Opinión
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Chuchú Martínez (1929-1991)
C

uando en el aeródromo de Paitilla supe que volaríamos en su precaria avioneta de la Segunda Guerra Mundial con un gordo de 160 kilos, el sargento José de Jesús Martínez, Chuchú reconoció que al despegar sentiríamos algo de inclinación. Luego, explicó, el aparato se estabiliza solo.

Frente a mis reservas, Chuchú insistió:

–¿No querías volar conmigo?

El doctor en filosofía (graduado en la Universidad Complutense de Madrid) sentenció:

–Para volar hay que dejar el miedo en tierra.

El doctor en matemáticas (graduado en la Sorbona) agregó:

–Tenemos tres opciones. Si nos caemos, el que sobrevive se compromete a escribir un relato cojonudo. Si nos morimos, ni modo.

–Te falta la tercera –dije.

El poeta escéptico, añadió:

–No existe. El gordo no sabe escribir.

Permanecí en tierra, abrumado por el impacto que en aquellos días me había causado el relato de un piloto hondureño, cuando en su intento de aterrizar con una sola rueda en el aeropuerto de Toncontín, destruyó un autobús y mató a sus 27 pasajeros. Pero como pudo salvar el avión, el gobierno de Honduras lo condecoró, y becó a Francia.

Chuchú perdonó mi cobardía. Sin embargo, hasta hoy lamento no haber viajado en aquel avión que terminó inutilizado en el archipiélago panameño de San Blas, y que hizo historia transportando desde Paitilla armas, víveres y guerrilleros sandinistas.

Conocí a Chuchú Martínez a finales de 1972, en casa de un profesor panameño que tenía la sana costumbre de celebrar el san viernes. Tertulias donde la sobriedad duraba quince minutos, lo importante un par de horas, y las desmesuras ideológicas hasta el amanecer.

Entonces, una pareja de comunistas de la rada (antigua República Democrática de Alemania) que andaba de paso por Panamá, empezó a dar su opinión sobre la situación de América Latina. Chuchú (quien ya tenía algunos tragos encima) les preguntó como veían la lucha de los sandinistas y de los montoneros. La alemana explicó que se trataba de dos expresiones diferentes, “…pues los montoneros eran los causantes de la represión en Argentina”.

La alemana siguió con su exposición, y al cabo de algunos minutos, el acento nicapanameño de Chuchú la interrumpió con delicadeza:

–Mi amor… no conocés una mierda de América Latina.

Frunciendo el ceño, el anfitrión miró a Chuchú. La invitada, sin darse por aludida, insistió en explicar su posición. Con los nervios de punta, apurando los tragos, Chuchú caminaba por el salón. Y en el momento que la alemana caracterizó a Omar Torrijos de socialdemócrata y burgués nacional (carente de ideología revolucionaria, agregó), Chuchú estalló:

–¡Ni mierrrrda conocen de América Latina!

En 1976, Graham Greene aterrizó en Panamá con el propósito de conocer a Torrijos. El resultado fue una de las obras menos felices del novelista inglés: Getting to know the general (El general, FCE, México 1985), donde Chuchú termina por cautivar a Greene.

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez creyó ver en Chuchú a “un personaje cabal de Graham Greene… un libro testimonial sobre el general Torrijos, pero antes que nada una novela sobre la vida y las andanzas de Chuchú Martínez, el mejor personaje de Greene, y Greene el mejor personaje de Chuchú Martínez, tal para el cual, el uno para el otro”. (La Jornada, 24/2/91).

Con mirada menos frívola, el salsero panameño Rubén Blades estimó que Greene impuso en el libro “…su mentalidad imperial y británica”. Blades sostuvo que Torrijos y Chuchú aparecían “…como niños que se esfuerzan por asumir una visión adulta del mundo. Dos Peter Pan del trópico observados por la mirada objetiva y compasiva del Señor de la literatura del Imperio Británico”.

¿Quién fue, por fin, Chuchú Martínez? En las solapas de sus 37 libros publicados, los lectores quedan atónitos: teniente de la Guardia Nacional, poeta, dramaturgo premiado en España, doctor en filosofía y en matemáticas, karateca, aviador, políglota fluido, catador de vinos, amante de la vida, de las mujeres, de sus muchos hijos, y ministro de Defensa nombrado por Torrijos en el Vaticano en el par de minutos en que el papa Paulo VI se acercó para bendecir la comitiva presidencial.

La mejor caracterización de Chuchú fue escrita por Stella Calloni: Un escritor que se avergonzaba de su cultura y de su erudición, que hablaba como un soldado raso y salía a caminar con un amigo bajo una noche estrellada (La Jornada Semanal, 4/07/99).

Chuchú murió en Panamá el 27 de enero de 1991. Paro cardiaco, se dijo. Conjeturas médicas. Chuchú murió de tristeza. Pocos días antes, frente a una nutrida concurrencia de oyentes, alcanzó a decir en México:

“¿Dónde están los intelectuales que iban a Panamá? Dejaron sola a Panamá. La invasión a mi país en la Navidad de 1989 fue precedida y acompañada por una guerra sicológica tan sofisticada como la bélica. Conozco mucha gente que iba a ver a Torrijos y luego al general Noriega, que iba a pedir ayudas diversas. Pero cuando nuestro pueblo fue asesinado y en Panamá hubo más muertos que en Tiananmen y en Rumania, no estaban, no decían. Callaban. Ese silencio los condena…”.