Opinión
Ver día anteriorSábado 22 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un ravioli western
E

l crítico y periodista estadunidense Henry Louis Mencken afirmó alguna vez que la ópera en inglés tenía tanto sentido, por ejemplo, como el beisbol en italiano. Un reflejo bizarro y un tanto enredado de la misma idea sería, por ejemplo, la ópera La fanciulla del West, de Giacomo Puccini, recién transmitida desde el Met de Nueva York a la gran pantalla del Auditorio Nacional.

Me dijeron que dicen por ahí que Puccini dijo que La fanciulla del West era su mejor ópera; los operófilos difieren de la opinión del maestro, y ahí están Madama Butterfly, La bohemia, Tosca y Turandot como pruebas de descargo. En lo general, La muchacha del Lejano Oeste (esta sería su traducción más funcional) no es una mala ópera, pero sí es una ópera rara, que tiene varios grandes agujeros en su libreto, comenzando ni más ni menos que por su premisa esencial.

Los libretistas Zangarini y Civinini, apoyados en un texto de David Belasco, pretenden hacernos creer que los numerosos personajes masculinos de la ópera están perdidamente enamorados de la protagonista, Minnie, por su avasalladora personalidad y fuerte carácter. Sin embargo, Minnie no pasa de ser la esforzada regenta de un saloon que, además, da clases de Biblia. La realidad (si es que en la ópera pudiera hablarse de tal cosa) es otra: están todos locamente enamorados de ella porque es la única mujer en muchos kilómetros a la redonda de ese campamento minero infestado de testosterona.

En este contexto, la trama de La fanciulla del West es un sencillo triángulo amoroso: el sheriff Jack Rance (no tan pérfido como lo pintan) quiere quedarse con Minnie a toda costa, pero la damisela cae perdidamente enamorada del bandido (no tan feroz como lo pintan) Ramírez, o Ramírrez o Ramérrez, según la versión que uno consulte. Si se consideran las respectivas posiciones de poder de los tres protagonistas a lo largo de la ópera, el punto culminante del segundo acto (una partida de naipes) y el desenlace final en el tercer acto a la manera de un hollywoodense final feliz, son totalmente inverosímiles. No importa: nadie ha acusado jamás a la ópera de ser un asunto racional y lógico.

En el plano musical, Puccini demuestra aquí una sólida combinación de talento, invención melódica y prudencia. La prudencia radica en haber evitado la tentación de insertar en esta partitura algunas imitaciones de música country & western, así como sus partituras para Madama Butterfly y Turandot abundan en chinoiseries.

Por el contrario, la música de La fanciulla del West es cien por ciento el Puccini italiano, y hay en ella algunos momentos particularmente delicados. A pesar del evidente aprecio que Puccini le tenía a esta obra, no se le representa con frecuencia, y uno solo de sus números (el aria para tenor Ch’ella mi creda libero e lontano) ha sido rescatado para recitales, galas operísticas y grabaciones monográficas.

Esta puesta en escena del Met neoyorquino a La fanciulla del West fue correcta en lo vocal y lo teatral (nada del otro mundo en ninguno de los dos rubros) y contó con interpretaciones muy profesionales (mas no deslumbrantes) de Deborah Voigt, Marcello Giordani y Lucio Gallo, destacando en todo caso el perenne gesto torcido de este último en el papel de Jack Rance. Eso sí, escenografía e iluminación de muy alto nivel, como suele ocurrir en casi todas las producciones del Met.

Destaca en el poco convincente libreto de la ópera la presencia decorativa, casi vergonzante, de dos indios que juegan el típico papel de relleno, del token Indian que sirve para limpiar un poco la pútrida conciencia del escritor WASP.

Si este es el detalle políticamente incorrecto de La fanciulla del West, lo políticamente correcto estaría en el hecho de que el texto menciona en dos ocasiones que la banda de forajidos está formada por mexicanos, dato que es pudibundamente omitido en el subtitulaje castellano proporcionado por el Met.

Un detalle ciertamente curioso: a la mitad de esta ópera de Puccini (estrenada en 1910) suena un par de veces una melodía muy semejante a uno de los trazos de la hermosa aria The music of the night de El fantasma de la ópera, de Andrew Lloyd Webber. ¿Coincidencia u homenaje del inglés al italiano? Pregúntenle a sir Andrew; él debe saberlo.