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Apenas una docena de personas se atrevió a entrar a la zona

Escasa respuesta al paseo ciclista organizado en el Campo Militar 1
Foto
Todos los domingos de febrero los civiles podrán recorrer en bicicleta el Campo Militar 1, aunque en una ruta específica y sin tomar fotos o videoFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 7 de febrero de 2011, p. 14

¿Montar en bicicleta y rodar en el Campo Militar Número Uno? La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) abrió sus puertas para que todo aquel civil que quisiera pudiera entrar sin restricciones. Bueno, sólo se prohibió tomar fotos y videos y, claro, salirse de la ruta.

Pero ayer, sólo una docena de civiles –entre ellos cuatro niños– se atrevió a pedalear en el circuito de 15 kilómetros en el interior del complejo militar más grande del país y con una historia de detenciones ilegales, tortura y desapariciones forzadas.

Desde el lunes pasado, la Sedena comenzó a difundir que la población capitalina podría utilizar su pista en un paseo dominical ciclista familiar. Así que se instruyó al personal militar a permitir la entrada por la puerta 8, a media calle del periférico Adolfo López Mateos, en el límite norte de la ciudad, y la 3, en avenida Conscripto.

El plan era que el pelotón ciclista arrancara de la puerta 8. Y como dieron las nueve y en el circuito apenas había cuatro adultos, cada quien lo usó libremente.

¿Ya conocen la prisión?

Unos metros antes del gimnasio y la sucursal del Banco del Ejército, un militar en pants blancos y lentes de corredor, detuvo su trote, se quitó el protector bucal y preguntó: ¿Ya conocen la prisión?

–No.

–Se construyó en 1963. Ya saben, había que combatir el comunismo. Pero eso nos trajo mucho desprestigio.

–¿Y dónde está?

–Junto al campo de golf.

La cárcel para presos federales, de los que no hay información oficial sobre quiénes y cuánto tiempo estuvieron ahí en la guerra sucia, está a la mitad de una colina.

De un lado está el campo de golf; del otro, el batallón de Morteros. Un letrero en la entrada expresa: Con nuestros fuegos defenderemos de México su dignidad.

En medio del batallón, ahí está la prisión. Se trata de dos galerones rodeados con una barda de malla encumbrada con alambre de púas.

Es domingo y los militares están francos. Sólo permanecen en sus puestos las guardias. Apenas unos pocos vehículos pasan, y no hay ruido. Sólo los pájaros y el sonido de los aspersores rompen el silencio. Se percibe a lo lejos el sonsonete de una cumbia.

Más que un campo militar, parece un jardín privado.

La Jornada documentó en 2009, con información oficial de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS), que en 1964, en medio de esos prados, por órdenes de Gustavo Díaz Ordaz, entonces secretario de Gobernación, se construyó esa cárcel para presos federales con amplias condiciones de seguridad. Los testimonios de las víctimas de la guerra sucia coinciden en afirmar que de la DFS, donde eran torturados, se les trasladaba al Campo Militar 1.

La historia negra del campo se forjó con años de encarcelamiento de estudiantes e integrantes de grupos armados, pero en 2008 la Sedena sostuvo que no tenía registros de civiles detenidos en sus instalaciones, en las que supuestamente muchos de éstos fueron vistos por última vez.

Así que ayer pocos se atrevieron a entrar. Como un abuelo y sus tres nietos, de la vecina colonia San Antonio Zomeyucan, uno de los cinturones de miseria que rodean la parte norte del campo, ya en el municipio de Naucalpan.

Exposición en Popotla

En cambio, desde el viernes que abrió sus puertas a la población civil, el Antiguo Colegio Militar, en Popotla, ha recibido más de 25 mil visitantes a la exposición La gran fuerza de México.

Tan sólo este domingo, la fila era de casi un kilómetro para entrar a la cancha de futbol, en la que permanece la muestra de actividades y equipo de las Fuerzas Armadas.

El ingreso, entonces, fue por tandeo. Los soldados que controlaban el acceso organizaron turnos de 20 minutos en grupos de entre 300 y 400 personas. Literalmente, hombres, mujeres y niños se amontonaron en los 14 puestos y dos helicópteros, uno de ellos un Bell 212 artillado, que se ocupa en las operaciones del Ejército en la guerra contra la delincuencia organizada.

Alrededor de la exposición, la visita se volvió romería y decenas de ambulantes se colocaron en la acera del antiguo Colegio Militar, lo que habitualmente está prohibido. Y un lugar para el auto en una de las calles que hacen esquina con Felipe Carrillo Puerto se cotizaba entre 30 y 50 pesos.

Al mediodía, la fila sobre calzada México-Tacuba se extendía nueve calles, más allá del Árbol de la Noche Triste, hasta la avenida Mariano Escobedo. Todo con tal de subirse al helicóptero y ver de cerca su armamento.