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Recursos naturales

Consorcios vs. pueblos
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En imagen sin fecha captada por autoridades estadunidenses de Pesca y Vida Salvaje, una familia de osos polares reposa en un bloque de hielo del mar de Beaufort, en el norte de Alaska, zona habitada por los inupiatFoto Ap
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Periódico La Jornada
Martes 15 de marzo de 2011, p. 30

Cuando está uno en el Ártico, por lo menos hay que tratar bien al anfitrión. El gigantesco consorcio petrolero anglo-holandés Royal Dutch Shell recibió una dura lección al respecto cuando planeaba instalar dos pozos de perforación en el mar de Beaufort, en Alaska, hace un par de años. Había gastado 84 mdd en arrendamientos en la costa y satisfecho a las autoridades. Pero no había logrado granjearse a los inupiat, un grupo inuit (esquimal) al que le preocupaba que los rompehielos y los barcos perforadores lastimaran a las ballenas de Groenlandia, de las que ellos dependen. Sus líderes y grupos ambientalistas demandaron a las autoridades reguladoras estadunidenses por no acatar una ley de 1970 referente a impactos ambientales. Eso les permitió arrancar varias concesiones a Shell, entre ellas un compromiso de detener toda operación frente a la costa durante la temporada de migración y caza de los cetáceos en caso de que comiencen las perforaciones.

Mucho se ha dicho de los conflictos entre los estados del Ártico a causa del repliegue del casquete polar, que ha vuelto accesibles por primera vez muchos recursos naturales. Pero hasta ahora las disputas habían sido de un tipo diferente. La experiencia de Shell en Alaska se repite alrededor del Polo Norte. Y esos conflictos se volverán más comunes. Grupos indígenas consideran gran parte de la costa ártica como su territorio natural (ver mapa) y están dispuestos a defender sus derechos. A finales de febrero, representantes de los inuit se reunieron en Ottawa para definir una postura común en cuanto al desarrollo de recursos en el Alto Norte.

De hecho, los países que rodean el Ártico no tienen mucho por lo cual discutir. Los recursos en tierra yacen dentro de fronteras claramente delineadas, y los submarinos –estimados en 83 mil millones de barriles de petróleo, más de las reservas probadas actuales de Rusia– están en su mayoría en aguas poco profundas bajo jurisdicción de los estados costeros. No hay competencia por los recursos del Ártico, ni apetito para el conflicto, señala Michael Byers, autor del libro Who owns the Arctic? (¿Quién es dueño del Ártico?). En vez de ponerse a pelear, dice, el año pasado Noruega y Rusia concluyeron el año pasado una disputa de décadas.

En contraste, el potencial de conflicto con pueblos originarios es muy alto. Los inuit en particular viven en zonas abundantes en recursos naturales, y si bien son una pequeña minoría –se estima que hay 160 mil esparcidos en el Ártico–, han logrado cierto grado de poder. Groenlandia, territorio de Dinamarca con preponderancia de población inuit, asumió autonomía en 2009, la cual le dio el control de sus recursos. Nunavut, vasto territorio del norte de Canadá, fue creado una década antes mediante un acuerdo con los inuit.

Más aún, los inuit están decididos a no dejarse hacer a un lado. Han ampliado su poder uniéndose en el Consejo Circumpolar Inuit (CCI), organismo creado en 1977. Han empleado su pertenencia a diversos órganos de Naciones Unidas para comparar notas con grupos indígenas de todo el mundo. Han hecho equipo con otros pobladores del Ártico, como los sami de Escandinavia y los dene del noroeste de Canadá, y han buscado asesoría legal experta para formular su postura común, la cual darán a conocer en mayo.

Los inuit no se oponen al desarrollo, pero quieren asegurarse de que ocurra en sus términos. Esto significa proteger el ambiente, pero también recibir la parte que les corresponde. Durante siglos las tierras y aguas del Ártico han sido explotadas por todo mundo, excepto los inuit. Ahora es nuestro turno, expresó Kuupik Kleist, primer ministro de Groenlandia, en una reunión en Ottawa. El territorio cuenta con el petróleo y el gas que tiene frente a sus costas para acelerar su camino hacia la independencia. El año pasado permitió que continuara la exploración mientras otros se detenían luego del desastroso derrame de petróleo en el Golfo de México.

Otros delegados hablaron con desdén de compañías que hace algún tiempo indujeron a los inuit a firmar pactos leoninos. En un caso una empresa proveyó a comunidades pobres de Rusia con una caja de vodka y un poco de comida. En otro, una firma de Canadá trató de comprar acceso a un depósito de níquel en Quebec ofreciendo dinero en efectivo y dos removedores de hielo para la pista de patinaje local.

Sin embargo, fueron los relatos de éxito inuit los que más atrajeron a los delegados. Un ejemplo es la mina Red Dog, en el norte de Alaska. Creada como coinversión entre el operador, Teck Alaska, y los inupiat de la localidad, ha metido mucho dinero a las arcas de la etnia: 146 mdd tan sólo en 2010. Puede ser que tales acuerdos parezcan muy onerosos para el apetito de muchas compañías explotadoras de recursos naturales que tienen sueños árticos. Sin embargo, la creciente interconexión entre los inuit hace improbable que acepten menos en un país cuando saben lo que sus hermanos en otros lugares han recibido.

Los inuit saben que no siempre obtendrán lo que quieren, por ejemplo en Rusia, donde los derechos de los yupik, otro grupo inuit, están consagrados en la constitución, pero son erosionados por el gobierno. Por otra parte, los sucesos en Medio Oriente sólo elevarán la ambición por su petróleo y su gas. Nos guste o no, el desarrollo va a ocurrir, señala Edward Itta, el líder inuit que arrancó las concesiones a Shell.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya