Camacho
 
Periódico La Jornada
Lunes 16 de mayo de 2011, p. 2

El peor lugar del mundo debe ser bajo una portería. Nadie parece más desamparado que ese solitario hombre que aguarda en el arco, mientras sus compañeros corren y celebran los goles. No el arquero, que tiene que comerse su vergüenza en silencio cuando se equivoca y apenas recibe aplausos.

Por eso la cara desencajada del portero Alejandro Palacios, después de ver cómo una pelota entraba ridículamente hasta el fondo de la red en el empate ante Chivas, el pasado jueves en Jalisco. Por eso también la revancha poética de ayer al convertirse en un héroe discreto que salvó varias veces a los auriazules para meterlos a la final del torneo Clausura 2011.

El cuadro de la UNAM ganó 2-0 (3-1 global) y con un puñado de lances estoicos de un guardameta incomprendido.

La alegría que provoca la anotación es una obviedad. Sobre todo si llega como lo hizo ayer Javier Cortés, muchacho de pierna recia e insolente, que marcó en jugada a balón parado, como hacía media década no lo conseguía ningún jugador auriazul.

Chivas llevaba casi todo el primer tiempo controlando el juego, como un equipo orgánico que funcionaba letal en las salidas con Omar Arellano y Marco Fabián, quien con velocidad y malicia exhibía a la somnolienta defensa de Pumas.

Al menos tres disparos estaban destinados a abrir el marcador para los rojiblancos en esos minutos. Y apenas perdía la pelota el conjunto tapatío, enseguida se reconstruía bien plantado en la defensa y no regalaba ni un centímetro a los atacantes locales.

Los de Pumas parecían un grupo de jugadores desconcertados, pero justo cuando todas las pelotas las ganaba el Rebaño, Xavier Báez sintió que alguien se le escapaba; era el veterano Palencia convertido en una saeta, y no encontró otro recurso futbolístico que tirar de la espalda del jugador felino casi al borde del área.

El árbitro decretó el tiro libre. Hasta aquí todo iba bien, pero el dilema era elegir al hombre para cobrar la falta desde una distancia en la que nadie en Pumas lo ha logrado en los recientes cinco años, al menos no en una jugada estática.

Ahí estaba Israel Castro, con su pierna sorpresiva y potente. También Dante López, pero desde la banca eligieron a Cortés. El joven volante tomó distancia y pateó con furia por encima de la valla.

Luis Ernesto Michel dibujó una trayectoria imaginaria donde el tiro iba al ángulo derecho, pero la pelota caprichosa se fue justo en dirección contraria. El arquero corrió hacia un lado, se tiró hacia el otro, un esfuerzo absolutamente inútil.

Comenzó el drama tapatío

Este primer gol de Pumas alejaba dramáticamente a Chivas de la final. Cortés, el anotador, recibió el júbilo de todos. Michel, el portero, se tragó a solas la bilis negra del gol en su meta.

A partir de ese momento el equipo universitario regresó al partido, recobró la confianza en su ánimo canchero, en sus ganas de ir siempre adelante, unas veces con buen futbol, otras con puro entusiasmo y orgullo de grupo.

De modo que el descanso fue un oasis de calma para los del Pedregal, y una pausa urgente y nerviosa para los rojiblancos, que para ese momento ya no entendían cómo un equipo que domina en la cancha y propone el ritmo puede estar abajo en el marcador.

De regreso al juego Chivas tuvo la presión encima. Sabía que con un gol en contra estaba obligado a hacer dos y la desesperación empezó a hacerse notoria en las piernas imprecisas de los delanteros y en las salidas precipitadas de la defensa.

Aún así, el Guadalajara es un equipo orgulloso, de esos que no permiten que el pragmatismo del balón parado lo deje fuera de una final. La mancuerna de Arellano y Fabián no dejó de apretar a la zaga felina, y en un arrebato puso otra vez a prueba los reflejos y los nervios del portero Palacios, quien parecía un hombre reconvertido a la fe.

Pikolín II echó fuera un balón que parecía que se enfilaba por un rincón. La afición vio con alegría al jugador con la autoestima restaurada y lo festejó: ¡por-te-ro, por-te-ro!

Ya con el ánimo repuesto en todas las filas universitarias, el equipo local decidió bajar intensidad al ritmo y desesperar al rival. Esa tranquilidad convertida en confianza alcanzó momentos delirantes, cuando un defensa sintió arrebatos de delantero.

En una salida de rutina Darío Verón apenas pisaba la media cancha y decidió traspasar esa línea en la que debe meter reversa; recortó y avanzó hasta el área rival, donde tras un recorte al defensa Kristian Álvarez, a quien dejó tendido, dudó entre atreverse al arco, o filtrar un pase.

En esa fracción de tiempo apareció su compatriota Dante López, a quien regaló medio gol con un servicio que sólo necesitaba un empujoncito para convertirse en el segundo tanto de la tarde.

Luego la desesperación del derrotado, un conato de bronca que terminó con un par de tarjetas amarillas –una para el auriazul López, otra para el rojiblanco Torres. Más tarde, esa misma impotencia provocó que el tapatío Mario de Luna se ganara un cartón rojo.

A punto del final el estadio estaba exultante, desbordado, caliente. Parecía desmoronarse cuando entró a la cancha Leandro Augusto, quizá el jugador universitario más querido por la afición.

En ese estado de alegría descontrolada un hombre cumplía su trabajo, el arquero de Pumas, quien todavía tuvo un par de intervenciones dramáticas.

En una encaró y engañó a Marco Fabián, otra vez salvaba al equipo, y a punto de que el árbitro silbara el final del encuentro Palacios manoteaba y sacaba por enésima vez una pelota que parecía destinada al gol.

Acabó el partido y los jugadores celebraban en el centro de la cancha. Pikolín II no, fue el primero en salir corriendo rumbo a los vestidores.

Esquivó reporteros, eludió cámaras, serpenteó entre la multitud. Al entrar al túnel apretó los labios y lanzó un puñetazo contra la pared. Esta tarde, en la soledad de los tres palos lavó su honor, porque sin su intervención Pumas no estaría en la final. Palacios, como buen portero, recorrió el camino de villano a héroe en unos cuantos días.