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Ningún país ha encontrado la receta para superar el problema: subsecretario de Sedeso

El crecimiento económico no logra reducir la desigualdad en América Latina

Gobiernos mitigan la desigualdad con programas como Oportunidades y Bolsa Familia

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Periódico La Jornada
Domingo 27 de marzo de 2011, p. 29

América Latina pasa por una etapa de crecimiento económico más sólido que en los países desarrollados. El gasto social va en aumento y una parte de su población ha salido de la pobreza. Pero la región aún no logra reducir la abismal desigualdad y las cosas prometen seguir por ese camino.

El peligro de que los que menos tienen recojan pocos frutos de la bonanza es que en el largo plazo puede sembrar la semilla de malestar social y poner en guardia a los inversionistas.

Todas las naciones latinoamericanas, excepto Venezuela, superan el umbral de 0.4 del coeficiente Gini (el parámetro que se usa para medir la desigualdad) que los especialistas consideran como muy alto. Desde hace rato rebasaron a regiones como África subsahariana.

Ningún país ha encontrado una receta para acabar con la desigualdad, dijo Marco Antonio Paz, subsecretario de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso) de México. Se han logrado avances, pero no a la altura de lo que se requiere, agregó.

La desigualdad surge de puestos de trabajo poco productivos, carencias en educación, vivienda y salubridad que se traducen en menos oportunidades para los pobres.

Retrato en blanco y negro

El gasto educativo en la región ronda 6 por ciento del producto interno bruto (PIB), según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y es similar al de países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Sin embargo, en salud no rebasa el 5 por ciento, frente a 7 por ciento de los miembros de la OCDE, y aunque las cosas han mejorado, distan de ser buenas.

El Banco Mundial calcula que en Latinoamérica y el Caribe el Gini bajó de 1995 a 2009 un modesto 7 por ciento, en gran parte porque la región creció en promedio 4 por ciento anual en los últimos cinco años.

Hace más de una década los economistas creían que el crecimiento bastaría para reducir la pobreza y traer igualdad. La realidad no resultó tan simple. El crecimiento por sí mismo no es suficiente. Sigue habiendo una profunda desigualdad en la región, señala Dominique Strauss-Kahn, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI).

El problema es que el mismo auge económico opaca la necesidad de postergadas reformas de fondo, como las fiscales y laborales, para reducir la brecha en los ingresos.

María con sus 12 años es un rostro de esa desigualdad. En su rebozo lleva a su hermano menor dormido mientras pide limosna a los autos detenidos en un semáforo de la capital mexicana frente a las tiendas de Cartier y Louis Vuitton.

A unas 15 cuadras, el hombre con la mayor fortuna del mundo, el mexicano Carlos Slim, dirige su imperio desde una oficina vestida con pinturas de Van Gogh y Renoir.

Los contrastes son rotundos en Latinoamérica, a pesar de que hay menos pobreza –en 1999 sofocaba a 44 por ciento de los latinoamericanos y hoy acosa a un tercio de la población–, la brecha en la distribución de la riqueza es inmensa: Slim con sus activos por 74 mil millones de dólares y otros 50 latinoamericanos integran la lista de millonarios de la revista estadunidense Forbes de 2011.

Entre todos suman una fortuna de 334 mil 300 millones de dólares, monto mayor al PIB de Venezuela. Sólo en 2010, la riqueza de Slim aumentó en 20 mil millones de dólares.

Con más crecimiento el ingreso se distribuye más o menos de la misma manera, sólo que hay niveles de ingresos mayores tanto de los más ricos como de los más pobres, dijo Ernesto Espíndola, experto en desarrollo social de la Cepal.

Hace 10 años, 36 por ciento del ingreso iba a parar a manos de 10 por ciento de la población más rica, y 15 por ciento se destinaba a 40 por ciento más pobre, según promedios calculados por Reuters con base en cifras de la Cepal.

Hoy las cosas no han cambiado mucho: los más pudientes se llevan 34 por ciento del ingreso y 40 por ciento más humilde se queda con 16 por ciento.

La situación es peor en Brasil, el destino favorito en Latinoamérica para los inversionistas y donde viven 30 de los magnates de la región encabezados por el empresario Eike Batista con sus 30 mil millones de dólares.

En los pasados siete años, unos 20 millones de brasileños escaparon de la pobreza y ahora integran la clase media, pero todavía 10 por ciento de la población más afortunada se lleva 41 por ciento de los ingresos, según la Cepal.

Lo que ha ayudado a mitigar la desigualdad son los programas de transferencias condicionadas, que llevaron a más habitantes a engrosar las filas de la clase media. Hoy esos planes se aplican en 14 naciones latinoamericanas desde Argentina hasta México, que fue el pionero con el programa Progresa de 1997 (ahora Oportunidades) e inspiró al exitoso Bolsa Familia de Brasil.

Pero tienen que ser afinados. Estudios recientes revelaron que aunque sus familias son menos pobres, los niños no necesariamente están más sanos, mejor educados o alimentados.

En Brasil, la presidenta Dilma Rousseff, después de anunciar un recorte en el gasto público de 30 mil millones de dólares, aumentó 20 por ciento la ayuda para el plan Bolsa Familia.

México, la segunda mayor economía latinoamericana, gasta unos 6 mil 670 millones de dólares anuales en programas sociales que benefician a un tercio de su población. Podría parecer mucho, pero si sacáramos cuentas de cuántos requeriríamos para acabar al 100 por ciento con la pobreza, necesitaríamos por lo menos 20 veces más esa cifra, dijo el subsecretario mexicano Paz.

La cuestión es de dónde sacar más dinero para destinar al gasto social. Algunos creen que la respuesta son reformas para reducir la evasión y establecer esquemas que carguen más la mano a los ricos, combinadas con planes laborales que faciliten las contrataciones y hagan más flexible todo el sistema.

Pero los especialistas no esperan que las cosas vayan a cambiar pronto. En mi opinión va a seguir igual. Los gobiernos pueden darse cuenta de que es negocio tener menos desigualdad pero también es un riesgo bastante grande disponer medidas contra la desigualdad, dijo Ernesto Espíndola, experto en desarrollo social de la Cepal.