Opinión
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Intersecciones en el Arzobispado
E

l ex Palacio del Arzobispado, dependiente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) alberga ejemplares de la colección Pago en especie.

Algunas piezas relevantes sirven de eje para organizar exposiciones temporales y ahora en dicho recinto hay varias que vale la pena observar, de las que no me ocuparé en esta ocasión, porque me parece prudente hacer mención (al menos de una de las secciones) de la muestra Cruce de caminos: Europa en México.

La primera intersección incluye principalmente pinturas y hay piezas de autores que nos son bien conocidos, algunos, como Alice Rahon, Mathias Goeritz y Antonio Rodríguez Luna ya terminaron su camino y puede afirmarse que quienes nos interesamos en el campo artístico conocimos bastante bien sus obras y trayectorias, pero ahora existe la oportunidad de observar piezas que quizá en el momento de su creación no nos fueron accesibles.

Es así que El volcán, de Alice Rahon, un hermoso óleo sobre papel, no estuvo en la retrospectiva que a la pintora-poeta le dedicó el Museo de Arte Moderno hace relativamente poco tiempo. No ostenta fecha, pero el estilo es similar al de la Balada de Frida Kahlo, que pertenece al acervo de ese museo.

Hay dos delicados gouaches, no típicamente carringtoneanos de Leonora, recién festejada por su cumpleaños 94, no sólo mediante el libro de Elena Poniatowska (del que habré de ocuparme), sino también de los bronces exhibidos en el Centro Cultural Estación Indianilla.

Otra británica, Joy Laville, está espléndidamente representada con un óleo y un pastel de 1983 y 1994, respectivamente. Laville no falla en atrapar la atención y si bien sus recursos formales han cambiado poco a lo largo del tiempo, su humor, lo que podría denominarse su libérrima bienhechora y a la vez su delicado sentido del color, siempre atraen.

El suizo Roger von Gunten, quien ha vivido decenas de años en México, primero en Tacámbaro y luego en Tepoztlán, ofrece opciones formales que en algunos momentos guardaron relación con las de Laville, cosa para nada extraña, pues ambos compartieron tiempo en el Instituto Allende. Su acrílico sobre lino, de grandes dimensiones, efectuado en 1987, es de tema mitológico: el rubio Acis ofrece un enorme cetro flor a una Galatea mestiza.

La segunda de sus obras, de factura reciente, Jardín florido (2008), ofrece cambios radicales respecto del anterior, es un óleo, totalmente guntenesco, pero menos fauve, más complicado y superior al anterior. De Fitzia hay un collage, no muy afortunado, realizado en 1998.

No podía faltar Pedro Friedeberg, pero él ya es más mexicano que florentino, ahora goza de un segundo aire que lo tiene presente en varias latitudes. Su pieza tántrica es prototípica de su quehacer.

De Vicente Rojo es Escenario, de 2002, en tonos de gris complementado con uno de los extraños volcanes iluminados de 2004: Nuevo hallazgo, de su coterráneo Jordi Boldó, es una composición abstracta de muy buen ver. Él vive en Querétaro y tiene no pocos seguidores.

Las piezas en metal dorado de Ma-thias Goeritz (1979) hicieron serie y tuvieron mucho éxito. Podrían ser iconos de cualquier templo.

En cambio, quizá las obras del español Antonio Rodríguez Luna, responsable de la formación de varias generaciones de pintores que ahora son maestros, pasaron de moda o resultan demasiado reiterativas de cierta etapa de su producción.

Fino pintor, pero no aguanta comparación con los abstractos matéricos ni menos con ciertos exponentes del expresionismo abstracto estadunidense que le fueron anteriores. Los lenguajes pictóricos se extienden por todas latitudes.

Para mi gusto personal, Manuela Generalli destaca con una de sus bibliotecas de 2001 que dedicó a la memoria de Jaime Sabines. Hay dos italianos: Luca Bray, de quien ya me he ocupado en alguna ocasión, y Luciano Spano, con una peregrinación muy manierista de desnudos en rojo indio. Colmillos para rituales, del español Luis Granda, es una grata pintura.

Gerda Gruber está presente con dos obras que tienen poco que ver una con la otra, la primera es una primorosa cerámica de 2005 y la otra un bronce pequeño.

Las pinturas de la belga Trini, pertenecerían a esta intersección, pero se encuentran en la siguiente. La realizada el año pasado, es mejor que la efectuada en 2004.

La curaduría corresponde a Rafael Pérez y Pérez, autor del ensayo introductorio que aparece en el catálogo, junto con Martha Papadimitriu y Luis Gallardo. La totalidad de las obras aquí mencionadas, con excepción de la realizada por Trini recientemente, son colección de la SHCP y, por tanto, responsabilidad de sus autores y de quienes en su momento las eligieron con el consabido método de Pago en especie.