Economía
Ver día anteriorLunes 9 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ajustes inútiles: ahora Portugal
E

l predominio del capital financiero, según ha expresado el periodista francés Jean Daniel, ha provocado que la sociedad entera se transforme en una bolsa de valores que ya sólo puede optar entre un individualismo cínico y un latrocinio organizado. En los últimos 35 años este proceso se ha ido agravando y se ha hecho más sofisticado.

La reglas se imponen desde los mercados financieros: primero se fomenta la expansión económica de la mano del endeudamiento ya sea público o privado, junto con la especulación rampante. Hace poco esto se denominó exuberancia irracional.

Eso lleva inevitablemente a distorsiones productivas entre los sectores, las regiones y los países y, también, a desequilibrios financieros insostenibles. Luego, cuando las deudas tienen que pagarse, las burbujas revientan y los acreedores intervienen, en conjunto con los organismos internacionales, para imponer severos ajustes que exprimen las condiciones sociales para generar el excedente y poder cobrar.

Es entonces cuando se manifiestan claramente las contradicciones que se han ido acumulando, de un lado, entre el Estado y las sociedades a las que representan y, por el otro lado, el capital financiero que opera a escala global. Sólo mediante el aparato del Estado se puede generar el excedente para pagar las deudas. Esta experiencia ha ocurrido en México en varias ocasiones.

Las pautas de la financierización del capital se han ido repitiendo sobre las mismas bases, aunque las modalidades sean diferentes en cada uno de los episodios que se van registrando (la deuda externa de los países emergentes en la década de 1980, las empresas de tecnología en 2001 y el sector inmobiliario en 2008).

Las secuelas de la crisis de 2008 siguen manifestándose en Estados Unidos y en Europa, donde se dieron los más recientes excesos especulativos. Una vez más se salvaguardan los esquemas ordenadores del capitalismo eminentemente financiero, y se carga el costo de la crisis sobre los presupuestos públicos para imponer los ajustes. A esto debe sumarse el efecto en las restricciones del crédito que afectan a la mayor parte de las empresas pequeñas y medianas.

No es difícil comprender cómo este mecanismo de ajuste provoca a lo largo del tiempo una creciente desigualdad social y económica. Ése es hoy uno de los rasgos sobresalientes. En Estados Unidos, por ejemplo, la concentración del ingreso en el uno por ciento de las familias más ricas es del orden de 20 por ciento, similar al que se registraba en el tiempo de la Gran Depresión de 1929-33. En México, según el Banco Mundial, el 10 por ciento de hogares más ricos concentran más de 40 por ciento del ingreso total, puede estimarse que el uno por ciento más rico acapara más de una tercera parte.

Las crisis recurrentes tienden a tumbar los avances que se pueden hacer para una distribución más equitativa. En los meses recientes en Europa se ha impuesto un ajuste draconiano en Grecia e Irlanda y ahora en Portugal.

Las pautas del ajuste son prácticamente las mismas que las aplicadas ya por varias décadas. No hay en esto variaciones notables, la receta de los doctores de la estabilización es única.

En Portugal se busca reducir el gasto corriente (en administración, salud, educación y prestaciones sociales) y elevar el ingreso público (más impuestos sobre la renta, IVA, especiales, sobre inmuebles y privatizaciones).

Se prevé que la economía estará en recesión dos años y que el desempleo llegue a 13 por ciento. El FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo consideran que las medidas impuestas son duras pero justas. A saber cuál es la noción de justicia detrás de esta consideración.

Tal vez la idea sea que en un régimen democrático los ciudadanos tienen que avalar sin chistar las acciones de quienes gobiernan y que también deben respaldar los excesos especulativos de los bancos y los criterios correctivos de los burócratas internacionales. No parece en verdad una situación equitativa.

La experiencia dice, desde una visión superficial, que las economías se recuperan de los ajustes, así se desprende de los saldos después del ajuste de las cuentas públicas y de los registros acerca del producto, es decir, de los datos más agregados. Pero ellos no muestran, por ejemplo, las condiciones en las que queda la gente que pierde su empleo, las familias que ven reducido sus patrimonios, las empresas pequeñas y medianas que en el mejor de los casos se estancan o de plano cierran, o la degradación de los patrones de consumo.

La mayoría de los portugueses, griegos e irlandeses no necesariamente van a estar mejor después del ajuste. No hay, además, manera de prever que una vez ajustados podrá sostenerse en un entorno de beneficios sostenibles. Por el contrario, al parecer habrá que irse preparando para el siguiente episodio de crisis, los que no sólo son recurrentes sino que tienden a surgir cada vez a intervalos más cortos.