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Ver día anteriorLunes 28 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México SA

Crece la dependencia alimentaria

Replantear la estrategia agrícola

Campo sólido y política correcta

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En estos momentos México importa 75 por ciento del arroz que se consume en el país, 25 por ciento del maíz y 42 por ciento del trigoFoto María Luisa Severiano
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ño tras año, cuando menos desde 1994 crece, en volumen y gasto, la importación de alimentos: 400 por ciento de aumento en los últimos cinco lustros, periodo en el que se erogaron 180 mil millones de dólares por ese concepto, en medio del presuntuoso discurso oficial que pregona un campo mexicano cada día más sólido, con una política sectorial correcta, sin mencionar, por obvias razones, que no mucho tiempo atrás buena parte de lo que ahora se adquiere en el mercado internacional –mayoritariamente en Estados Unidos– se producía en el país por agricultores nacionales, y para beneficio interno.

Como se ha documentado en este espacio, a estas alturas se importa 75 por ciento del arroz que se consume en México, 25 por ciento del maíz y 42 por ciento del trigo, sin olvidar que de 1990 a 2010 la importación de carne en canal bovino se incrementó 281 por ciento; 378 por ciento la de porcino; mil 35 por ciento la de aves, y 185 por ciento la de huevo, por mencionar algunos de los principales alimentos. En 2010, comparado con 2009 (información del Inegi), México importó cinco veces más carne respecto de la que exportó; seis tantos de leche, lácteos, huevo y miel; 12 veces de cereales; 3.6 veces de productos de molinería; 30 veces de semillas, frutos oleaginosos y frutos diversos; nueve veces de grasas animales o vegetales y tres veces de preparaciones de carne y animales acuáticos.

Entonces, ¿qué pasa? si, como dicen en el circuito oficial, el campo mexicano está cada día más sólido y la política sectorial es la correcta. Pues bien, el ex rector de la Universidad de Chapingo, Carlos Manuel Castaños, adelanta a México SA algunos elementos de su más reciente análisis, de próxima aparición (Manual ecológico. Producción de alimentos; parcela y traspatio), en el que subraya que las medidas impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial propiciaron el abandono del sector rural, al suprimirse programas y dependencias que promovían su desarrollo y la eliminación de incentivos a la producción y el consumo. Las políticas de mayor impacto negativo: mantener los precios de los productos básicos deprimidos; propiciar el incremento del valor de los insumos; salarios muy bajos para las labores del campo; disminución de los presupuestos destinados al desarrollo rural; considerar que era más barato importar alimentos que producirlos.

Tres décadas después (de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón) fueron evidentes los efectos negativos: pobreza rural; abandono del campo; ineficiencia productiva; pérdida de la soberanía alimentaria. Quienes resultaron mayormente afectados fueron los productores de bajos ingresos, carentes de apoyos y capacidad de respuesta para adaptarse a un escenario tan negativo, es decir, la quiebra de las unidades de producción campesina, rendimientos decrecientes o estancados y falta de recursos; de los 25.3 millones de habitantes del campo únicamente 8.1 millones tienen empleo en actividades agropecuarias; los trabajos temporales de los jornaleros no compensaron la pérdida de los empleos de los campesinos; se incrementó la migración y el despoblamiento del campo y se agudizó la pobreza alimentaria. Las familias dedican el 80 por ciento de sus ingresos a la compra de alimentos; el 98 por ciento de los campesinos no pueden adquirir la canasta básica; en 2009 se duplicó el porcentaje de hogares con inseguridad alimentaria severa (17 por ciento); en 2008-2009 el hambre de la niñez se incrementó de 14 a 26 por ciento.

Desde que se firmó el TLCAN, apunta Castaños, empezó la importación de alimentos sin ninguna restricción. Era la época del superávit de las reservas alimenticias, los precios accesibles, y se consolidaba la dependencia de nuestra economía a la de Estados Unidos. Éramos, y seguimos siendo, campeones en aspectos de importación: maíz, trigo, arroz, oleaginosas, sorgo, carne de bovino, de porcino, de aves y leche en polvo. En la actualidad importamos 42 por ciento de los alimentos que consumimos; para finales del sexenio (calderonista) será de 60 por ciento, lo que significará que oficialmente se habrá perdido la soberanía alimentaria. Además, ignoramos la calidad de lo que se está importando de Estados Unidos. Estudios indican el peligro que representan el consumo de los diferentes tipos de carne, por la cantidad de dioxinas y otro tipo de productos químicos que se emplean en la engorda de aves, ganado bovino y cerdos.

Las voces que alertaban lo peligroso de una política alimenticia tan dependiente del exterior fueron ignoradas. Los programas abiertamente se orientaron a favorecer a los grandes productores, que se convirtieron en los hijos predilectos del gobierno. Más de la mitad del gasto del federal se concentra en los productores comerciales. Se inició el ciclo de las exportaciones de volúmenes de hortalizas, flores y frutas y el ingreso de divisas a través de las remesas de los migrantes. En resultados financieros el sector era importante por las divisas que se generaban bajo un escenario de gran desigualdad: los productores con recursos florecían, los temporaleros, ciclo tras ciclo, se hundían en la pobreza.

Así, los augurios de quienes rechazábamos la política de las importaciones nos alcanzaron: las finanzas nacionales resentirán el incremento de los precios de los alimentos importados; con la baja de la producción del petróleo y la caída de los envíos de las remesas de los migrantes, las divisas generadas por estos rubros disminuirán; por razones geopolíticas, Estados Unidos dará preferencia a las exportaciones a países como China, India, Rusia, Emiratos Árabes; bajo este panorama serán más ostensibles las carencias de alimentos básicos; la pobreza se agudizará y existirá la posibilidad de estallidos sociales.

Ante este panorama, propone, lo sensato es replantear las políticas agrícolas, y la alternativa más viable y fácil de instrumentar sería el apoyo a la producción de los pequeños agricultores para alcanzar la autosuficiencia alimentaria de las familias campesinas, con el propósito de quitarle presión a las enormes demandas de alimentos que se requerirán para satisfacer las necesidades del resto de la población. Se debe dejar atrás la dependencia y tutelaje de los organismos internacionales, que en la práctica son los que definen las políticas orientadas al sector rural.

Las rebanadas del pastel

He allí la solidez del campo mexicano y lo correcto de la política oficial en el sector.