Opinión
Ver día anteriorLunes 9 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La sociedad contra las mafias
E

l país vive la emoción que ha desencadenado la Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad a que convocó el poeta Javier Sicilia. Es verdad: México entero coincide en que no es posible soportar más la atmósfera de crimen, corrupción, incapacidad e irresponsabilidad oficial que vivimos, maniatados y como esperando siempre a que se combinen las malas fortunas para hacernos pagar lo impensable.

Pero resulta casi cómico, si no fuera trágico, que a este sentimiento masivamente expresado, a esta demanda multitudinaria que rebota de pantalla en pantalla y de altavoz en altavoz, sólo se responde con sordera y necio empecinamiento, que llevan al Presidente y a sus subordinados a repetir incansablemente que no se corregirá la ruta (no hay más ruta que la nuestra). Mostrándose otra vez que en nuestra historia reciente resulta habitual que los dirigentes no vean ni escuchen las exigencias de la sociedad, y confirmándose que el pueblo tiene la mirada, el corazón y la capacidad de análisis más abiertos y certeros, más inteligentes, que los titulares de los poderes de la Unión, en sus distintos ramos y niveles. Demostrándose una vez más que la sociedad está muy por arriba del Estado.

Con plena razón sostuvieron hace unos días Diego Valadés y Jorge Carpizo que Felipe Calderón debe reconocer seria y prudentemente que no funcionó su estrategia de combate al crimen organizado. Esto no significa, como lo han interpretado neciamente Calderón y sus ayudantes, que sus críticos simplemente exijan el regreso del Ejército a sus cuarteles.

No, lo que se dice es que el combate ha de ser múltiple y multidimensional: la contención policiaca y militar, pero el combate con la misma fuerza y decisión al lavado de dinero y a las finanzas de los grupos criminales, contar con información suficiente y actuar eficazmente para acorralarlos, atacar con inteligencia sus ligas internacionales y, desde luego, emprender una gran revolución cultural que se proponga alejar de la drogadicción a la niñez y a la juventud. Y que se proponga dinamizar todos los aspectos de la recuperación anímica y física de quienes han caído en el pozo. Sin hablar de planes consistentes y amplios para crear empleos y escuelas para cambiar la vida de los jóvenes, de esos famosos ninis que son carne de cañón y que se sienten abandonados no sólo de la mano de Dios, sino de la mano de un gobierno y un Estado de verdad responsables.

Pero todo esto, que se ha dicho hasta la saciedad, no ha penetrado un ápice en su mentalidad, empezando por Felipe Calderón, lo que significa el abandono y la desatención de los reales problemas del narcotráfico, y el necio empeño de seguir tratando sólo de manera unilateral y simplista un grave problema que es de suyo complejo y multidimensional.

Tal es el corazón de la crítica al gobierno. El reclamo no se reduce a pedir el regreso del Ejército a los cuarteles, sino la exigencia al gobierno de que trate la cuestión en sus variadas dimensiones, que parecen olvidadas y reducidas sólo a su aspecto militar. Es este reduccionismo sordo a otras opiniones lo que hace tan vulnerable la posición del gobierno de Calderón en su combate al crimen organizado.

Como muestra, otro reciente botón: la peregrina idea de la Secretaría de Gobernación de que los jóvenes debieran enrolarse en una llamada Policía Estatal Acreditable, convirtiendo en estúpida caricatura un problema de gran seriedad.

Otro silencio que se escucha estruendosamente es el de los pretendientes a 2012, mutismo sobre la cuestión más urgente que vive la sociedad mexicana (salvo la alusión de AMLO en la presentación de su Nuevo Proyecto de Nación, en que afirmó que el Ejército debía regresar a sus cuarteles, sin prisa y con gran cautela). Todo indica que sobre éste y otros temas fundamentales la discreción y la secrecía siguen siendo el estilo de nuestra política, es decir, la sustracción de los temas fundamentales a la discusión pública.

Es entonces lamentable que entre los recursos humanos de Felipe Calderón no haya quien pueda centrarse en un enfoque multidimensional del problema, prefiriendo el silencio a causar un disgusto al jefe o a los jefes. Pero en el fondo se cae pronto en la cuenta de que hay aspectos de ese combate, sobre todo contra las finanzas de los mafiosos, de la droga o de cuello blanco (banqueros, financieros, políticos, etcétera), que evitan los oficiales de todo rango y que para nosotros resulta confirmatorio de que la corrupción es generalizada y alcanza también a los sectores de altos vuelos, incluidos los financieros, que en esta maraña delictiva se llevan la tajada del león.

Se ha dicho ya que esta guerra contra el narcotráfico es sobre todo un negocio, negocio de las drogas y del tráfico de armas, lo cual multiplica los intereses de los involucrados y su oposición a que finalicen ambos delitos. Ésta es una de las raíces de la cuestión, y uno de los muros de piedra a que se enfrentan Javier Sicilia y sus seguidores.

Es decir, nos enfrentamos no sólo a la cerrazón de quienes tienen en sus manos esta guerra, sino a los intereses multimillonarios que los hacen tan poderosos. Pero por tales razones un saludo también redoblado a la aventura de Javier Sicilia y de quienes con él se han solidarizado.