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La compañía Pilobolus Dance Theatre despertó el asombro en Bellas Artes

Nueve bailarines hicieron del cuerpo la medida de la belleza del mundo

No hay escenografía ni vestuario, sólo siluetas negras de individuos en metamorfosis

El montaje de Shadowland narra el viaje onírico de una niña con cabeza de perro

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Escenas de Shadowland, espectáculo que la compañía estadunidense Pilobolus Dance Theatre trajo a MéxicoFoto John Kane
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Escena de ShadowlandFoto John Kane
 
Periódico La Jornada
Sábado 16 de abril de 2011, p. 3

El cuerpo, esa medida de la belleza del mundo: nueve bailarines ondean en el aire, se aglutinan y construyen seres fantásticos con las sombras de sus cuerpos en Shadowland.

Se trata del espectáculo de la compañía Pilobolus Dance Theatre, que narra el viaje onírico de una niña con cabeza de perro, víctima de una broma grosera del creador y en la que se demuestra que los mejores efectos especiales se construyen con la imaginación. Y claro, por la agrupación estadunidense que desde 1971 sorprende con las posibilidades de la danza.

Al traspasar el portal del Palacio de Bellas Artes se apodera la oscuridad de la sala principal, en una de las dos funciones ofrecidas los días 13 y 14 de abril.

El público es llevado hasta una flor gigante, una cocina de lo absurdo, la visita del creador, un viaje en carretera con tormenta incluida, el circo cruel, el fondo del mar y un bosque de coníferas. Pero no hay escenografía, ni vestuario, sólo siluetas negras de cuerpos en metamorfosis. A partir de figuras elementales se adivinan los gestos, paisajes, volúmenes y perspectivas.

Todas las posibilidades gracias al engranaje de siluetas tras las blancas pantallas corredizas, proyectores de colores y las bailarinas figuran producto de la magia que todos alguna vez disfrutamos en la infancia al jugar con nuestra sombra en la pared, con conejos de largas orejas. Pero que al crecer, se olvidan ante lo complejo.

Mundo fascinante y despiadado

Una joven de camisón blanco (Molly Gawler) es raptada por los brazos de los sueños, para ser engañada por su sombra al otro lado de la pantalla, entrando a Shadowland, mundo fascinante en principio, burlón y despiadado con el paso del tiempo, una hora y media aproximadamente. Una historia de Steven Banks, escritor de la caricatura Bob Esponja. La reciente producción del grupo de danza contemporánea ha deambulado en gira por el mundo.

La música a veces al más puro estilo Roger Waters, otras a lo Dylan, ejemplos de los géneros indie y folk, múltiples episodios de abstracción que hacen bucear por imágenes interiores, más la suma de sonidos precisos tomados del mundo real (grillos nocturnos, olas taciturnas, la ahogada profundidad del océano) trasforman los niveles de percepción. La banda sonora es autoría de David Poe, originario de Ohio, quien ha compuesto múltiples bandas sonoras para películas, obras de teatro y coreografías.

Los esbozos de las cabezas que se desdibujan entre la oscuridad de las butacas –antes de entrar eran jóvenes hipsters y adultos bien vestidos– expulsan el suspiro provocado por una flor gigante que nace de la tierra y encanta con pétalos de 10 brazos, que recuerdan a la diosa Vishnú. Llegan risas contenidas –menos una carcajada infantil que salta franca entre el murmullo– en respuesta a una persecución absurda de unos cocineros armados con grandes cuchillos que corren tras la pobre niña abducida y una olla con patas.

Y entonces, ante el despertar del sol como elemental circulo amarillo, crece hasta deslumbrar por completo el escenario-pantalla. Baja esa mano gigante, la misma que dejó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, suponemos de ese ser superior autor del universo, para juguetear con la niña, le hace cosquillas, le rasca la panza como cachorro, es moldeada a su gusto para ser lanzada a vagabundear con una nueva testa canina, obligada a enfrentar el temor de todos: el rechazo por ser diferente.

En intervalos los bailarines emergen de las sombras, toman forma carnal en coreografías que rayan en lo imposible, en la poesía de cuerpos que se abrazan y expulsan, agrupación que por momentos es una, luego en esa separación de las células, la mitosis en racimos y también en testigos inmóviles. Maravillan con la perfección del cuerpo –ausentes de vestuarios suntuosos–, capitaneados por el otrora chico de campo y profesional de la danza Mark Fucik, líder de la agrupación.

Y entonces, regresan al asombro de las sombras y se demuestra que un cuerpo puede ser todo: unos brazos-cabeza-de-perro, manos-cangrejos que emergen de la arena, un cuerpo.-mesa y a veces silla, un cúmulo de cuerpos como enorme elefante, humanidades tendidas que forman cordilleras. Los patrones del mundo multiplicado en la infinitud de nueve bailarines. El asombro de lo simple, de lo cotidianamente perfecto. La ausencia de palabras.

El público ha desaparecido por hora y media, también son sólo siluetas enfiladas. Y tras seguir aventuras en carretera, la esclavitud de un circo, el renacimiento en el fondo del mar y el encuentro con el otro discrepante, el sueño termina. Las luces se prenden para despertar al unísono. Al salir, la noche domina en el exterior con un palacio que brilla carmesí, llega el canto del cilindrero desde el exterior y el presentimiento de un universo surrealista. Todos caminan con caras sonrientes y satisfechas, aunque nadie más confiará en su sombra y vigilará que siempre siga sus pasos.