Opinión
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Mexicanos de bien
E

l 5 de mayo, en un encendido discurso, como son sus alocuciones recientes, Felipe Calderón dijo que hay quienes quisieran ver a nuestras tropas retroceder, a las instituciones bajar la guardia, para dar paso a las gavillas de criminales; dijo también, al llamar a la unidad, que los mexicanos de bien estamos en el mismo bando.

Que no me cuente de ningún modo en su bando; quien llegó a la Presidencia mediante un proceso amañado y con apoyos ilegales, quien se negó a contar los votos como se lo pedía el pueblo de México; no puede decirnos a los mexicanos que nos sumemos a su bando; no puede tampoco pedirles a quienes se han manifestado en estos días por la paz y por la justicia, al poeta cristiano Javier Sicilia y a otros muchos que protestan contra la violencia y la sangre derramada, que se cuenten en su bando; ellos y nosotros no somos delincuentes, pero tampoco podemos estar del lado del clima de terror impuesto, del atropello cotidiano a garantías individuales y de la guerra sin sentido; no queremos cambiar seguridad por libertad.

El martes 3 de mayo, en la avenida Constituyentes de la ciudad de Monterrey fui testigo de cómo un par de pelotones de soldados que viajaban en tres vehículos artillados, detenían y ponían con las manos contra la pared, mientras con insolencia y total falta de respeto, revisaban cuerpo y ropas a un joven solitario, que transitaba a pie, tranquilamente en plena mañana y sin agredir ni molestar a nadie. No iba, ciertamente, armado, ni en una gran camioneta de vidrios polarizados ni en algún otro vehículo blindado.

Ese mismo día, leí en El Porvenir, entre otras informaciones truculentas, dos preocupantes; la primera explica cómo elementos del Grupo de Reacción Inmediata (GRI) mataron a dos supuestos o reales sicarios.

La nota del colega regiomontano dice que en las calles de Afganistán (nombre peligroso) y Cartagena, los del GRI se percataron de diversos vehículos sospechosos, que huyeron ante su presencia; que pudieron solamente interceptar un Jetta gris, donde al parecer viajaban cuatro hombres, unidad que pararon luego de impactarla varias veces para que se detuviera, hasta que finalmente se estrelló contra la barda de una casa por la calle de las Américas, registrándose un tiroteo”. En el auto murió un desconocido y en la banqueta otro. ¿Esas personas calificadas como sicarios no eran mexicanos de bien y, por tanto, podían ser asesinadas, así no más y en plena calle?

La otra nota se refiere a un joven, una foto nos lo muestra sin camisa y rostro moreno, quien fue arrestado, por haber sido visto en forma sospechosa por efectivos de la policía.

¿De que se trata?, ¿las fuerzas armadas tienen orden de impactar los vehículos que les parecen sospechosos? ¿Quién nos asegura, si no hay más información que la de quienes abren fuego, que los ocupantes del Jetta eran sicarios o sólo ciudadanos aterrados? ¿Se puede detener a alguien por parecerle sospechoso a un policía?

La verdad es que nadie pide, como interpreta Calderón, airado y desesperado, que nos rindamos ante los delincuentes; lo que las marchas iniciadas el 5 de mayo están exigiendo es que se cambie la absurda estrategia de militarizar al país y de crear un estado de sitio no declarado, en el que las instituciones que el mismo Calderón dice defender se borran y diluyen ante los crudos hechos violentos en los que están presentes soldados, marinos y policías, juguetes ellos mismos de una estrategia errática y mal pensada.

Hechos como los relatados suceden en Monterrey, donde a dos estudiantes del Tecnológico, víctimas colaterales de la violencia, se les colocaron, ya muertos, armas en las manos para justificar el error de quienes los abatieron y donde un joven médico fue asesinado al ser confundido con un malo.

No está bien clasificar a mexicanos de bien y a mexicanos malos o perversos, o los malitos, como se les dice de manera coloquial en el norte del país; lo que se ha dicho a este gobierno y al anterior es qué se debe hacer para combatir la delincuencia y la violencia desatada: combatir las causas que la provocan y no sólo perseguir los efectos dolorosos a la vista.

La exigencia de las marchas convocadas por Javier Sicilia coincide con una política diferente de enfrentar a la delincuencia; en vez de más armas, más soldados y más cárceles, ampliar el empleo, de abrir escuelas, de proporcionar salud y seguridad social y principalmente, abatir la desigualdad y la discriminación que van en crecimiento. Pareciera que Calderón, al referirse a los mexicanos de bien, piensa en los suyos, los privilegiados de la fortuna, y pretende excluir a todos los mexicanos que no coinciden con sus puntos de vista autoritarios y con sus compromisos con el neoliberalismo.