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Se cumple el primer aniversario luctuoso del notable investigador y docente

Enrique Nalda, nueva leyenda de la arqueología nacional, dicen en homenaje

Tenía una personalidad severa, pero transparente, indica Alejandro Villalobos, director de la ENAH

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Enrique Nalda (1936-2010), en uno de los sitios prehispánicos explorados por el arqueólogoFoto Archivo personal de Enrique Nalda
 
Periódico La Jornada
Sábado 16 de abril de 2011, p. 4

A un año de la muerte del reconocido investigador y profesor Enrique Nalda, se ha comenzado a entrever lo que sus propios amigos, compañeros, alumnos y hasta adversarios describen como la conformación de una nueva leyenda de la arqueología mexicana, al lado de figuras como Alberto Ruz, Román Piña Chan o Eduardo Matos, por mencionar sólo algunos.

Los diversos ingredientes están dados en su vida de 73 años (Logroño, España, 1936-ciudad de México, 2010), muchos de los cuales fueron mencionados durante el homenaje que se le rindió a lo largo del pasado jueves, en el auditorio Piña Chan de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en el que también estuvo presente su viuda, la arqueóloga Rebeca Panameño, encargada del archivo fotográfico de La Jornada.

Personaje polémico y fascinante

Podía ser muy duro e implacable, o muy cariñoso y solidario, sintetizó el también reconocido arqueólogo Manuel Gándara, quien en un texto enviado para la ocasión mencionó además la personalidad polémica y al mismo tiempo fascinante de Nalda. Pero más que nada, coincidieron todos, Nalda era un teórico de la arqueología y practicante de un incuestionable rigor científico en sus excavaciones.

Eso lo convirtió en uno de los principales conocedores de los antiguos mayas, en especial de las antes poco conocidas ciudades de Dzibanché y Kohunlich, en el sur de Quintana Roo, aunque a partir de sus trabajos se supo de su enorme importancia, equiparada a la de, por ejemplo, Tikal o Calakmul.

Gándara, quien tuvo una cercanía académica y amistosa con Nalda, interrumpida por casi dos décadas hasta un feliz rencuentro en 2000, contó en su texto enviado varias anécdotas, en las que aparecieron debates y confrontaciones apasionadas, pero sobre todo el intercambio y enriquecimiento intelectual recíproco.

Una primera etapa, en los 70 y los 80, en la que salieron a relucir nombres fundamentales como Alfredo López Austin y Matos Moctezuma, sus profesores. O Juan Yadeun y el mismo Gándara, quienes con Nalda integraban el trío dinámico.

Uno de los recuerdos de Gándara: “Mi respeto y admiración por Enrique era tal que le pedí que fuera sinodal en mi examen de maestría, aunque habíamos sido compañeros en varias materias. ‘¡Estás loco!’, comentaron varios. ‘Te va a hacer pedazos’. Nada más lejano: Enrique fue particularmente gentil y generoso, incluso amable, destacando lo que le parecía una contribución, y firme en aquello que había que revisar”.

Mencionó además las primeras excavaciones en Tequisquiapan, llenas de debates y de hallazgos metodológicos, o la confrontación cuando pudieron lograr la modificación del plan de estudios de arqueología y quitar el llamado tronco común.

Carrera en el INAH

Manuel Gándara recordó además el episodio en un coloquio en Honduras, en 1975, en el que, ante la insistencia en disertar sobre cuáles eran los límites de la frontera sur, Nalda se desesperó e intervino con planteamientos como éste:

Lo interesante no es por dónde pasa la frontera, sino por qué hay algo que podemos caracterizar como mesoamericano, por qué se extendió cronológica y geográficamente, y por qué es que tiene un ámbito aparentemente delimitado y diferente al de otras de las llamadas altas culturas.

También, el conflicto iniciado en 1981, en el que el Consejo de Arqueología intentó vetar a Nalda de las investigaciones y movilizó a la comunidad de la ENAH en su apoyo. Pero ante la posterior salida dada por las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), de crear el Departamento de Investigaciones Arqueológicas de la ENAH (DIAENAH), Nalda y Gándara tomaron posiciones diferentes y se distanciaron, lo que este último lamentó el pasado jueves porque también dividió a la comunidad.

Poco tiempo después Nalda se alejó de la ENAH y siguió sus excavaciones arqueológicas por parte del INAH, donde también hizo una carrera como responsable de diversos proyectos académicos, entre los que destaca la realización de un Atlas arqueológico y el avance en el aumento de la infraestructura para la investigación, la formación y la retención de las nuevas generaciones de arqueólogos.

Todo lo anterior y otros aspectos más fueron reiterados, en ponencias o en declaraciones a La Jornada, por Noemí Castillo, quien fue su maestra y lo recordó como un excelente alumno y una persona gentil; Daniel Juárez, quien habló sobre los trabajos de Nalda en Yaxchilán, y Érik Velásquez, quien comentó sobre la epigrafía del sur de Quintana Roo y la estrecha colaboración que mantuvo con Nalda.

El director de la ENAH, Alejandro Villalobos, clausuró el homenaje, recordó algunas diferencias con Nalda y agregó que tenía una personalidad severa, pero transparente. Y también hizo un aporte para la leyenda: Será muy difícil que se vuelvan a alinear los planetas para que un Enrique Nalda pase otra vez por esta escuela.